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viernes, 27 de mayo de 2011

Code geass/Gino x Anya x Suzaku, Gino x Kallen, Anya x Suzaku, Anya x Gino, Diferentes militares x Anya (Marianne), slight Claudio>>>Anya/Rating NC-17

01.Naturales. Tabla de números. Reto diario.

Que baje la hoz

.1.

Never thought I'd get any higher
Never thought you'd fuck with my brain

Never thought all this could expire

Never thought you'd go break the chain.

My sweet prince.


Auspiciada por los ansiolíticos, estuvo dormida toda la tarde que siguió a la muerte de Suzaku Kururugi, en manos de Kallen Kouzuki, una bestia roja liberada ni más ni menos que por Gino Weinberg. Arthur descansó hecho un ovillo contra sus tobillos. Si Anya lloró, fue en sueños, pero dentro de su cuerpo había un dolor que la hacía retorcerse, igual que en una hoguera. Hoguera. Hoguera. Una voz repitió esa palabra varias veces en su oído durante las secuencias de ojos fuertemente cerrados, al igual que los puños. Hoguera. Esta noche te faltará un hombre. Toda la vida te faltará ese hombre. Era tuyo y te lo quitaron, igual que un niño le roba cruelmente a una niña su dulce y se lo come delante de sus ojos, sabiendo que no puede hacer nada. ¿Eres así de vulnerable, Anya Alstreim? ¿Lo permitirás?

Le dijiste a él que era un masoquista y que no tolerarías que se lastimara más, mientras que ustedes trataban de cuidarlo. La voz se rió con ironía y Anya ardió de furia, ya no dolor. Que lo protegerías de sí mismo. ¿Dónde está ahora? En un hoyo. ¿Y de quién es la culpa? Lo sabes bien, lo sabes bien. Es fin de primavera, tiempo de cosechar. Cosechar, cosechar, Anya Alstreim. La voz cantaba como si una dama de alta alcurnia bailara a su lado, batiendo las manos, encantada de provocarla. En realidad no importaba qué tomara bajo receta psiquiátrica, siempre seguía escuchándola. Misteriosa, sobrenatural, destructiva, dictándole como si fuera una parte de sí misma (habría de serlo, pero no se sentía así. Era una intrusa que nunca se iría, ni más ni menos) cómo atacar, embestir, matar en la máquina y no perdonar. Haz que te respeten. Eres mía, mía, mía. Una voz como una prolongada caricia que la empujaba hacia su destino. Eso era. Eso era.

Anya se puso de pie de un salto para ir a ducharse en un santiamén. Luego se colocó el vestido preparado para el festival en el que sería Reina, junto a Claudio Darlton (duh...), antes de que se cancelara aquella noche tan amena debido a las bajas de la batalla. Mientras que se ponía los pendientes de formas afiladas y plateadas, buscó su celular.

***

“Won't you join me now?
Baby's looking torn and frayed.
Join the masquerade!”
Days before you came.


Los eventos de los últimos días, para Gino Weinberg, carecían de continuidad. Estaban mezclados y alborotados, amontonándose en la puerta de su consciencia con la intención de hacerle dificultosa la lectura de esa realidad que le parecía tan ajena. Y sin embargo era el destino de un tren al que se había subido inusitadamente cuando trajeron a la prisionera, Kallen Kouzuki (en su mente, una y otra vez, la ruta de escape era más segura hacia un final feliz con una princesa guerrera llamada Karen Stadtfeld, pero ella se encargó en tantas ocasiones de corregirlo venenosamente, que terminó asociando ese nombre con un alto peligro de muerte que significaban sus ojos duros, exiliándolo de cualquier posibilidad de hacer memorias gratas) a la prisión para rehenes políticos en la sede de los Caballeros de Asalto. En la que ahora él se encontraba, con la camisa de fuerza que se le daba a los prisioneros británicos comunes y un trato dudoso por parte de los guardias, que no sabían si seguir reverenciándolo como a preso de élite o si empezar a patearlo cuando nadie los veía, como se acostumbraba con los que carecían de casta y nombre o bien tenían uno famoso por la rebelión. Le pusieron un suero durante el interrogatorio para asegurarse de que no estaba bajo órdenes de Zero desde un principio o bien que no tenía lagunas mentales sospechosas que hablaran de la hipnosis que -el líder del levantamiento al que Gino devolvió su carta más importante- usaba. Nada. Solo un encogimiento de hombros, una sonrisa algo triste por la pérdida de su querido amigo, Lord Kururugi y la aceptación de una condena a discutirse todavía, empezando por el aislamiento ordenado por Sir Waldstein.

