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lunes, 18 de abril de 2011

Romeo x Juliet/Tybald x Juliet/Rating T.

-Tabla cantantes. haz_musica. Shakira-Esta noche voy contigo.

Il punto debole della principessa

Tybald no le pregunta a Julieta por su llanto. Lo asume como natural al besar sus ojos, bajando una caricia fría por su garganta, pensando en su madre bastardada por el padre de su hermano, al que no considera suyo.

-No tengo que agregar que no te encontrarán aquí.

Ella asiente y tampoco se resiste cuando él le abre la camisa de hombre, para besarle el pecho angostado en vendas que libera. Jadea y cierra los ojos, tendiéndose bajo Tybald en sábanas demasiado baratas para su piel de princesa.

-¿Crees que luzco fuerte?

Prefiere no contestar. Romeo siempre con ventajas.

Code geass/Luciano x Anya (dub-consensual), menciones de Anya x Gino y Anya x Suzaku/Rating NC-17.

05.Naranja. Tabla Colores. Misión insana.

Diferenciación

Eran los únicos tres en el Cuartel General. Nonette prácticamente había secuestrado a Suzaku para llevarlo al Área 17 en misión. O quizás solo la primera parte de esa oración, ya que no era ningún secreto que a ella le gustaban jóvenes y talentosos. "Si sabe manejar un robot gigante, es una bestia en la cama. Creéme. Puede que eso no te importe mucho ahora pero cuando llegas a mi edad, es la prueba de que un hombre sirve o no."

Anya intentó describir lo mejor que pudo la expresión lasciva y experimentada en placeres que Nonette le había dirigido por encima de una copa servida en el pequeño bar de la sala de recreación. Estaba tan ocupada tecleando que casi no prestó atención a la conversación entre Luciano y Gino, sentados en una de las mesas individuales, jugando ajedrez. Entre los períodos de silencio debido a la concentración de un contrincante u otro, pudo captar retazos, sin embargo, hasta que desembocó en algo que no vio venir, debido a la falta de interés.

Gino comenzó a batir las palmas en sus muslos y a golpear la superficie de la mesa. Había ganado otra vez. Bradley dejó escapar una exhalación que daba a entender que su puro se había consumido.

-¡Soy el Rey del tablero otra vez!

-No sé qué mérito tiene cuando en mi caso no hay nada interesante que pueda pedir por derrotar a un bribón como tú, Weinberg.

Gino probablemente parpadeó varias veces y se encogió de hombros, antes de inclinarse en dirección a su oponente. Anya supuso que estarían solos pronto y que quizás podrían hacerlo con lentitud hasta que llegara la noche. Le gustaba a Anya la sensación de que caía el crepúsculo mientras que sus piernas se movían hacia arriba y recibía con empuje el ardor de unir cuerpos. A veces eso era más satisfactorio que el sexo en sí. ("Cuando muera será así, igual que perder el sentido, bajar una persiana dentro de mí")

-Dijiste que no tenía sentido para ti apostar dinero.

-Y carece del mismo, desde luego. Mi gloria no se mide por números: ambos somos nobles británicos y por muchos ceros que apostemos, nuestro estilo de vida no cambiará.

-¿Y si hacemos una apuesta? Ya sabes, del tipo "harás lo que yo te ordene hasta la próxima semana".

-Tentador. Si estuviéramos en secundaria.

-Oye, Bradley, yo aún...

-Si, por eso se te ocurren esas ideas ingenuas. Eres un niñato.

Un ruido sordo le indicó a Anya que Luciano había sacado otro cigarro y que tras prenderlo con un "click" de su encendedor, le acababa de arrojar una bocanada a Gino, que tosía, probablemente disipando el humo a pequeños manotazos.

-¿Qué quieres entonces?

Intentó mantener el tono jovial, pero se notaba que el quedarse sin opciones lo alarmaba un poco. Anya lamentó que Suzaku se hubiera ido: una pronunciada melancolía crónica sentaba sin dudas, mucho mejor al aire que las seguramente nocivas segundas intenciones que se entretejían en las palabras aún no pronunciadas por Lord Bradley.

Entonces ella se sintió observada. Casi había llegado a narrar la situación actual con lujo de detalles cuando dejó de teclear en seco, levantando los ojos. Luciano estaba recorriéndola con la mirada. Perezosa, lenta y objetivamente. Por un instante, Anya se preguntó si en realidad no miraba al sillón. O acaso a su uniforme, que había recortado ella misma hasta que terminó por parecerse al de una estudiante despreocupada. Pero no. Un ligero doblez de las cejas y una media sonrisa casi lasciva le confirmaron que observaba las escasas curvas de su cuerpo. Había algo en su manera de contemplarla que le recordaba a los Festivales de la Asociación Agropecuaria, en las que los dueños y entendidos de ganado observaban a los vacunos en escenarios y plataformas, comparándolos y tocándolos, hablando sobre la textura de sus ubres, el color de sus pelajes y el tono de sus mugidos, asegurando que sus carnes habrían de ser más tiernas en unos que en otros y cuáles se preñarían durante la primavera, dando cuántos novillos. La ponía enferma asistir a esos encuentros en compañía de cualquiera de sus familiares, que poseían montones de tierras y aprovechaban su presencia para señalarle a los hijos de los mejor acomodados en la industria británica. Cuando estaba en esa clase de entorno, terminaba sintiéndose otra vaca, solo que con botas de cuero rosa y un vestido ridículamente lleno de volados más grandes que Anya misma.

Entonces sus ojos chocaron con los de ella y hubo dentro de ellos algo parecido al seguro de un arma siendo quitado.

-Una ronda con tu mujer si gano. Puedes tener a una de las mías si lo haces, aunque ahora estén en sus descansos. Es más, si me dices cuál prefieres, te doy la llave de su apartamento y vas a sorprenderla. Aunque si es Soresi, te acompañaré solo para ver su cara...

Un gemido ahogado delató la indignación de Gino antes de que Anya lo observara. Tenía la boca abierta, pronto le tembló el labio y ambas cejas fueron alzadas con disgusto. Era transparente. Puro. Y un poco ingenuo, como un niño grande y fuerte al que había que vigilar.

-Estás bromeando. Yo nunca...

-¿No es esa tu mujer, Weinberg?

Eso desarmó el comienzo de una oración que probablemente terminaba con Gino cerrando el tablero y guardando las piezas, anunciando que el juego se terminaba en lo que a él respectaba.

Anya intentó retomar su labor pero pronto se dio cuenta de que solo fingía con debilidad no prestarles atención. De todos modos, había perdido el hilo de lo que escribía y más le convenía cerrar el documento hasta que su memoria no estuviera tan fresca y maleable, en contacto con la culminación constante del presente, deviniendo en un futuro bastante espeluznante a su ver.

-Mira, incluso si lo fuera, no es una cosa que puedes apostar como el dinero o un reloj. Eso es...denigrante.

Hubo una pausa. La rabia de Gino colmaba el ambiente, esperando a que retrocediera. Pero Luciano probablemente miraba a su compañero con fingida inocencia y manipuladora sorpresa, ambas manos en las rodillas separadas y el cigarro aspirado con lentitud entre los labios. Finalmente se lo sacó y Anya supuso que lo apagó, encogiéndose de hombros. No necesitaba levantar la vista.

-¿Por qué, Weinberg? Una mujer es una posesión más. Tenemos mujeres para que hagan algo por nosotros. Se encargan de esas labores que están por debajo nuestro y a cambio las protegemos de las inclemencias de la tierra y de otros hombres.

Gino jadeó con cansancio. Anya se preguntó cuánto faltaría para que sugiriera a Luciano que discutieran eso afuera. En cierto modo la emocionaba haber empezado una pelea pero también le preocupaba la seguridad de Gino, que era hábil con los puños mientras que Lord Bradley manejaba cuchillos con la facilidad con la cual otros respiraban y el único a la fecha al que ella recordaba no haber visto salir herido por culpa de su temperamento, era Suzaku, que no estaba allí para intervenir.

-Con más razón. No proteges a una persona apostándola.

Luciano se echó a reír. Parecía una hiena sobre un montón de carne muerta. Dichoso y convencido de que estaba a punto de satisfacerse.

-Si ella no es tu mujer, ¿por qué no lo dices? ¿Es que tu mujer es el Número, Kururugi?

Gino suspiró y se puso de pie. Anya estaba temblando como si la hubieran golpeado y tenía un gusto muy amargo en la garganta. Una furia poderosa en su ridiculez la poseía, pese a que siempre fue una persona contenida.

-Fue un buen momento hasta ahora, Lord Bradley. Me despido. ¿Anya...?

Luciano soltó una carcajada seca y despectiva. Ambos estaban mirándola, así que tuvo que subir los ojos, en los que luchaban por agolparse lágrimas que Anya abortaba al borde. Una voz más dura, juguetona y experimentada le había enseñado cómo hacerlo, cuando era a penas una niña. Los antipsicóticos nunca la frenaron.

-Necesitas ser un hombre de verdad para aceptar la responsabilidad de poseer a una mujer, Weinberg. No te culpo por huír. Así son los niños.

Algo parecido -pero más resentido y menos provocativo- se formó en la mente de Anya con respecto a Gino, pero trató de no exponerlo, encogiéndose de hombros con la mayor de las indiferencias.

-Nos veremos a la hora de la cena, estimo.

-Espera, Gino.

Dos pares de ojos se volvieron hacia ella, luego de despegarse para enfrentarse unos instantes en los que se dibujó una despedida.

-Juega si quieres.

-¡¿Qué cosa?!

Él frunció el entrecejo asqueado e incrédulo, como si acabara de colmarse de deudas absurdas.

-Que juegues. A mí no me importa. Y de todos modos, ya has dicho que no te pertenezco. Pues bien...

-¿Ya ves que a ella no le importa? Es una buena mujer. Se presta para que su dueño haga lo que tenga que hacer con ella.

Anya le dirigió una mirada venenosa a Luciano por encima de su diario, que se encargó de poner a un lado para observar la partida que estaba segura, tendría lugar.

-Anya, bajo ninguna circunstancia...

-Pero es mi decisión...

-¡De todos modos!

-Weinberg, ¿tienes miedo de perder? ¿De eso se trata todo esto?

-¡No te metas!

-Gino...

Anya le dirigió una mirada que se expresaba por sí misma. Decía: Basta ya. He tomado una decisión. Complementó la idea:

-Si tú te vas, jugaré yo con Lord Bradley.

-Y vaya que nos divertiremos, Alstreim.

Una oleada de asco y desprecio recorrió a Anya, pero intentó ignorarla.

-No digas tonterías...

-Has ganado tres rondas seguidas. ¿Por qué ibas a perder?

-Es lo mismo que quisiera plantearle yo, si me diera lugar.

Gino se quedó estático un instante, como si tuviera una enorme jaqueca y estuviera decidiendo entre los sedantes, las aspirinas o un remedio natural que consistía en golpearse con un martillo para dormir hasta el día siguiente. Por el aire grave con el que volvió a sentarse, sirviéndose más whisky, Anya dedujo que habría escogido la última opción y eso la satisfizo de alguna forma. Se decepcionó a sí misma al notar que hacía eso solo para probar el interés que tenían por ella, la naturaleza del mismo y su magnitud. Era suficiente como para que Gino luciera enfermo pero no tanto como para que la mera idea de perderla lo enloqueciera y es que algo era cierto: no estaba muy seguro de querer siquiera poseerla y eso causaba en Anya un gran vacío que quizás solo podría llenarse con sangre y semen. A esas alturas, daba igual de quién fuera. Daba igual. ¿Recordaría todo lo que no escribiera, de cualquier modo? Podría luego inventarse un desenlace que sí le gustara, una vez que ordenara sus propios sentimientos.

-Si gano, no quiero tomar un bledo de tus mujeres, Bradley. O quizás sí vaya a ver a Marika Soresi. Solo para decirle que no está con un hombre de bien.

Luciano volvió a carcajearse, prendiendo otro puro y acomodando sus piezas negras nuevamente.

-Y a mí no puede importarme menos. Algo más de las mujeres es que si pierdes una, consigues otra y ya. Todas son más o menos iguales. Y tengo de sobra.

Anya se preguntó cómo demonios era uno de los hombres más codiciados de la milicia y llegó a la conclusión de que perseguían más el título, el uniforme y en suma, el estatus, que al individuo cruel que los portaba. Aunque una parte dentro suyo también se preguntó cómo sería acostarse con alguien que te consideraba prácticamente un animal a su servicio y consumición, que tomaba sin entregar absolutamente nada, excepto quizás humillación pública. Una curiosidad morbosa le hizo cosquillas y Gino perdió un peón, sobresaltándola.

Media hora más tarde, decir que Weinberg había sido masacrado en la pequeña réplica de un campo de batalla, era ser amable. Anya se preguntó -más bien, conjeturó para sí misma, tras dar un par de miradas acusatorias al probable culpable- si Lord Bradley no habría fingido una mala racha desde el principio con la intención de empujar a Gino hacia esa apuesta dudosa. Este último parecía contenerse a duras penas de llorar a gritos y golpear a Luciano. Quizás por Anya o por un sentido del honor que no admitía esa clase de arreglos y porque sin duda alguna, estaba convencido de que acababa de perder su alma en una ruleta rusa de dignidad humana.

-Es importante que un británico sea un buen perdedor, Tres. No nos sucede muy seguido pero también experimentamos el sabor de la derrota ocasionalmente, ¿eh?

El Décimo Caballero apagó su cigarro y dirigió una mirada satisfecha hacia Anya, que intentaba disimular el hecho de que su propia alma acababa de irse de vacaciones. LEJOS.

-En fin, Alstreim. ¿Te desnudarás tú sola o te hago jirones la ropa? Y Weinberg, cómo olvidarme de ti. ¿Quieres mirar mientras que lo hacemos? Tienes que darme tu palabra de que no intentarás nada raro conmigo. Desde tratar de impedirme que tome lo que es mío por derecho hasta...bueno, lo que todos sabemos que haces con Kururugi. Es decir, ¿qué clase de hombre no solo apuesta su mujer en un tablero de ajedrez, sino que además la pierde?

-Pero tú dijiste...

-Yo digo muchas cosas. Tú eres el que me prestó atención, Lord Weinberg. Incluso fue un poco aburrido.

El Mario Bross de adentro del diario de Anya se suicidó y una parte importante de ella murió con él cuando se formó "Game over" en la pantalla. Quería escribir un aluvión de pensamientos que la perturbaban, pero entonces la discusión climatizó finalmente.

-No va a ponerle un dedo encima, Lord Bradley. Es deshonroso. Jamás debí acceder a esto.-por lo enrojecido de su boca, Anya creyó oler la humedad del alcohol en sus venas. La naturaleza de Gino era sangrienta, después de todo. Anya, flemática, Suzaku, melancólico y Luciano...

-Pero lo hiciste, Tres. Mala suerte. Ahora, si no te importa...

...bilioso.

-¿No me has escuchado, Bradley? No. Vas. A. Tocarla.

Gino se había puesto de pie y aferraba el brazo de Luciano, que sonrió despectivamente, como si le supiera a muy poco esa amenaza. En seguida se sacó una daga del interior de la chaqueta.

-He estado esperando por algo así, Weinberg. ¿Me lo harás tan fácil?

Anya se puso en modo automático, sabiendo qué significaba y sin terminar de creérselo a sí misma. Dejó el diario sobre una mesita con una lámpara y fue hasta Gino, para sujetarle la oreja derecha como si fuera un crío que no sabía comportarse, obligándolo a inclinarse ante ella con un ojo entrecerrado dolorosamente.

-Diez minutos, Lord Bradley y hay líneas que no deben cruzarse.

Gino iba a protestar (o vociferar, probablemente), con los ojos como platos, pero Anya le torció el codo detrás de la espalda y lo obligó a caminar, tan alto y corpulento como era en comparación con ella, hasta la puerta, empujándolo de una patada para que cruzara el linde.

-En diez minutos podemos hacer muchas cosas, Alstreim.

Luciano se echó a reír, Gino temblaba (tenía un aire apocalíptico en la manera en que se agarraba los brazos, sentado en el suelo, como si no terminara de creerse que el mundo era una bola de fuego y la que era o no era su mujer, estaba a punto de volverse cenizas bastante voluntariamente en su favor, sin contar que acababa de perder el derecho a protegerla debido a un sofismo, palabra que incluso se le escapaba) y la puerta se cerró cuando Anya pulsó los botones correspondientes. El cerrojo se abriría doce minutos más tarde. En parte consideró que estaba firmando su sentencia de muerte o algo casi igual de terrible. Pero otra parte suya, más segura y experimentada, con una tonada que recordaba mucho a la de una madre de fuerte temperamento, le recordó que podía con Luciano Bradley, que era igualmente competente y que si la situación se salía de su control, estaba en posición de defenderse y dar buena batalla, más allá de que sus habilidades en el ejército fuesen más importantes en lo que a pilotear Knightmares se refería y no combate cuerpo a cuerpo.

-¿Has escuchado lo que dije antes?

Él volvió a carcajearse, como si hubiera escuchado ya dos veces una broma que perdía originalidad pero no todo su impacto, y se dejó caer en uno de los sofás, señalándole a Anya el cojín a su lado con una sonrisa que recordaba más bien al gesto de mostrar los dientes que hacen las serpientes al danzar con una presa a la que han hipnotizado.

-Ven, Alstreim. No diré que no muerdo. Pero incluso si lo hago, ¿hay sangre dentro de ti?

Anya crispó levemente las manos al avanzar hacia Luciano, recordándose que tenía un cuchillo guardado en uno de los bolsillos de la falda, una pistola en el abrigo y que Lord Bradley se había accidentado uno de sus brazos la primavera pasada. Probablemente un golpe bien dado, con la gracia del clima frío, acercándose Navidad, podría lograr que retrocediera si era pertinente.

Se sentó a su lado con más recato del que acostumbraba mostrar. Por más de un motivo se sentía incómoda alrededor del Décimo Caballero. Solo había que ver las fotografías de los prisioneros que estuvieron bajo su responsabilidad -especialmente las muchachas, varias más jóvenes que Anya, pues muchos ejércitos, faltos de hombres, entrenaban niñas- para saber que era un cobarde y de los crueles. Luciano Bradley no era un ser humano, sino un monstruo. No era tampoco un Caballero de Asalto, sino un asesino a sueldo con suficiente maña para saltarse los escalones hasta el puesto que le permitía aún más terroríficas libertades. No se trataba de un accidente con uniforme, sino de un asesinato. Masivo. Y sujetaba los hombros de Anya, le buscaba los ojos.