Como había perdido la noción del tiempo, no sabía bien si por amor había traicionado unos días antes, meses o siquiera años. En la oscuridad, entre sueño y sueño, aunque te dieran buena comida y te preguntaran si estabas cómodo, era fácil volverse loco y tener lagunas mentales. Quizás debí irme con ella. Pero no habría podido. Luchó por salvarle la vida. Kallen se aprovechó de eso y le dio el golpe final a Suzaku, cuya cordura fue empujada al borde ante la amenaza. Gino pudo haberla capturado, pero ya era demasiado. Su fuerza lo abandonó y el odio lo colmó. Contra sí mismo y esa situación. No contra ella, que era una fiera y las fieras mordían, aunque fueran tan hermosas que uno quisiera domesticarlas. Porque además, las fieras no viven mucho antes de que las cacen y les den muerte si atentan contra humanos.

Cuando vinieron a buscarlo, estaba convencido de que ya era la fecha fijada para el juicio e incluso le parecía haber sido avisado en algún momento por sus guardias. Como es la primera vez que estoy cautivo, he olvidado prestar atención a lo que me dicen. ¿Más no abandonó el auspicio de su familia noble sintiéndose encerrado en una perspectiva del mismo régimen que le resultaba deshonrosa?

Preguntó acerca de Bismarck: si iba a estar presente, si tomaba alguna parte activa, si lucía especialmente amenazador. El asomo de una sonrisa se colgó en sus labios, pero los guardias –que no eran tal cosa, como descubriría pronto, una vez que le sacaran la capucha y el sol de un verano que se prometía sangriento e infernal le golpeara en los ojos, después de tantos días recluso en la semioscuridad- solo respondieron empujándolo.

-Lo sabrás cuando sea pertinente.

Y no notó que eran bastante jóvenes. Quizás por los yelmos o porque estaba muy ensimismado en su pesadez al caminar, como el prisionero que era. ¿Y si mis padres me vieran ahora? Hasta hace medio año atrás, si cuento bien, querían aceptarme de nuevo en la familia de la que me excluyeron simbólicamente cuando mataron a mi primer amor delante de mis narices. No lo permití entonces, aunque ya me hacía falta ese calor ocasional de su afecto distante. Probablemente desviarían la mirada, dirían que no es su hijo.

***

Lelouch había recibido la mejor asistencia médica que la Federación China podía ofrecer para la mano de la Emperatriz. Pero ningún milagro. C.C. sacudió la cabeza al mirarla y Kallen prometió recapacitar la oferta que le hizo cuando comenzaron a trabajar como cómplices, temporalmente, hasta restituir las memorias de Zero. Tener un Geass, ¿ella? Vio lo que ese poder demoníaco podía provocar en la República Administrativa de Japón, si se salía de control. Acarreaba muchas responsabilidades. La clase de decisión que toma un líder, no un soldado, ni siquiera de los más intrépidos. Además de que no existía una garantía de que aquel Geass que le proporcionaran fuera útil para la lucha, si nacía de acuerdo a las características de la personalidad de su portador. ¿Y qué si solo hacía que le salieran orejas de conejo cuando estaba nerviosa? Se sonrió tristemente. Gino Weinberg se metió en su ácido sentido del humor dulcificándolo con infantilismo durante sus largas (y no pedidas) visitas a la celda.

Si bien la presencia de C.C.en el cuarto de Lelouch era continua, Kallen precisaba de aire y más que pizza para evitar volverse loca, así que con frecuencia, luego de un par de horas sujetándole la mano y estudiando las notas que Rakshata hizo acerca de las modificaciones palpables de su “violado bebé, la próxima vez, si ves a Lloyd y Cecile en el campo de batalla, no dudes en dispararles por mí. ¡Y dos veces, que no queden ni las cenizas!”, iba hacia la sala común de la fortaleza flotante y miraba televisión con el resto de los Caballeros Negros que estaban en pie a la madrugada o daba vueltas por la cubierta, tratando de alejar de su cabeza al idiota de Weinberg.

“Puedes cambiar. No es tarde. Solo dímelo y…”, Kallen ciertamente no hubiera aceptado nunca y cada palabra de la boca de ese hombre se le antojaba como mínimo ingenua. Pero si Suzaku no iba a llevarle la cena, lo hacía él. Se quedaba el tiempo que fuera necesario hasta que ella comía algo, sin importarle los lapsos silenciosos y las escasas veces en las que Kallen lo insultó, a penas se contentó con apoyarle los dedos en los labios y sonreírle: Stadtfeld, eres hermosa. No te denigres con esa rudeza. Guárdala para el día en que escuches lo que digo y me hagas caso, así volaremos lado a lado en el campo de batalla.

Idiota. Oh, qué idiota. Kallen tendría que haberlo mordido, pero estaba realmente pasmada.

-Qué bueno que llegas. ¿Sabes? Tu novio está en la tele.

Iba a arrojarle lo que hubiera sobre la mesa a Tamaki cuando su vista se fijó en la pantalla gigante.

-Qué mal, más bien. Como nunca has tocado a una mujer, no puedes ni imaginarte lo que pasa por el corazón de una.