Ella mantuvo la cordura considerando las posibilidades en pocos segundos. Quizás dejaría que Luciano apretara sus senos, en tanto no se entusiasmara mucho con eso. Podía llegar a permitir que deslizara la mano entre sus piernas, que le levantara la falda y le acariciara los muslos, pero no más. Lo mordería y abofetearía si sucedía. Forcejearían. Anya se escabulliría y pasarían los diez minutos restantes jugando al gato y el ratón hasta que ella se las apañara para dispararle con la pistola aturdidora hasta que vomitara. Luego Gino -que probablemente estaba parado del otro lado de la puerta, hundido en desolación y ansiedad, tratando sin éxito de abrirla a empujones y patadas- regresaría y trataría de darle una paliza a Bradley, pero Anya lo detendría. Cenarían en el cuarto de uno de los dos, haciendo lo posible por evitar a Luciano el resto de la semana y san-se-acabó. Si por otro lado, después del pequeño juego que lady Alstreim estaba dispuesta a ceder - y que no era mucho más de lo que había hecho en fiestas interminables con Claudio Darlton- Lord Bradley pretendía alguna clase de servicio, apretando su dureza contra el cuerpo de Anya en actitud exigente, podía incluirse en la agenda una pequeña paja rápida. Ella no se pondría su cosa en la boca -no le gustaba hacerlo con Gino y realmente lo quería, no solo como amigo. Podía soportar el de Suzaku, pero tenía que ver con tamaños, texturas, olores y sabores, algo vulgar de describir y todavía más difícil de hacer, pero ejecutable a fin de cuentas- y si él no lo aceptaba, el mismo desenlace de antes los esperaría. Quizás agregando una patada en la ingle a las actividades antes mencionadas.

Estaba a punto de abrir la boca para exponer pragmáticamente sus ofertas cuando Luciano se lanzó sobre ella, empujándola contra los cojines. Su mente fue a la deriva. Él le aferró las muñecas con fuerza. Las patas del mueble se movieron encima de la alfombra, chocando contra la mesita de luz donde esperaba el diario de Anya, que se concentró un momento en si el aparato se estampaba contra el suelo y no tanto en el hombre que tenía a palmos de distancia, soplándole su aliento en la cara. Hizo un backup, pero no de lo último que acababa de escribir y definitivamente le interesaría recordar que Gino renegaba de cualquier lazo oficial que pudieran tener, incluso del más leve que se daba a los que compartían cama ocasionalmente. Que había estado debajo de Lord Bradley, era probable que lo recordara luego. Y habría marcas de eso.

-Alstreim, solía pensar que a penas eras "jodible" pero de cerca, temblando, puedo darte un par de puntos extra.

Él acomodó su rodilla separándole las piernas y un ligero sonrojo involuntario cubrió las mejillas de Anya, que olvidó lo que iba a decir, balbuceando a penas un vago:

-Yo no...-que no alcanzó a terminar, porque Luciano pegó la boca a la suya, sujetándole más fuerte las muñecas, al punto de que ella se revolvió contra el almohadón para que aflojara el agarre sin éxito, pensando que le quebraría los huesos.

Si, "pegar", "unir", "fundir", "coser" e incluso "cocer" es el término para eso que sucedía. Tenía algo de dos entes extraños colisionando y rechazándose, obligados a permanecer por la presión de uno de los dos. Había momentos en los que Luciano empujaba tanto sus labios contra los de Anya que además de lastimarlos con los dientes de ambos, cortaba la sangre corriendo por ellos y pronto dejaba de ser perceptible la línea entre los dos, como si se hubiese derretido dolorosamente. El tiempo se apartó del lugar que ocupaban, al menos para ella, que acostumbraba registrar tan detalladamente los acontecimientos como le fuera posible y eran contadas las ocasiones en las que se nublaba de esta manera. Su carne se unió a la de Bradley, el aliento le fue robado, su lengua empujada y succionada. Estaba como metida en un caldero cuyo contenido hervía, cocinándole, quisiera o no, hasta que perdió toda voluntad. Gimió dentro de su boca, jadeó e intentó separarse más de una vez, siquiera para decir: Oye, más despacio. Me vas a sacar la mandíbula, bestia. Pero Lord Bradley no la dejó. Al más mínimo forcejeo, con más fuerza la empujaba hasta que Anya se rendía, atrapada contra el almohadón, y entonces la insistencia tomaba un ritmo más mesurado en su avance seguro y despiadado. Cuando ella dejó de pelear, su cuerpo dejó de obedecerle. Ardía con ansia. Arqueó las caderas para rozar con la entrepierna, la rodilla de Luciano, pero solo consiguió que él se apartara (para su gran frustración, dejada traslucir con un ligero y breve sollozo estrangulado) y que sus pulgares comenzaran a frotársele tan fuerte contra las muñecas, que casi se las rompe. Dejándose estar de nuevo, se preguntó cuándo Luciano deslizaría una de sus malditas manos hasta su bajo vientre para romper el hechizo que la enloquecía como a un animal.

Se sentía tan hinchada ahí, entre los muslos, que estaba segura de llegar en solo un par de minutos frotando o quizás una rápida penetración, que ya no le parecía algo tan terrible. Pero era consciente de que -si bien no llevaba una cuenta precisa- sus minutos se evaporaban y que ni siquiera le estaba permitido devolver el beso: si intentaba colaborar con esa suerte de ataque, Lord Bradley le succionaba la lengua y jugaba a arrancársela hasta que ella ahogaba un sollozo. Quiso soltarse del agarre para palpar en la ingle del afamado Vampiro de Britania, que se burlaba de esta manera tan desconsiderada con ella, para ver si seguía actuando tan macho mientras que se la meneaban, si acaso su cuerpo no se relajaba por completo y sus defensas se iban al demonio. Pero Luciano le concedió esta licencia solo un instante para aprisionarla con los dedos entrelazados en ambas manos, juntando las palmas de una y otra, varias veces, con intervalos que hacían eco a las presiones de sus bocas.

Anya descubrió, avergonzada, que podías llegar con un beso y que para bien o para mal, no le disgustaba tanto el Caballero Diez. Respiraba agitada y estaba molesta cuando se separaron, Luciano dejando escapar un suspiro. Sus mejillas estaban muy subidas de tono, su falda desarreglada dejaba ver la ropa interior mojada, sus medias de lycra bajas por el movimiento, el cabello despeinado, gotas de sudor a lados del rostro, un estremecimiento fruto del exceso relajo, los pezones erectos bajo la camiseta negra. No llevaba sostén nunca. No había mucho que sostener, para ser francos, a su ver.

Para cualquiera que los viera, parecía que habían cogido duro, con ropa. Luciano apoyó la frente en el hueco del hombro de Anya y aspiró, dejando escapar una risita. Ella esperó por el peso del resto de su cuerpo, ansiosa de comprobar si también la experiencia había sido intensa para él. Luego planeaba empujarlo para cambiar lugares y hacerle un oral, quizás ofrecer un sesenta y nueve. Contempló el beberse su esperma si no era muy salado e incluso metérsela hasta la garganta si no olía mucho, ni era demasiado grande. ¿Qué más daba Gino? Que entrara y los viera coger. Pudo haberse evitado todo si hubiera dicho de buenas a primeras: "Sí, es mi mujer, como mínimo, teniendo en cuenta que se la metí en cada orificio que tiene y más de una vez. No jodas con ella, Bradley." Pero eso era algo para un hombre y Gino era todavía un niño, certeza despectiva que Luciano había señalado ese día, pese a que Anya era consciente de ella hacía tiempo ya, como si esa voz más experimentada en el arte de la guerra y los amantes, se lo hubiera susurrado entre carcajadas desde que esa aventura de límites dudosos comenzara.

Justo entonces se oyó un ruido de cristales rotos y una maldición pronunciada por una voz conocida. Ambos levantaron la mirada, separándose instintivamente, más presas de la alerta que del miedo a algo incorrecto en lo que pudieran ser observados. Gino estaba parado en la entrada del balcón, con una pistola láser en las manos y gran determinación en sus ojos, furiosos y aterrados. Anya rodó los suyos y suspiró, cruzándose de brazos y preparándose para soltar un pequeño sermón. Reponer el vidrio blindado y justificar la ausencia de ese ítem a esas horas, sin ningún reporte de querellas externas, requeriría una explicación a Bismarck cuando leyera el informe del Departamento armamentístico y de mantenimiento. Suponiendo que no se mataran entre ellos y que Anya no acabara también muerta. Quizás en ese primer caso, bastaría con exponer delante de Nonette que los hombres eran imbéciles.

-Muy macho, Weinberg, ¿jugando a Misión Imposible? En el tiempo que te tomó trepar por las enredaderas, se quitó el seguro de la puerta.

Gino jadeó, haciendo una mueca y levantó la pistola.

-Tú y yo tendremos un duelo.

Luciano se echó a reír, poniéndose de pie. La chaqueta distintiva del uniforme era lo bastante larga en su caso como para ocultar cualquier consecuencia de la cercanía, si es que la había. Anya sintió rabia al pensar por un instante que él pudiera ser indiferente a ella después de prácticamente violarla de boca a boca.

-¿Por una mujer? ¿Vale la pena, Weinberg? Hay muchas en esta época, teniendo en cuenta que ahora también van a la guerra con nosotros.

-Por mi honor. Y el de ella.

Gino guardó la pistola en la funda sobre el cinturón, para quitarse uno de sus guantes y arrojarlo a los pies de Lord Bradley.

-¿No hay remedio, entonces? Dime cuándo.

-Ahora mismo. Elige tu arma y...

No le dejó terminar la frase y como estaba ocupado irguiéndose ante cada palabra solemne, tampoco pudo esquivar la daga que voló de inmediato por el aire para enterrarse en su hombro derecho.