-¡Tú sigue fumando, bruja del opio!

Pero Kallen no los escuchó. Estaba demasiado atenta a las imágenes que le presentaba esa transmisión clandestina. Su corazón se detuvo durante la mayor parte de ella, antes de acelerarse vertiginosamente. E inútilmente.

***

Era el escenario de la Plaza Mayor utilizado para celebraciones del Imperio. Había fechas especiales, desde luego. Recolecciones por caridad (Dorothea presidía aquellas que defendían los derechos de los animales, Nonette las de instituciones a favor del bienestar de las mujeres, Mónica recaudaba para financiar equipos deportivos de adolescentes. Los tres más jóvenes se habían mantenido apartados de organizar aquellos eventos. Por melancolía, apatía o falta de responsabilidad en cada caso) en conciertos y actuaciones. Concursos y ocasionalmente, foros de discusión política o anuncios de importancia. Era el lugar al que asistían los hijos de los nobles en representación de sus familias para demostrar una lealtad frívola. Durante estos encuentros, había custodios que impedían por varios kilómetros a los plebeyos introducirse a esa suerte de fiestas privadas al sol del día.

El festival de primavera daría lugar allí y varios egresados de las Academias militares a las que Gino y Anya asistieron se encontraban como público. Gino pudo verse encima del escenario, con las manos atadas tras la espalda, cuando le descubrieron los ojos, heridos por la luz. No supo bien qué sucedía hasta que sus viejos compañeros de batalla se quitaron los yelmos y lo empujaron, señalándole la estaca situada en el medio del escenario, sobre una plancha de metal.

***

“Days before you came
Freezing cold and empty
Towns that change their name
And a horn of plenty”
Days before you came.


-¿Eres lady Alstreim? He oído que comparan tu técnica con la de Marianne Vi Britania, ni más ni menos. ¡Eres toda una leyenda!

Ella ni siquiera recordaba las prácticas que le habían dado tanto renombre. Su vida era un interruptor que se pulsaba solo. Prendido, iluminación, recuerdos nítidos, el diario. Apagado, oscuro, inconsciencia, lapsos en blanco donde aparentemente siguió moviéndose. Impresionantemente a veces. No era la primera vez que alguien se le acercaba para hablarle en ese tono jovial. Ni siquiera un hombre. Aunque pocos se atrevían, esos fallos eran memorables. A Anya no le interesaban.

-Soy Gino Weinberg. ¡Un placer conocerte! ¿Te han dicho que eres muy pequeña? No digo que parezcas débil, claro que no. Es decir…en la televisión te ves un poco más grande.

Era hijo de una de esas familias de estirados. Rico antes de ser desheredado. Ni había que prestar mucha atención a los rumores para saber eso. Lo promovieron hacía bien poco. Se rumoreaba que sería Caballero de Asalto antes de finalizar el año. Era intrépido y valiente. Era hermoso y sacrificado. Era irritante e ingenuo. Anya no supo por qué le prestó atención, si cada cualidad era cancelada por un defecto arrebatador.

“Es un idiota. Pero de los buenos.”

Y quizás era algo que le hacía falta.

***

Ella surgió de la masa de gente, los rostros conocidos que habían adoptado muecas despectivas a pesar del llanto que las contorsionaba. Tenía una capa rosa encima del vestido lleno de lazos, pero había cortado el largo pliegue torpemente, dejando sus piernas descubiertas. La cargaron igual que a una diosa y la depositaron en el borde del escenario, con ovaciones. Claudio Darlton fue menos impresionante, subiendo por la escalera como si fuera a dar una presentación, a pesar de su semblante austero. ¿Gino no le dio una palmada en la espalda a penas un mes antes o le fallaba la memoria? A veces pienso en mi padre y creo que nada de lo que haga podría

***

“It's getting harder
Just keeping life and soul together
I'm sick of fighting
Even though I know I should”
Wouldn't it be good?


Era natural para ella despertar en la cama de un hombre poderoso sin tener ningún recuerdo de lo sucedido, igual que si la hubieran drogado o golpeado en la cabeza. A veces desde días atrás. Cuando residía en el Palacio Aries durante sus años de aprendizaje de etiqueta, era ni más ni menos que el rey el que le decía al abrir los ojos, confundida, que podía retirarse. Usualmente ella estaba desnuda o cubierta muy levemente y entre las piernas le escocía, sucia con algo pegajoso. Sangraba y dolía durante semanas hasta que volvía a perder el sentido y así, desde la muerte, su primera visita a ese lugar odioso, que se perpetuó en deber cuando entró al ejército, inmediatamente promovida por logros en los que no recordaba trabajar, además de su cuna noble.