-¡Gino! Eres una jodida bestia.-estatizó Anya, hablándole a Luciano, sacando su propia pistola y llegando en menos de un par de saltos a inclinarse junto a Lord Weinberg, que tuvo días mejores e insistía en buscar con su mano izquierda (la torpe e inútil) el arma de la que dispuso momentos atrás.

Toda la excitación se había disuelto. Lord Bradley era de nuevo un tigre cebado con sangre humana que le provocaba rechazo a Anya, más allá de cualquier atracción pasada. Tuvo que ver con la química y las sustancias involucradas habían vuelto a sus respectivos gabinetes. Para bien.

Luciano se encogió de hombros y se dirigió a la salida, prendiendo uno de sus puros mientras que Anya sostenía -dolorosamente adrede- la herida de Gino para que dejara de sangrar y marcaba el número de emergencias en su celular, su pistola en la falda. Les habló de nuevo con apatía juguetona, antes de que la puerta se cerrara a sus espaldas, a penas mirándolos girando a medio rostro, sonriendo con una mezcla de gracia y desprecio.

-Tu novia tiene buen sabor, Weinberg. Si tienes ganas de jugar de nuevo, apostemos por algo permanente.

-¡Bastardo!

-¿No diste bastantes problemas ya?

Gino se retorció cuando Anya le clavó las uñas en la muñeca, ni bien trató vanamente de hacer mano al arma de la irrupción.

-¿Y Alstreim? Si alguna vez te cansas de las responsabilidades de ser un Caballero de Asalto o te ves degradada, házmelo saber. No me molestaría que te convirtieras en una de mis valkirias. ¿Has escuchado siquiera a una de ellas quejarse en su tiempo libre?

Levantó la mano para saludar, antes de que las placas de metal cubrieran su figura. Anya lo reflexionó solo un instante, tras dar la petición de una camilla para Gino. No lo haría en un millón de años, pero lo que Luciano había dicho era más o menos verdad. Se rumoreaba que tenían prohibido hablar con otras personas ajenas a su comandante y camaradas, fuera de recibir órdenes y dar informes, pero en general parecían satisfechas con sus existencias. Se movían por los pasillos con la ligereza de estudiantes enamoradas y satisfechas de sí mismas, como si fuera de ellas y Lord Bradley, el resto del mundo careciera de sentido. Era algo que anteriormente le revolvía el estómago, pero quitándole la daga con cuidado a Gino, mientras que él le apretaba la mano y la observaba como si fuera ella la que estuviera lastimada de gravedad, pensó que al menos, esas muchachas no tenían que preocuparse porque Luciano las considerara "amigos" con tetas que estrujar. Eran definitivamente menos que él ante esa visión chauvinista, como mascotas que podían follarse, por lo que nunca estarían en la misma línea. Y sin embargo, ese hombre cruel las hacía sentir mujeres, quizás todo el tiempo que le quedaba cuando no se ocupaba de asesinar con el Percival y de llenar formas interminables, como Anya había probado en pequeña medida.

"Pero no me apetece un hombre tan monstruoso. Solo quiero que este niño madure."

-¿Te lastimó? Si te lastimó...Anya, solo deja que...

-Nada. No me hizo nada. Ibas a hacer que te matara por nada. Eres un idiota.

La miró con sorpresa, como si solo hubiera oído la mitad de lo que dijo. Típico en él. Cuando llegaron los paramédicos, Anya pensó -y algo la apuñaló con esa idea, si bien el frío corría ahora por sus venas- que quizás Gino era un hombre, pero no el suyo y si ese era el caso, nada que hiciera con Luciano cambiaría ese hecho. Quedarían los recuerdos de lo que ahora era el presente y probablemente la frustración ligera de saber que nunca se daría el lujo de ese polvo que le interrumpieron y que este último tampoco devendría en un caliente trío, con ella de protagonista. Hubiera sido una foto fantástica. Mejor que Gino pinchando una papa y tratando de arrancarle una sonrisa con pésimos chistes, en la enfermería, donde cenarían juntos por espacio de una semana.

Code geass/Luciano x Anya (non consensual), Gino x Anya, menciones de Gino x Kallen y Suzaku x Anya/NC-17.

01.Rojo. Tabla Colores. Misión insana.

Sed nobis

El viento muere en mi herida.
La noche mendiga mi sangre.
Nada-Alejandra Pizarnik.

Anya despertó a media noche, exactamente. El reloj daba campanadas ancestrales en la sala común, donde se había quedado dormida horas antes, luego de que Gino le hiciera comer unos bocados de jamón para pasar el valium con unos sorbos de té excesivamente azucarado.

-Supervisaré a los mecánicos para que preparen el Tristán y el Mordred. Podremos reunirnos con Bismarck, el Príncipe Schneizel y los demás. Una vez que sobrevolemos el Pacífico en aguas internacionales recibiremos las coordenadas, ¿de acuerdo?

Anya quiso replicarle cortantemente que ella había estado tan presente como él cuando su superior envió el mensaje, transmitiendo su imagen en la pantalla ante ellos, menos de una hora antes. Las líneas de comunicación que utilizaban eran a prueba de intervenciones pero no se sabía hasta qué punto los Caballeros Negros, inactivos durante meses desde la nueva desaparición de Zero, tenían acceso a tecnología terrorista para hacer mano de sus mensajes. Y Lelouch, con su autodeclarado reinado todavía en prendas de Ashford, también era intrigante por ese lado.

"Ser el Caballero de la puta armadura dorada en el cuento, te ayuda solo a ti", hubiera querido decirle ácidamente a Gino, todavía débil por lo que había visto en las noticias: el tirano improvisado anunciando que mató ni más ni menos que al Rey Charles, al que ellos juraron lealtad, para bien o para mal.

¿Suzaku lo había ayudado a hacer eso? Espantoso, denigrante, de la nada golpeándole en el medio de la cara. ¿Eran gays y follaban como locos? ¿O qué? Arthur también desapareció menos de una semana atrás y Anya llevaba un mes sin perder la consciencia, así que estaba preparándose para que la asaltara una intensa marea negra de un momento a otro, dejándola sin la cuenta de los días durante dos meses corridos, quizás un año entero como cuando ingresó en la Academia fundada por la Reina Marianne para convertirse en piloto.

La última vez que vio a Suzaku -y lo daba por muerto, pese a las tozudas investigaciones que Gino insistió en liderar, tras convencer a Bismarck de que ambos permanecieran en la sede del Área Once, dándole informe periódico- fue en esa extraña Isla de Kamineyima. Había despertado exhausta y moviéndose: él la cargaba hacia el Mordred, estacionado en mitad del bosque, cerca del Lancelot.

-No quiero nada de ti, ¡suéltame!-pero su voz no sonó muy potente que digamos y él le ofreció una sonrisa amarga, soportando un par de puñetazos que ella se sintió obligada a descargar en sus hombros.-¿Qué quieres de mí? ¡¿Vas a violarme o qué?!-Anya apretó los puños, intentando no temblar y él dejó que se parara sola, sujetándole una de las muñecas, abriendo la cápsula del Mordred con la contraseña de ella, que se sabía, al igual que la de Gino, del mismo modo en que Anya tenía anotada la del Lancelot.

-Adiós, Anya.-le acarició la mejilla y eso fue todo. Ojeando el trabajo del Conde Maldini, llegó a la conclusión de que era probable que hubiera sido "Gesseada" o como se llamara eso con lo que el pequeño tirano homosexual lavó el cerebro de la corte.

El sillón era más grande que su cuerpo estirado. Había una manta cubriéndole. Gino la habría traído (la droga disolvió los pormenores cronológicos del momento exacto) antes. Hicieron el amor debajo de ella, a penas descorrida, después de que él le pidió que comiera y durmiera mientras que se encargaba de preparar las máquinas. Estaba muy exhausta para protestar y ya desde la noche del Freya, cuando la última conquista potencial de Gino se le escapó entre las manos a este, humillándolo y abandonándolo, justo como Suzaku haría después con ambos, que el lazo que existía entre los dos antes de llegar a aquellas tierras, se estrechara de nuevo en la desolación. Fue como si buscaran oxígeno al borde de la asfixia, uno en la boca del otro. Pero Anya no era tan ingenua como para creer que ese acto desesperado era también cierto. Gino quería forzarla en un estereotipo que no aprobaba. Quería cuidar de ella, cuando desde que recordaba entre huecos de inconsciencia, luchaba por pararse sola. Y no se trataba de ayudar a Anya, sino de salvarse a sí mismo, con la participación secundaria de ella, que sabía perfectamente que incluyeron a Suzaku en su relación tirante para evitar lastimarse el uno al otro. Era bastante como una pelea de vida o muerte.

-Es bueno verte...en tan grato estado...Alstreim.

Anya miró por encima de su hombro y no tardó en incorporarse sobresaltada en el sofá. Lo primero que hizo fue pensar en la pistola que llevaban consigo reglamentariamente y por precauciones lógicas, sin importar el día o la hora, algo propio del oficial de rango más insignificante. Horas antes Gino la ayudó a sacarse la chaqueta (que descansaba en el respaldo del sofá, con el arma en el bolsillo) y las botas, ahora debajo del mueble. También le removió la ropa interior para tener acceso a la zona entre sus piernas y probablemente sus bragas estaban ahora bajo la manta o entre alguno de los almohadones. Anya se sintió desnuda y tuvo escalofríos. Esa voz...

Estaba parado ante ella. Era tangible, sólido, a pesar de estar difumado por la confusión que reinaba en la hora, el reciente despertar de una pesadilla formada a medias (que con suerte no habría terminado), la información procesada en el día y la droga ingerida. No un fantasma. O en todo caso, uno que respiraba difícilmente. Parecía listo para...

-También estoy...a punto de partir...en un viaje...Tristemente, Alstreim....no han reconstruído...mi Percival, así...que tendré que buscar...mis propios medios.

Aunque fuera vestido como un civil, los nobles británicos irradiaban el poderío de pequeños reyes. Y este en particular expelía un aura de peligrosidad pronunciada. A la media luz de la sala común a esas horas, no pudo ver su rostro sin forzar la vista. La parte más racional de su mente le indicó que no tenía por qué alarmarse. Ambos eran camaradas, después de todo, a pesar de que ella ignoraba que él seguía vivo. Nadie se molestó en decírselo. Anya no preguntó cuando salió de una rápida revisión en el área médica, esperando encontrar a Gino en los pasillos, también intacto y agradecido de verla. Este la abrazó hasta que le sonaron los huesos y él se rió enérgicamente, mientras que ella suspiraba aliviada, casi en silencio.

Momentos atrás tenía una cantidad especial de quejas que dirigirle con respecto a su comportamiento al que en apariencias, ya no era el Caballero Número Tres, a menos que reinstauraran pronto a filo de guillotina el viejo régimen. Ahora solo pensaba en la cantidad de paneles, paredes, escaleras y divisiones de metal, ladrillo y yeso que la separaban de él. Que sus gritos nunca fueron potentes y que difícilmente se escucharían. Se corrigió de inmediato: ella no gritaría. Quizás lloraría un poco. Sus emociones estaban heladas y tardaban en descongelarse. Si algo terrible tenía lugar (dentro suyo, una luna brillante le indicó pormenores deformados en la oscuridad. Algo que toda mujer sabe. Algo que induce a las que viven solas a fijarse dos veces en los cerrojos y trabas de las puertas y ventanas durante la marea alta y a pedir que alguien las escolte amablemente hasta sus hogares si pasa del atardecer, incluso si ya son mayores de edad y portan una Luger enfundada bajo el cinto), la carbonizaría sin darle tiempo a reaccionar fuera de mecánicamente. Una defensa lánguida, quizás eficiente, tal vez solo patética.

-Alstreim...necesito...tu ayuda. No te importaría...dármela...¿cierto?

A Luciano Bradley le costaba pararse y sin embargo, algo en su postura, sumado al aire que le rodeaba, era atemorizante. Anya se dio cuenta solo entonces de que le tenía miedo desde un principio. Un miedo casi animal, ancestral y poderoso, de sentirse acorralada. Notó que nunca estuvo a solas con él. Siempre alguien, cualquiera, intervenía en el ambiente. Mónica la había arrastrado lejos para hacer papeleo. Nonette se quedó bebiendo en más de una ocasión cuando ella tipeaba y Bradley fumaba en un rincón. Gino solía recorrer por las celdas de prisioneros femeninos cuando Luciano se encontraba en la misma sede que él y Bismarck a menudo pedía que los trasladaran juntos para supervisarlo. Era un buen guerrero pero le gustaba la masacre y esa era una de las adicciones más espeluznantes que existían en el poder militar.

-Desvístete...Alstreim...Te llamaría..."Seis" pero...ya no tenemos...números, ¿verdad? Ni monitos...qué pena.

Fue entonces cuando el cerebro de Anya y su cuerpo separaron caminos como si las voluntades de uno y otro estuvieran enfrentadas. Una fuerte ola de calor la envolvió inexplicablemente y se encontró haciendo lo que le pedían. Había estado dominada por algo parecido anteriormente. Comenzaba a ver borroso y el mundo a su alrededor a hacerse pequeño hasta que parecía pasar por la mirilla de una puerta cuyo propietario ni siquiera era ella. Entonces, las ausencias. Así como su apreciación de Gino había cambiado en a penas minutos, también la de esas páginas en blanco sumadas a su diario por un ladrón de tiempo cuya cara desconocía. Después de todo, aunque a veces desaparecía sin motivo aparente, también lo hacía en situaciones de tensión y si bien a veces "despertaba" a un mundo en el que había perdido amistades o buenos tratos con personas que le agradaban (solo Lord Weinberg y en su momento, Suzaku, permanecían indiferentes a estos acentos. Fuera lo que estuviera dentro de Anya Alstreim, esperando a echar las garras sobre el control de su persona, tendría ciertas preferencias en común con ella), también era cierto que sus problemas a menudo estaban resueltos cuando recuperaba el conteo de los días. Ejemplificaciones tomadas al azar de este fenómeno a su favor: En la Academia, ¿sus notas acababan de irse a pique y la habían castigado obligándola a engrasar los modelos de práctica? Todo negro. ¿Dos meses más tarde? Se graduaba anticipadamente como la mejor de su generación y Nonette Ennegram le colocaba laureles en el cabello, asegurándole que llegaría lejos, porque el espíritu de Luz Rápida Marianne vivía dentro de muchachas como ella (le pareció que alguien reía en alguna parte aquella vez, pero no pudo precisar a nadie en la multitud. Quizás era solo dentro de su cabeza). ¿Gino y ella fueron capturados por tropas enemigas? Una semana. Compartía cama con él, de nuevo en el cuartel general y si le preguntaba qué sucedió, decía entre sueños, entre divertido y humillado: De acuerdo, Anya, salvaste mi vida. No lo habría logrado sin ti. ¿Satisfecha? Y lo más reciente, en su breve tiempo como estudiante de Ashford: ¿Había otras chicas pululando alrededor de Lord Weinberg, tratando de robarle atenciones, arrojándole feromonas y provocándole con minifaldas y escotes mejor rellenos que los atuendos de lady Alstreim? Bang Bang. Tres días después no había nadie cerca suyo a la hora del almuerzo, pero muchas de sus viejas festejantes miraban a Anya de reojo, llenas de moretones en la piel que enseñaban e intercambiando murmullos aterrorizados al verla avanzar con su charola para sentarse con él.

Se gritó a sí misma que se detuviera sin poder abrir la boca para exclamar nada. Con espasmos frenéticos en su cerebro, su cuerpo parecía anestesiado, igual que una pierna rota o que una muñeca torcida, solo que faltaba el dolor. Aún. Anya tenía la impresión de que pronto experimentaría tanto, que todas sus lesiones a la fecha palidecerían, igual que sus mejillas al observar como de lejos el movimiento que ejecutaban manos que no parecían suyas, desprendiendo los botones de su traje y bajando los cierres pertinentes. La camiseta con el águila real bordada en hilo dorado sobre el negro, la falda plisada y en seguida el brasier (ya desabrochado por Gino, la última vez) fueron arrojados a un lado, sobre uno de los sillones individuales. Se paró erguida como si estuviera formando fila durante una ceremonia o antes de abordar el Mordred en una revisión. Sus pezones estaban erectos, la recorrían estremecimientos, sus músculos se tensaban y estaba agitada, pese a tener la garganta atenazada.

-Es un cuerpo...bonito, Alstreim...es una pena que...Weinberg...lo haya manchado...y el Enumerado.

Lord Bradley avanzó hacia ella. A pesar de la luz tenue, pudo observar su rostro. Aunque Anya no era una muchacha que acostumbrara gritar o llorar (siquiera sentía el impulso de hacerlo en las situaciones que de acuerdo a la sociedad en la que vivían, lo requerían), su aliento se cortó cuando lo tuvo a palmos de distancia.

-Te hubiera violado...Hace años...cuando te presentaron...como prodigio...pero...nunca estabas sola...siempre alguien...contigo...ese Weinberg...

Anya se preguntó cómo Luciano no padecía de ceguera, por qué sus párpados no se habían quedado pegados a sus globos oculares y por último, de por sí, qué hizo para no carbonizarse ante la explosión de los motores. Con la entrega del manual de aprendizaje básico, se explicaban que los casos de supervivientes eran escasos y -al menos cuando Anya se graduó- no se sabía de ninguno que hubiera recuperado sus capacidades motrices por completo y solo después de años de rehabilitación, podían avanzar torpemente.

-Tiéndete...con las piernas...abiertas.

Freddy Krueger. Vieron películas de él. Muy viejas, con más de treinta años, en Ashford. Anya tenía fotos de la pantalla en la sala del Consejo estudiantil. Gino la rodeó con los brazos cada vez que apareció para cobrar su víctima, clamando que la protegería. A ella le parecía un villano de quinta categoría que no daba miedo, pero pensó que esas heridas eran espantosas, pese a la baja calidad del maquillaje para lograrlas. Sin embargo, escuchaba el corazón de Gino latiendo fuerte y se quedó dormida con la cabeza en su hombro, sabiendo que la cercanía era por él y no por ella. Eso fue antes de que Gino encontrara los anuarios viejos con las fotografías de Kallen Kouzuki, cuando asistía al Instituto para tener una coartada y acceso a rehenes en caso de necesitarlos. Se hizo esclavo de esas imágenes. Por ese entonces ya no compartían cama como antes, pero aún se deseaban las buenas noches y bebían café juntos. Se tocaban y se besaban un poco, pero ella tenía a Suzaku y él se sentía muy lejos. Lejos, como si no hubiera nada que pudiera desear más que meterse en esas fotografías para hacerle compañía a esa chica de pelo rojo que era una hipócrita. "Siempre quieres lo que no puedes tener. También eres un masoquista, por eso te da pena Suzaku" No podía evitar decirlo. Las verdades le asomaban a los labios y se deslizaban hacia afuera aunque resultaran groseras. Le gustaba Gino porque siempre reaccionaba con alegría, del mismo modo en que Suzaku no se enfadaba, pese a reflexionar sus palabras con un dejo de melancolía, quizás tomándoselas en el fondo muy a pecho, tanto como pudiera permitírselo, perdido en sus propios asuntos, densos e infernales. "¿Estás celosa, Anya? No estoy prestándote mucha atención, es cierto..." y con eso cerraba el viejo anuario y la invitaba de nuevo a la cama. Quizás no era tan simple, pero había algo encaminado en aquella dirección y Anya lo aceptaba, antes de beber el sudor de Gino. Leteo.