Lord Waldstein le acercaba la ropa con culpa de padre en los ojos desviados, pero tampoco le decía mucho o nada. Andreas Darlton no era muy diferente, ni Jeremiah Gottwald o Kewell Soresi. Anya conocía muchas camas y no entendía lo que sucedía. Hasta que oyó hablar a alumnas de la Academia a la que fue a formarse un semestre por necesidades burocráticas que Nonette, su tutora, iba a aligerar para que pudiera saltar entre ascensos al tope cuanto antes en lo que refería a la élite militar.

Le dijo a Mónica, que acostumbraba peinarla y llenarla de caricias en hombros y brazos. Fue abrazada entre sollozos. Mónica no le dio explicaciones tampoco. Solo prometió que estarían juntas siempre y empezó una pequeña movida con otras muchachas de la armada para que Anya no estuviera sola, a menos que fuera imposible hacerse de una excusa que la protegiera. Durante algún tiempo, los celos y el desprecio de las demás se vieron menguados. No sirvió de mucho. Los lapsos en blanco venían como olas que rompían sobre su consciencia, llevándose los motivos dibujados, los planes trazados y agendas concertadas.

Cuando supo lo que sucedía, intentó acabar con su vida. De más de una forma. Inútilmente. Tenía doce años y en vez de muñecas, jugaba con modelos de Knightmares a prueba, si es que rendir una práctica podía llamarse de esa forma. En su propia defensa alegaría a sí misma que no era como Suzaku: no se consideraba culpable de un crimen imperdonable. No se odiaba totalmente. No se deseaba muerta. Pero era un envase rasgado del que se escapaban memorias y actitudes impropias, con las que pudo lidiar de haberlas tenido a mano, de estar en poder de hacerlo, de no sumergirse en un vacío sin colores ni sabores hasta emerger para apreciar ni más ni menos que una catástrofe. Se tenía lástima y por eso quería la muerte. Era un grito de salvación, no un castigo.

Anya acercó objetos afilados a sus muñecas sin alcanzar a rasgarse siquiera, antes de perderse en la niebla, el calor repentino, las luces distantes. Una semana sin existir. Probó juntando los antidepresivos que le daban para acallar las voces que juraba oír a veces. Ni bien fue dueña de sus ojos nuevamente, no quedaban rastros de los frascos o su contenido. El escritorio limpio, sus compañeras de cuarto irritadas o preocupadas por sus preguntas que de nada valían. Algo más metódico: ahorcarse usando una sábana atada al cuello, tirándose desde una de las arañas. Recobró la consciencia en clase, cuando le llamaban la atención, amenazándola con abdominales toda la tarde si no respondía una pregunta sobre un ensayo que ni recordaba escribir.

Algo dentro suyo no quería morir y no escatimaba en estrategias, por muy bajas que fueran. Así que Anya hizo lo que pudo por sorprenderle. ¿Pero eso? Fuera lo que fuera, estaba dentro de su mente también y parecía leerla con satisfacción por la falta de imaginación. Si era lo bastante repentina y peleaba contra el vacío que se extendió hacia ella anteriormente, podía acabar consigo misma antes de perder el control. Simple. Un accidente de tráfico. Un resbalón a propósito en una de las plataformas de abordaje a los modelos de prueba. Un acto incubado en un sentimiento débil, que no llamara “aquello” que había bloqueado sus expectativas antes.

Encontró la oportunidad perfecta durante un receso. En la terraza no había nadie más. En los jardines, algunos de los pilotos jóvenes se recreaban, charlaban en grupos alejados del borde del edificio. Era probable que nadie la notara hasta que se hubiera estampado cuatro pisos abajo. ¿Así y todo? Con severos mareos pudo saltar el alambrado para situarse del otro lado de la terraza, al borde. Sus manos se aferraron al metal como si no le pertenecieran y el calor comenzó a surgir de ellas. Pero Anya iba resuelta. El alivio echaba por la ventana el miedo.

Entonces lo vio abajo.

***

Gino no podía verle los ojos. No habían hablado desde el día en que Suzz…

-¡Lord Weinberg! ¿Sabe que su título nobiliario le sería retirado en breve, con el fallo de su juicio?

Claudio Darlton llevaba puesto el soso traje propio de las ceremonias ridículas, prácticamente el mismo que usaban sus tatarabuelos para fundar ciudades con sus nombres. Levita, pechera, joyas enormes y un sable. Gino no veía esos accesorios aparatosos desde hacía al menos dos años. Anya y él (luego Suzaku) se inventaban todas las excusas que podían para escabullirse de los actos simbólicos y las conferencias que pedían el protocolo anticuado a los Caballeros. Por suerte siempre había una colonia en guerra que necesitaba refuerzos o un territorio a expandir cuyas fronteras se ensancharan difícilmente.

-Pues le informo que hemos actuado con la misma soltura que la disuelta Inquisición hace menos de un siglo.

Gino sumó dos más dos cuando los falsos guardias de aristocrático porte desenmascarado desunieron sus muñecas, solo el tiempo necesario en un mismo movimiento brusco, para atarlas detrás de la estaca contra la que fue empujado. El resultado se negó a emerger con cruel tinta negra. Era demasiado…Él…Esto no se hacía desde que…

Anya comenzó a caminar hacia él con paso seguro y solo entonces intercambiaron miradas, por encima del montón de paja seca que ella depositó a sus pies en la plancha de metal sobre la que leyó más de una vez en reseñas históricas a las que nunca prestó más atención, salvando aquella ligera para estremecerse con lástima hacia los perseguidos de lejanas épocas.

***

“I'll be your father, I'll be your mother,
I'll be your lover, I'll be yours
I’ll be yours.


Estaban en la víspera de su cumpleaños. Refrescaba, ya casi en invierno. Anya cumpliría catorce años y Gino Weinberg quince. Jóvenes lugartenientes.

Oyó los murmullos de los otros soldados y pilotos en entrenamiento. Pronto Alicia Lohmeyer y Viletta Nu estuvieron a sus espaldas. Vaya a saber quién más. ¿Mónica no estaba de servicio? ¿A Nonette ya la habrían llamado aunque sí lo estuviera? No le importaba mucho. Solo podía ver a Gino. Así que solo valía escucharlo a él. Intentaron acercarse cuando caminó hacia la misma línea vertical de Anya, como si conversaran desde un balcón, pero él sacudió los brazos y sonrió.

-¡Tranquilos todos! Lady Alstreim y yo hicimos una apuesta. Eso y nada más.

Luego se dirigió a ella, que ya se sentía celosa. Sus dedos casi sangraban de tanto aferrar los alambres.

-¡Annie, salta, te digo que está bien! Me he vuelto muy fuerte en el frente del Área 16. Puede que estos músculos aún no parezcan gran cosa, pero te juro que lo son. Y tú no has crecido nada.

Ella hizo una mueca. Él extendió los brazos, invitándola. Atrás pronunciaron su nombre. Una y otra vez. Era hastiante. No podía pensar.

***

Gino intentó buscar algo en los ojos de Anya. Lo que sea. Un resplandor vital. Dolor. Ira. Resentimiento. Algo. Cualquier cosa de la cual pudiera tirar para convencerse de que tenía ante él a su vieja amiga, a la que había traicionado con torpeza y casi sin intención, dejándose avasallar por su admiración hacia Kouzuki y su temor hacia Suzaku, fuera de control.

Lo que iba a suceder, aparentemente, le cortó la respiración.

-A-anya…-forcejeó con las esposas, tan apaleado que aún no peleaba por liberarse, sino para acercarse a ella. Claudio Darlton reclamó su atención, aclarándose la garganta. Sus palabras sonaron tremendamente lejanas, sin embargo.

***

I don't want to be forgotten
I can't be alone
So don't you dare leave me
It's like coming home
To a skin that has died”
Then the clouds will open for me


Eran cuatro pisos de distancia. ¿Veinte metros del suelo? Anya no lo sabía, pero se soltó y no le costó tanto como supuso en un primer momento. Hubo quienes gritaron. En la terraza y abajo. No faltaron los que se taparon los ojos, aterrados o quienes observaron fascinados. Hubo aplausos cuando impactó sobre Gino, siendo abrazada bruscamente por él, llevándolos a la hierba húmeda. Él no pudo evitar gemir adolorido. Le había dislocado un brazo aunque ella no tuviera un puto rasguño. Pronto los rodearon. Soldados de menor grado, enfermeras y superiores gritándoles. Gino se sonrió, abrazándola hasta que una de las muchachas tiró de ella (¿Mónica o Nonette? Nonette estaba de servicio, por supuesto que era Mónica, que era prima segunda de Gino y no le gustaba en lo más mínimo dar espectáculo de ser menos importante para uno u otro) y se separaron. Anya lo miró por encima del hombro, obviando los sermones que le llovían encima igual que el sol fuerte que auspiciara su frustrado intento de suicidio, en absoluto amargo. Él se encogió del hombro que no estaba herido y aceptó ir al ala médica. La saludó con una cómica reverencia a medias y ella puso los ojos en blanco, secretamente encantada.

***

Claudio Darlton le descargó un puñetazo en plena cara y le sangró la nariz a consecuencia de ello. El semblante de Anya no cambió en absoluto pero el dolor y la sorpresa lo obligaron a dejar de enfocarla directamente un instante. Hubo más ovaciones. Un grupo de cinco o seis muchachas comenzaron a subir por las escaleras hasta el escenario. Todas cargaban con la misma cantidad de pastizal que Anya y la imitaron en la acción de colocar aquello a los pies de Gino, que a pesar de seguir a medias cegado por la estupefacción de comprender (¡Que debían estar bromeando!), logró patear algunos montones y resistirse con insultos, temblando estremecido.

***

“I wanna take a bath with you
And wash the chaos from my skin
I wanna fall in love with you
So how do we begin?”
I do.