-Parece que...tú y Weinberg...se han divertido...hace bien poco...

Anya se estremeció bajo su mirada. El rostro de Luciano tenía la piel levantada, rosada y amarilla, deformando sus facciones. Los músculos casi desnudos y cicatrizando a medias. Olía fuertemente a medicación y otra cosa, pero quizás esto último no se debía al accidente, el triunfo de Kallen Kouzuki sobre su monstruosa persona. Anya recordaba una ocasión en la que se abrieron las compuertas de la cápsula del Mordred antes de que el equipo de mantenimiento tecnológico rociara con el limpiador la superficie, después de medir los daños en batalla. Vagamente recordaba lo sucedido, pero cuando los paneles giraron para que ella saltara a la plataforma, una breve lluvia rojiza le cayó sobre la coronilla, algunas gotas empapándole las mejillas. Uno de los médicos que revisaba a los soldados recién llegados le pidió que se hiciera exámenes una semana más tarde, para asegurarse de que no fue más que una mala experiencia. Ese olor.

-Nada...que no pueda...arreglarse...

Sus manos estaban vendadas. No parecían en mejor estado que el resto del cuerpo escasamente descubierto. Hizo sonar sus articulaciones ruidosamente. Del bolsillo de la chaqueta sacó una petaca.

-Y...no te preocupes...Alstreim...mi situación...podrá ser un impedimento...para consumar...totalmente...esto...al principio...al menos...pero no...te dejaría insatisfecha...solo por eso.

Una mueca le partió la cara igual que uno de sus afamados cuchillos. La exclamación -modesta pero presente- que hubiera acompañado los ojos abiertos como platos de Anya -y que en una habitación llena de gente, probablemente solo habría sido oída por Gino Weinberg (que antes de agregar cabello rojo y sangre mestiza a sus exigencias, jamás la dejaba sola), tan leve estaba destinada a ser- fue ahogada en agujas invisibles que la atascaron en sus cuerdas vocales. Su máxima forma de procesar aquello -que no podía ser otra cosa que un sueño- se limitó a una respiración ligeramente agitada.

-Dime, Alstreim...Weinberg...¿te hizo...llegar...? ¿Siquiera...una vez...?

Destapó la petaca de plata, haciendo un gesto con los dedos temblorosos -que a penas le respondían- para que Anya se arqueara. El cuerpo usurpado obedeció y un chillido apagado logró escaparse del agarre invisible en la garganta de la chica.

-No sé si vas...a disfrutarlo...yo lo haré...me restaure o no...pero será bueno...para ti...limpiarte...de esa escoria.

Su risa era seca, quebrada como la de un viejo sifilítico, pero seguía siendo espantosa. Era la misma que llenaba los comunicadores del Mordred coronando las causalidades de Luciano, que le recordaban inminentemente a Anya que no se trataba de ningún simulacro lo que llevaba a cabo, que no eran los hologramas de las clases en la Academia -bastante realistas. No era muy extraño que los egresados en el campo de batallas no hicieran distinciones, a menos que se pararan a pensarlo detenidamente, lo que reducía de manera notoria las posibilidades de supervivencia- sino personas (enemigos, sí, pero personas) a las que asesinaba en favor de un Imperio que en el fondo le daba bastante igual.

-Es bastante...irónico...¿eh, Alstreim...? Él estaba...justo aquí...cuando se trataba...de salvar a un Número...ahora que eres tú...su mujer...la que lo necesita...está cogiendo...con una de esas lindas...mecánicas en los vestidores.

El líquido era repugnante, olía fuerte y ardía como esas crueles palabras y la situación en sí, que no parecía dar signos de llegar al fin espontáneo de una pesadilla en un momento cercano, por mucho que Anya se empujara en los límites de la cordura a donde pensaba que eran los límites del sueño. Descubrió que probablemente, si no se había desmayado, se debía a ese poder sin duda sobrenatural que Luciano infligía de alguna manera sobre ella. Anya se consideraba a sí misma resistente, pese a su complexión pequeña y las pruebas de la Academia, más tarde los chequeos en el ejército, no la contradecían. Más bien le daban la razón y a su vez sus experiencias, tanto las recordadas como las vedadas por huecos en el tiempo consciente. Se preguntó si eso que moraba dentro suyo irrumpiría de un momento a otro o si se habría ido para siempre, con esa voz a la que supo acostumbrarse a oír mientras dormía y que le dijo adiós de madrugada en un grito, poco antes de que abriera los ojos aturdida en brazos de Suzaku, convencida de que iba a ser violada, peleando para evitarlo de ser necesario. Quién diría que le esperaría esto luego.

-Supongo...que te estarás preguntando...por qué demonios...puedo ejercer mi voluntad...con esta magnitud...sobre ti...

De la boca de la petaca caía lo que Anya supuso, por el aroma, que era el brandy añejado que Lord Bradley bebía ocasionalmente en la cantina del salón recreativo y que hacía traer de sus propias bodegas. Golpeó su piel desnuda con un calor abrazador, estremeciéndola por el frío de la bebida y subiéndole la temperatura por las propiedades, sin contar la pena que le causó verla extenderse por encima de sus senos, ereccionando aún más sus pezones, inundando sus axilas, derramándose en su garganta, bajando por los costados de su vientre hasta el tapizado del sillón, entonces obligándola a arquearse cuando Luciando le sujetó uno de los muslos para alzarle las piernas y colocarle la boquilla bien cerca de los labios vaginales. Le dobló las rodillas -por la manera en que se transmutó su sonrisa inquisidora, sabiendo que revolvía las heridas que causaba con sus acciones, forzando la conversación, supo Anya que tocarla le dolía y eso no tuvo nada de reconfortante- para tener acceso a su otra entrada y pasó a encenderle con el fuego espirituoso en donde acababa la espalda. Las lágrimas se le formaron silenciosamente a Anya en los ojos y le cayeron en las líneas anteriores a las mejillas.

-Le prometí...a Bismarck...que no usaría esto...fuera del campo de batalla...no con nobles...pero es una ocasión especial...y tú no dirás nada...¿verdad, pequeña Alstreim?

La soltó para sacar un pañuelo blanco del otro bolsillo de su chaqueta. Anya creyó ver en la luz ambarina y débil, manchas oscuras sobre ciertas partes del mismo. Irregulares. ¿Sangre, quizás? Le temblaron los labios. Luciano abrió los dobleces y guardando entre los almohadones un instante la petaca aún abierta, se extrajo del interior del abrigo, una daga de firma. Colocó la tela envolviendo el mango y acercó el envase de alcohol para empaparla. Guardó la petaca con una mueca siniestra dibujada en su cara desfigurada. Anya hubiera dicho, con tono de alarma: No vas a... Pero ella solo podía mover por centímetros la cabeza frenética e inútilmente, con los músculos del abdomen tensos y los pezones duros. Luciano le separó los muslos de nuevo y colocó el mango entre ellos.

-Recuerda...que es para...limpiarte...Alstreim...quizás no te gusta...pero vamos...Weinberg es un asco...¿no lo crees?

Con una mano empujó la forma fálica despiadadamente, como si acaso estuviera enterrando la hoja, en vez de su parte segura. Con la otra comenzó a viajar por la piel de Anya, extendiendo el líquido para que fuera absorbido por los poros. Se detuvo sobre un pezón para apresarlo entre los dedos lastimados. Anya gimió ahogadamente y él se rió de nuevo, con esa voz de hiena herida, mientras que ella recordaba, entre el dolor que laceraba su interior y la arrancaba por momentos a una lejanía extrema de su propio cuerpo desarmado a plena disposición de un demente, que Luciano sufría al tocarla, si bien no era por ninguna clase de remordimiento, sino por tener la carne de los falanges y palma, viva.

-¿Él...te mordió aquí? ¿O succionó...muy fuerte? Mis marcas...Alstreim...tardan años en desaparecer...si lo hacen.

Un pequeño dibujo rojizo sobre el rosado del pecho delataba lo que Gino le había hecho al desabrocharle el sostén y subirle la camiseta con torpeza, horas antes, tras quitarle las bragas y juntar las ingles, probando terreno. Pero él jamás la lastimó al hacerlo. Las consecuencias del encuentro eran diferentes. Nunca se sintió tan lejos de sí misma, que no fuera por placer o a punto de precipitarse en la oscuridad de una laguna. Gino la tocaba con la musicalidad de un pianista, tomándose el tiempo para que su cuerpo avanzara en revoluciones hacia él. La base sobre la que se movían era falsa, pero los resultados se traducían en la sangre invisible que no sale de las venas, pero se derrama desde el lado izquierdo del cerebro, puesto que Anya no creía en algo tan cursi como un corazón que se retuerce igual que ella ahora, debajo de Lord Bradley, igual que una muchachita de los guettos o una prisionera de guerra tomada al azar.

-Bismarck ordenó...transfusiones...y silencio absoluto...cuando me sacaron...de la cápsula...he estado mejor...digamos...recobré la consciencia...durante el discurso...del Rey Zero...y su Caballero Sodomizado...me reí...es tan...absurdo...¿no crees...Alstreim?