Anya tenía miedo de que alguien descubriera sus tendencias suicidas y que los rumores se extendieran, provocando que la trataran con especial dureza o pena. Ya había una cubierta del tamaño de un abismo entre ella y otros soldaderas entrenadas para ser pilotos. Si bien podía llamarse una distancia positiva a esa diferencia, no quería condimentarla con odio o lástima. Ella esperaba que ese rasgo de su personalidad se desvelara con su muerte, una vez que no pudiera afectarle de forma alguna. Después de ese ridículo accidente, puso esa idea a descansar.

Le sacó una foto en la enfermería. Las muchachas vestidas de blanco ya le conqueteaban y no les hacía caso, a penas halagado caballerosamente por la atención. Anya experimentaba calor en su presencia. No el calor todopoderoso que la empujaba a la inconsciencia, sino uno que la obligaba a permanecer despierta y atenta. Los recuerdos de Weinberg permanecían sin ayuda del diario, después de todo.

-¿Te duele mucho?

Él sonrió y negó con la cabeza, metiéndose una enorme cucharada de helado de cereza en la boca.

-¿Bromeas? Es el Cielo estar accidentado. Si no fuera porque mi agenda se volvería problemática, salvaría damiselas en aprietos más seguido. No tengo que levantarme de mañana para ir a hacer ejercicio ni permanecer despierto hasta tarde en guardia. Y son menos rectos con el régimen, así que me encanta.-le aseguró carcajeándose y Anya casi sonríe también pero no sabía bien cómo tensar los músculos en respuesta, así que siguió sus gestos con los ojos y ladeó la cabeza.

-Constatado.-anunció, guardando la fotografía.

***

“Wedding bells ain't gonna chime
With both of us guilty of crime
And both of us sentenced to time
And now we're all alone”
Protect me from what I want


-¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁ MAL CON TODOS USTEDES?! ¡SÉ QUE NO HE OBRADO CORRECTAMENTE PERO…!

Una corriente eléctrica lo obligó a callar, atragantado con vómito una vez que dejó de sacudirse y el mundo de girar en espiral, a pesar de permanecer atado firmemente. Había olvidado por un segundo que tenía el collar de los prisioneros. Con un voltaje tan alto que debiera ser ilegal. Las caras conocidas eran borrosas. Las muchachas que se acercaron lo rasguñaron y abofetearon también. Le escupieron. Le desgarraron la camisa usando un puñal, exponiendo el pecho, dibujando luego con la hoja afilada, una equis sangrienta. Gino pegó un débil alarido, convencido de que soñaba con un maligno aquelarre, lamentando no poder contarse los dedos de las manos para asegurarse. De cualquier modo, si era una espantosa pesadilla la que había convertido a sus amigos en demonios hambrientos de masacre, lo sabría pronto. Su cabeza empezaría a girar como la de Regan en el Exorcista, Anya tendría colmillos y Claudio Darlton un sombrero de ala en pico propio de los duendes.

Se rió. Una sombra de lo que era su risa, pero allí estaba.

***

“If I could tear you from the ceiling,
I know the best have tried,
I'd fill your every breath with meaning,
And find a place we both could hide”
Blind.


No era el dolor lo que le hacía cerrar los ojos y arquearse. Era…tener ese cuerpo extraño, dentro de ella. Arrancándole sensaciones que no pensó que su piel guardara. Se oía gemir cuando él la lamía o acariciaba y luego jadeaba durante la penetración.

-¿Eres virgen, Anya?

Sacudió la cabeza, avergonzada. Tenía mucho calor aunque era invierno, un año más tarde de lo sucedido en la terraza.

-Pero me duele. Y…me da miedo olvidarlo.

Ella tenía catorce y era Lugarteniente juvenil. Él ostentaba quince en el registro (pero no detuvo su crecimiento, que en el caso de Anya se contentó con unos burdos centímetros) y ya era Mayor. Tenían recámaras individuales.

-Te lo recordaré.-susurró en su oído, moviéndose más despacio.-Eres pequeña. Soy un bruto.

Anya abrió los ojos y la boca para darle la razón, pero entonces Gino le acarició los senos otra vez y ella se vino, por segunda vez en la noche, la primera en su boca, para asegurar comodidad.

-¡Eres…tan…hermosa…ahora!

El ritmo de las embestidas indicó en sombras que él también había alcanzado el clímax, a pesar del preservativo. Ella le había dicho que no era necesario. Tomaba anticonceptivos porque tuvo un aborto espontáneo a los doce años, antes de entender. Fue el motor que puso en marcha que se formara esa relación dependiente. Gino necesitaba a Anya para pensar con frialdad y Anya precisaba de Gino para escuchar los latidos de su corazón, que se aceleraban en una corriente de lava cuando estaban cerca.