El mango se metía una y otra vez entre sus labios inferiores, que ardían y Anya estaba convencida de que su carne comenzaba a resentirse, abriéndose y sangrando, explicando que se humedeciera con rojo la tela, por lo que contemplaba con la cabeza ladeada. Pequeños jadeos se escapaban de su boca. No sudaba ni continuaba llorando pero su semblante estaba alterado en su anomia habitual. Era humana, después de todo. Eso dolía y la humillaba. Las palabras de Luciano solo coronaban la tortura. Les prestó atención cuando giraron y se derramaron en sus susurros entrecortados por el aire empujado difícilmente hacia pulmones exhaustos, solo porque también era una forma de alejarse y a su vez, porque quería encontrar alguna clave en ellas. Una explicación, no para aquel comportamiento -Lord Bradley era cruel con o sin Imperio alzado. Dale la oportunidad de aflojar sus riendas y tiembla. Pensó que era una exageración en su momento. Ahora se arrepentía- sino para el fenómeno de esa supervivencia sin duda contra toda ley de la loca Madre Naturaleza, si es que esto no confirmaba que no existían leyes, solo libros empolvados en estantes virtuales para entendidos. Inaplicables.

-La mayoría...de los descendientes...de nobles...y británicos en general...han evacuado...¿eh...? Solo quedaba...una enfermera...y Soresi Marika...en el mismo cuarto...no hay...ya acceso...al banco...de sangre...priorizado...para militares...en este país...y pocas medicinas...se acabó...mi sedante...e hice...lo que había...que hacer...para sobrevivir...como ahora...la vida es...importante...Alstreim...pero la movilidad...es lo siguiente...

-¡Ah!

La empuñadura fue empujada diestra y profundamente una última vez. Luciano la removió a penas frotándola y Anya presionó el tapizado mojado en alcohol con la yema de los dedos hasta que esta se puso blanca. Pareció una eternidad de tiempo congelado, pero duró muy poco. "Ese" punto había sido alcanzado y nada podía hacerse al respecto. Sus músculos se relajaron tras la venida y otro par de lágrimas que no sintió formándose, se precipitaron en líneas desiguales a lados de sus mejillas. Lord Bradley sonrió, ligeramente satisfecho en su indiferencia, como si estuviera arreglando un motor y acabara de hacerlo funcionar tras un breve esfuerzo. Continuó con su relato. No parecía interesado en que Anya comprendiera mucho de él. Más bien lucía aburrido, contándoselo a sí mismo para obligarse a salir de la abulia. Anya se dio cuenta, fuera de sí en el peor aspecto, de que violarla no le representaba un gran acontecimiento, pese a que lo encontraba placentero en aquella utilidad que ella quería comprender, más allá de lo espeluznante.

-Mi mujercita...Marika...estaba en coma...tengo que reconocerlo...esto que me pasó...sobreviví...gracias a esta habilidad...ella era humana...lo hizo por voluntad...y suerte...pero su mente...estaba lejos....y no volvería...Alstreim...la británica honoraria...que dejaron ahí...pude levantarme...gracias a ella...es irónico...una Onceava cuidándonos...¿nos querrían muertos...? Muy gracioso...Soresi...esperaba un hijo...mío...pero hubiera...sido idiota...ni con buena apariencia...como Weinberg...Así que me...alimenté...y no me arrepiento...habrá otros descendientes...más mujeres...quizás tú, inclusive...

Anya veía muy borroso, pero lamentablemente, aquella última embestida la había devuelto a su cuerpo herido, pegada como estaba y a merced de Luciano. Temblaba con ligereza. De reojo pudo contemplar una parte de la escena acontecida en uno de los espejos de la sala común, que llegaba a enmarcar en dorado con relieves, al Vampiro de Britania, su rostro deformado y sus manos acechando a la que fuera lady Alstreim, un montón de piel rosada, encendida bajo luces ligeras, estremeciéndose como un ratón al que están a punto de viviseccionar. Bradley dejó el mango de la daga dentro de Anya, que frunció los labios. Chorros de sudor -atípico. Solo después de un gran orgasmo se le escapaban fluídos. Eso, a veces lágrimas, dependiendo de la intensidad. Suzaku se disculpó con ella más de una vez a raíz de esto, convencido de que la había lastimado, quitándole el cabello húmedo de la cara y enterrándose en la almohada junto a su cuello. Gino comprendía mejor, la rodeaba con los brazos, le besaba orgullosamente el lóbulo de la oreja, riéndose y acariciándole el vientre hasta que se dormían. Era solo entonces cuando Anya no repelía tantas atenciones- le recorrían las sienes. Luciano se sacó otra daga del abrigo y un nuevo chillido ahogado le nació a la chica en la garganta obstruída por una mano invisible. Él se carcajeó, satisfecho de su vista, evidentemente.

-Ayúdame...a elegir un punto...¿eh, Alstreim...? Debemos...elegir bien...o te puedes desangrar...o yo aburrirme...mientras que como...no es...mi intención matarte...¿sabes...? No es por ti...se lo prometí...a Bismarck...nada...de nobles...y he cumplido...a nadie le importa...una Onceava...haciendo horas extra...y el diagnóstico de Marika...no era alentador...me deshice de los cuerpos...como me desharía...del tuyo...pero él lo sabría...y se cabrearía...no es que le tenga miedo...pero si fuese a tenérselo a alguien...Bismarck...es un buen candidato...¿no crees...? Una pena...porque me gustaría...meterte las manos en el estómago...y...sacarte el relleno...de un simple tirón...hacerte un collar con tus propios intestinos...cogerte mientras que te mueres...y...meterte los tallos espinosos de una docena de rosas...en la boca...en el coño...en el culo...y en un corte que te hiciera en las tetas...en las cuencas vacías de los ojos donde eyacularía...directo en tu cerebro...Alstreim...y arropándote en la cama de Weinberg para que te encontrara...unas cuantas velas a tu alrededor...pensaría que es muy romántico...¿verdad que sí...? Te destaparía dispuesto a meterte el alegre chipote...¡Y sazz...! Tú...muerta y jodida...un cartelito colgando de clavos en tus hombros..."Bienvenido a casa. Chúpamela"...o algo así...No sé cómo reaccionaría...apuesto a que se mearía antes de llorarte...Alstreim...

El filo de la daga se situó sobre uno de sus tobillos y comenzó a subir, lenta y perezosamente, mientras que la mano de Bradley que no la sostenía, trazaba con los dedos lastimados y ásperos, un camino a seguir por la hoja. No cortaba pero su caricia era firme y Anya se estremeció. El mango encajado entre sus muslos se movía cuando respiraba o temblaba. Estaba húmeda y adolorida. Experimentó verguenza. Manchones de rojo le cubrían las pálidas mejillas bajo los ojos. Aunque hubiera podido hablar, no habría sabido qué decir, ni siquiera si insultar a Luciano. El razonamiento le dictaba que era mejor esperar por su parte un descuido para atacarle, pero al no tener dominio sobre sí misma, tal cavida era imaginaria. Tanto como la posibilidad de apelar a su clemencia.

-En las muñecas...lo mismo que en el cuello...suena muy clásico...en los muslos...podría ser más divertido...con el coño luego quiero tomar lo mío...

El cuchillo viajó por la cintura de Anya, deteniéndose entre sus costillas. Siguió hasta subirle por el pecho, dibujando arcos en sus pezones, mientras que Lord Bradley murmuraba sobre puntos y órganos, venas y arterias, litros de sangre y músculos. Anya estaba demasiado atenta a lo que sucedía en su piel como para prestarle más atención. El corazón le saltaba del pecho. Estuvo a punto de desmayarse cuando la hoja se detuvo en mitad de su persona y comenzó a bajar hasta su vientre.

-¿Qué tal aquí...Alstreim?

Logró abrir la boca, pero cuando se dispuso a empujar un grito por sus labios separados, solo le escapó aire y casi sintió que se le iban los ojos de las órbitas ante la sorpresa. Durante la guerra se había herido antes. Desgarrones, contusas, momentos de inconsciencia, incluso un coma y montones de esguinces, por no hablar de disparos de diversas armas, sónicas y de fuego, incluso de radiación. Pero ninguna le había atravesado de esa forma. Luciano sonrió como si fuera muy sugestivo. La hoja bajó con lentitud y la sangre brotó de la punción, colmando la puñalada como una pequeña copa hundida.

-Siempre duele...la primera vez...pero también...haré que te guste...ya verás...Alstreim...soy un hombre...