***

Please lift a hand
I'm only a person whose armbands beat
on his hands, hang tall
Won't you miss me? Wouldn't you miss me at all?
Dark globe


Claudio Darlton desenrolló un manuscrito que se utilizaba en las ejecuciones públicas contra enemigos políticos del Imperio. Esas que eran ante todo entretenimiento para la plebe y nobleza perniciosa. El mundo era un borrón en los ojos de Gino, que nunca llegó a escuchar esa formalidad en su corta vida (no asistía a esos “eventos” a menos que se lo mandaran y siempre tenía algo más atrayente que observar o escuchar, aunque lamentablemente a veces fuera la mirada perdida de los capturados, a los que encantado les habría dado la mitad de su sangre para que fueran británicos y no perecieran). Pensó que la había aprovechado bien hasta que cayó en la cuenta de que le quedaba mucho por hacer y no solo caprichos. La carne y el hueso de Britania le darán el destino que ha designado para sí mismo al desafiarnos, al traicionarnos... Claudio apretaba el puño al hablar, lo erguía apasionadamente y Gino casi se echa a reír, para preguntarle si realmente se comía su propio monólogo, porque claramente miraba de reojo entre pausas de puntos a Anya, como esperando que esta lanzara los mismos chillidos de admiración que las otras chicas, paradas en fila y de frente a los espectadores que lanzaban exclamaciones a su vez, antes de comenzar a entonar el himno a capella. Más Anya se mantenía con la cabeza gacha y Gino no tenía fuerzas para reír despectivamente siquiera (si Claudio Darlton esperaba tener su primera vez con Anya Alstreim, podía resignarse a permanecer como la selva amazónica o al menos eso hubiera dicho Lord Weinberg una semana antes, a penas, del mismo modo en que jamás se habría figurado que tantas muchachas con las que salió, flirteó y bromeó, le escupirían, lo lastimarían y prepararían la estaca de las brujas bajo consentimiento -¿y quizás mando?- de su mejor amiga), se sentía lejano, como si aquello no le estuviera sucediendo a él, ni siquiera a alguien que hubiera visto en ninguna ocasión.

***

-¿Te gusta Suzaku?

Estaban en la misma cama pero sin tocarse y Gino prendió la luz de la pequeña lámpara antes de separarse finalmente, al notar lo infructuoso de su empresa. Era como abrazar niebla hecha carne y no a Anya Alstreim, que tenía una expresión distante en su repentina sorpresa por la lejanía explícita acontecida.

-Es egoísta y siempre está triste. Parece que le gustara sufrir, poniéndose metas inalcanzables que solo lo destruyen. Algunos estarían al menos satisfechos de estar entre nosotros, pero él es miserable y no lo disimula. El otro día le pregunté qué demonios le pasa y me sonrió como si fuera un maldito mártir.

Ella aferró las sábanas disimuladamente al hablar y Gino le acarició los muslos, con más aire de padre que de amante.

***

“Esta es tu venganza. Disfrútala”, se dijo a sí misma, o le dijo la voz de la hoguera. Y sin embargo, eso parado ante Gino, envuelto en ovaciones y un vestido de volados excesivos, junto a Claudio Darlton, que lo tomaba de la cintura orgulloso, como un trofeo, distaba mucho de ser Anya Alstreim. Al igual que aquella noche en que no pudieron hacer el amor porque su alma se había escabullido hacia galaxias lejanas, en las que pudiera encontrar la de un muchacho desconsiderado para consigo mismo, inconsciente de cuánto daño le procuraba con esa actitud a quienes estaban a su alrededor.

***

“It's horrid to see you again
Now that you're back from the dead
It's horrid to see you again
So bored of being alive”
Lazarus.


Gino no creía en Dios. “La capacidad de crear el mundo está dentro de nosotros”, decía y a menudo a esas palabras sinceras y simples, seguía un abrazo y un beso en la mejilla o como mínimo una palmada en el hombro a quien preguntara. Se había encontrado, en calidad de militar y joven, al borde de la muerte en más de una ocasión sin que un ruego le escapara de los labios. Pero la injusticia nunca irrumpió de esta manera y afectando su propia carne. ¿Injusticia o justicia por mano propia de los suyos? Claudio Darlton detestaba con ganas –propio de un miembro del partido purista- a Suzaku y sin embargo se regodeó en palabras melancólicas durante su discurso acerca del fin trágico que tuvo Lord Kururugi, recientemente ascendido y asesinado por su mejor amigo, a causa de una sucia mujer rebelde a la que dejó escapar (después de todo, dispararle disimuladamente al Onceavo que compró un puesto, era una especie de deporte que podía contrariarte solo si Lord Weinberg se enteraba y te daba una soberbia paliza, advirtiéndote de que te contentaras por no ser suspendido de tus tareas). Porque Britania era abierta y permitía que los reinos conquistados se incorporaran a su magna Pax. ¡Lamentablemente un traidor acababa de socavar los esfuerzos del mejor ejemplo de lo que la lealtad absoluta de los Números podía conllevar! De repente nadie miraba las acciones de Suzaku como sospechosas o dignas de reproche. De repente las muchachas se secaban lágrimas en la multitud y los muchachos las abrazaban, murmurando insultos en su nombre.