Se relamió los labios y descendió sobre su vientre. El frío corría por cada uno de los miembros de Anya, del mismo modo en que sus nervios le enviaban la alerta del daño. La habitación giraba y los colores opacos se comían los unos a los otros, sumiéndose más y más en la oscuridad. "Sé que es una estupidez. Pero existen testimonios de personas que estaban hundiéndose en desesperación. Llamaron a sus seres queridos y fueron oídos de alguna forma. Gino, si me escuchas, por favor...esto no terminará bien." Repitió su nombre una y otra vez. Lo repitió hasta embriagarse de su figura de idiota sonriente abrazándola y de alguna forma, en algún momento, esa imagen que la alejaba de la lengua de Bradley, metiéndose en su herida y follándola, entre risa y risa, provocación y provocación, alternadas todas con inquietantes empujes del mango encajado entre las piernas de Anya, cada vez más vigorosos: se volvió la de Suzaku, sus semblantes melancólicos al atardecer, en los jardines, la terraza de la Academia Ashford y después de follar, en el cuarto de Anya. Esa ausencia de sí mismo que lo hacía parecer una casa vacía, en la que Anya entraba, azotando las puertas y protestando en voz alta. Ese sudor fresco y dulce en su lengua, ese miembro bien proporcionado que sabía otorgarle placer sin desgarrarla, esas manos seguras de sí mismas y a la vez lejanas, como si de a ratos no estrujaran a Anya y su cuerpo entregado completamente, sino a una mujer ya muerta, una figura beatífica y por ende falsa que era imposible alcanzar, igualar, no escupir con desdén (por eso ella ni se molestaba en tratar). Repitió el nombre de Suzaku hasta volver en sí, al borde de un nuevo orgasmo, rehusándose a rendirse tan fácilmente y maldiciendo a Gino, que de seguro cogía sin ninguna preocupación en alguna ducha de los baños femeninos en los vestidores del equipo del departamento tecnológico. Nunca le afectó tanto una infidelidad, si así podía llamarse, porque Anya consideraba lo de ellos, un acercamiento presa del azar, que a veces metía a la gente en licuadoras y las hacía girar en aspas hasta que no les quedaba a estas otra cosa que mezclarse. Y estaba perfectamente justificado su cabreo. "Si salgo de esta, le daré una paliza", pensó jadeando cuando Luciano le metió uno de los dedos vendados en la puñalada, adentrándose más con el mango en su vagina, presionando "ese" punto maligno que le echaba a Anya los ojos hacia atrás, amenazándola con perderse para siempre en un paraíso falso detrás de sus párpados, donde Suzaku no la abandonó jamás y Gino no era tan imbécil.

Sir Bradley era una sanguijuela. Chupaba, succionaba, bebía, sorbía y mordía, abriendo más y más la herida. Anya maldijo su cuerpo, que estaba húmedo, presa del dolor que la convulsionaba sin poder pegar aullidos. Un zumbido le sonaba en los oídos, quitándole la voz a Luciano, que seguía despidiendo improperios entre sonrisas. A penas y pudo distinguir vagamente:

-Medio litro, Alstreim. ¡Haz hecho milagros conmigo!

Después de lo que pareció una eternidad. Veía blanco, blanco, cubriendo como una bruma que se levantaba del piso. La punción le afectaba al respirar. Y estaba mareada, a pesar de moverse en el sillón. No podía estar segura, pero le pareció que la piel de Bradley se había alisado bajo la luz débil, que las marcas se habían hecho sobre sí mismas y eran pequeños relieves. Al borde de la inconsciencia, no podía afirmarlo. Pero la voz de Luciano ya no se arrastraba con dificultades. Ahora se deslizaba fríamente, como antaño y sus manos, oh, sus malditas manos. Se quitó los vendajes tarareando y los dejó caer sobre la alfombra. Sus dedos relucían. Si habían estado gravemente heridos, ya no se notaba. Se guardó la daga del vientre de Anya, tras pasarle la lengua al filo con delicia. Arrancó la empuñadura relamiéndose también, mirando a la joven con burla. El pañuelo que mojara en brandy una hora atrás, estaba más enrojecido que antes. Simplemente lo estrujó para metérselo en un bolsillo, tomándose un instante extra, como probando su textura con placer anticipado. Anya dejó escapar un gemido lastimero cuando esas manos bajaron al cinturón de su dueño y comenzaron a desabrocharlo.

-Estoy agradecido, Alstreim. Deja que te lo demuestre.

"No...", pensó ella sin poder situar la sensación que la embargaba. Era la de estar cara a cara con un lanzador de misiles. Algo había acabado y no podía hacer nada al respecto. Gran desprendimiento y ansiedad en esa destrucción que ocurriría, con el detalle de que le pasaría a ella y quizás nunca podría juntar los pedazos de sí misma para volver a ser una persona completa. Si sobrevivía.

Luciano le separó más las piernas y se las alzó, juntando sus ingles sin vacilaciones. Su miembro no era más grueso que el de Gino, pero sí más longitudinal y cuando se enterró dentro de Anya, esta pensó que no terminaba de penetrarla. Sus caderas se arquearon y jadeó ahogadamente mientras que Bradley adoptaba un ritmo acelerado. Cerró los ojos, sacudiéndose, tratando de controlarse. El punto presionado anteriormente con rudeza, dejaba su rastro de luces siniestras latente. Y estas comenzaron a arrastrarla hacia un pozo sin fin.

Despertó en su cama, dos pisos arriba de donde perdiera el sentido, convencida de que con la pérdida de sangre y en manos de un psicópata, pese a lo que este dijera, sus días habían tocado fin, puesto que Gino respondía a solo cierta clase de clichés y los de comunicación extrasensorial entre personas íntimamente ligadas, le estaban vedados al muy imbécil. Velas rojas iluminaban el ambiente dibujando sombras siniestras en las paredes cubiertas por tapizados infantiles. Anya observó con atención cada esquina del cuarto, afinando los oídos, convenciéndose de que no oía nada digno de alarma y preguntándose si fue un sueño, cuando el resentimiento de su cuerpo le hizo saber lo contrario. Llevaba puesto un camisón de seda escarlata, extremadamente escotado que no había visto en su reputísima vida (jamás se compraría ella algo como eso. Parecía ropa de burlesque. Gino le obsequió algo parecido en una ocasión, poco después de que se enterara de lo suyo con Suzaku y pretendía que lo usara para darle la sorpresa en su cumpleaños, a lo que Anya le respondió que podía tomar su lugar entre los múltiples encajes ajustados en el pubis) y debajo de este, un vendaje de un par de vueltas, apretándole la herida sobre el vientre, que la saludó con una pulsación al mover los músculos, cortándole el aliento. Le entraron unas ganas terribles de llorar, de gritar, de desgarrar su cubrecama, de expresarse de alguna manera, pero aunque el hechizo que anteriormente le prohibía hacerlo estaba roto, su propia apatía absorbió las emociones que luchaban en tropel por abrirse paso en plan destructivo. Al igual que una esponja, pronto no quedó sino una cucharada de amargura que derramar, un suspiro interminable que soltar y unas lágrimas breves, envolviéndose en las sábanas, demasiado mareada como para pararse e ir a asearse en la ducha, pese al asco que la poseía al ser consciente de qué era lo que tenía allá abajo de sí misma, colmándola por todos los males. Maldijo al monstruo y se preguntó qué sería de él, cuando la puerta se abrió, sobresaltándola.

-¿Te he hecho esperar, Annie?

El alivio la inundó antes que el enfado. Gino, parado allí, con la chaqueta distintiva en la mano y una sonrisa que transmitía claramente una ignorancia total de lo sucedido. De repente, aquella conversación que ella venía retrasando, en el fondo por miedo a las consecuencias de tenerla, estalló sin más, con sus duras palabras brotándole en recriminaciones de los labios. Y no tenía que ver con lo sucedido aquella terrible noche, que fue la enorme gota que rebalsara el vaso, sino con algo que venía formándose desde hacía años en su corazón, como un quiste cancerígeno que acabaría por matarla y que efectivamente, casi acababa con ella.

Después de todo, estaba Anya convencida que de haber confiado en sí misma y no en Gino Weinberg, acomplejado Caballero de armadura dorada, dispuesto a hacerse el protector de todo lo que luciera más o menos bien en faldita, habría salido mejor librada. Al fin y al cabo, actualmente no representaba más que el sustituto desabrido de otra mujer con la que no tenía nada que ver y el consuelo de una amistad rota que a su parecer, ni siquiera fue eso en primer lugar. Era un largo reclamo y un pedido de auxilio no satisfecho. Un montón de lágrimas que no sabía derramar y unos cuantos alaridos que su naturaleza mesurada le imposibilitaba pegar. Eran los arañazos en la espalda de Gino y las mordidas en su cuello, las veces en las que no dijo nada cuando él afirmó amarla, como si no repitiera algo que en realidad era para otra persona. Al menos Suzaku se dedicaba a usarla y hasta se olvidaba de esas formalidades, pese a pedir disculpas por ello. Anya no estaba segura de qué comportamiento era más egoísta, pero sí de que ninguno de los dos había sido justo con ella y de que no eran muy diferentes de Luciano Bradley, su pesadilla, el propulsor de que aquella ola de emociones frustradas, que hubiera nacido mar adentro, no rompiera también en su interior, sino que llegara a las orillas con la fuerza de un tsunami, destruyendo todo a su paso, dejando a Gino pasmado cuando le pidió secamente, pálida y agitada, que la dejara sola de allí en más, que era más un estorbo que una ayuda, que no era un hombre, sino un niño caprichoso y débil, que estaba cansada de fingir y que lo único que él podía proteger, era su propia fantasía de tener todo bajo control en un mundo que se desmoronaba desde antes del tirano.

Comenzó a tartamudear en algún momento y casi vomita un millón de agujas, cuando se encontró con los brazos del cobarde de Gino rodeándola y a él, mirándola como si hubieran naufragado y ella fuera lo único vivo, casi humano, acompañándole, antes de que le hubieran salido colmillos. Y sin embargo, en vez de darle muerte, decidió que ella precisaba de su ridícula ayuda, por lo que Anya deseó morderlo hasta arrancarle también cada gota de sangre. Y la sangre efectivamente le caía de la herida, debilitándola más tras el esfuerzo emocional de pasar por todo aquello. No pudo librarse de su abrazo aunque tuvo la oportunidad de forcejar tanto como lo habría hecho de tener la oportunidad, cuando Luciano...eso borroso, oscuro y terrible, que no parecía pertenecer a la misma realidad. Pronto las duras palabras que le quedaban en el tintero se hallaron apagadas en los labios de Gino y fue mucho peor que antes, con Lord Bradley, porque él ni siquiera tenía un...Guass o como se llamara esa porquería para doblegar voluntades.