Aunque no tenía fé, ni en su herencia cristiana o protestante, cuando Anya, iluminada por el naranja de una antorcha, amparada por las entonaciones del himno que pronunciaban los hijos de los cortesanos en exigencia, como una compensación de la sangre de Zero, que una vez más les fuera negada, Gino Weinberg decidió rezar. Había tres personas que le interesaban mucho y que quizás lo oirían en alguna parte. Y una cuarta que se detuvo antes de arrojar el fuego a sus piernas empapadas de acelerante. Esa última ni siquiera parecía saber en dónde estaba.

-Muerte para ti, vida para nosotros.-susurró ella, ojos vacuos que rehuían de los de Gino, como si nunca le hubieran pertenecido, aunque fuera tiempo atrás, antes de que sus caminos se cruzaran con los de otros que los alejaran, no en espacio físico, sino emocional.

***

“Dream brother, my killer, my lover.”
Battle for the sun.


Pocas veces estuvo tan a gusto consigo misma. Hasta esa parte dentro suyo que a menudo sentía como ajena -como si acaso guardara ahí a una mujer mucho mayor y de inclinaciones totalmente diferentes, que forzaba en Anya sus expectativas y sueños- parecía concentrarse en disfrutar del momento. Las líneas temporales se habían disuelto en el aliento húmedo y caliente que golpeaba contra su cara. Y en el que soplaba con jadeos, entre carcajadas, contra su hombro. No pensó que pudiera sentirse tanto placer. Cuando Gino lo sugirió, lo que la obligó a pensarlo, más que el pudor, fue la idea de sufrir entre ambos. Y sí, había algo de bestial en la manera en la que se perdían dentro de ella, impulsados por la búsqueda de satisfacer sus propios deseos, pero le preguntaban ocasionalmente si estaba bien y ella gastaba un monto importante de energía en asentir con la cabeza, casi perdida por completo de la realidad.

Era como si fuese la primera vez que veía a Suzaku, su rostro vigoroso, sus ojos iluminados como luciérnagas en una caverna, mientras que Anya le rodeaba con uno de sus brazos, apoyando la cabeza sobre su clavícula, separándose solo cuando en un gemido, la última estocada había vuelto a tocar un punto indómito, secreto y fulminante. Sino, era Gino el que se enterraba juguetonamente, estrechando la mano izquierda de Anya, alargándola en un estremecimiento que los dejaba sin aire a los tres, en su empuje.

Coordinaban el ritmo con torpeza. Si Suzaku avanzaba con fuerza, Gino se mantenía y Anya se arqueaba en dirección a este último. Si era el turno de Gino, Suzaku salía un instante y lamía sus pechos. Después de la segunda vez en la que ellos se corrieron dentro de ella, estuvo tan colmada que a penas notó las siguientes o acaso perdieron una parte de la voluptuosidad en las estocadas fervientes. Anya se corrió al menos cinco veces: cuando la estaban preparando, Gino con dos dedos y lubricante en su entrada, Suzaku lamiendo sus labios. Mientras que la embistieron al mismo tiempo, tras asegurarse de que ambas longitudes penetraban sin daños, fuera de la expansión indispensable para tales gracias, que le cortaban a ella el aliento. Las otras vinieron como olas, cuando ya había entregado el control de su cuerpo. El calor que la embargaba antes de las ausencias, no era nada en comparación. Más de una vez pensó que se desmayaba, perdiendo el momento nuevamente, pero entonces Suzaku la había despertado con un beso profundo y Gino lamió su garganta, diciendo ambos al respirar con éxtasis, su nombre. También parecía que nunca se había llamado “Anya” hasta ese entonces, con dos hombres que la tomaban, empujándose a su interior, brindándole más placer del que pensó que existiera y que su cuerpo pudiera tomar, recibir, emboscar al atrapar otros en su telaraña de carne rosa, efervescente.

Hacia la última vez, pensó casi en sueños que había algo así como un traspaso entre los tres. Como si cada vez estuviera más cerca de Suzaku y menos de Gino, que le besó la espalda después de que se corriera, ya más compuesto en su cansancio, apartándole el cabello húmedo del cuello. Estaría segura, más tarde, de que los labios de Gino, que se habían pegado a su piel, no podían haber dicho algo tan fuera de contexto como una despedida suave. Te quiero, Anya. Adiós. Sé feliz, ¿de acuerdo? Era quizás la manera en la que interpretó sus caricias, antes de permitirle que se enterrara en uno de los vulnerables abrazos de Suzaku, entendiendo por qué él quería protegerlo y dándose cuenta de que ella, a pesar de sus duras palabras, no era muy diferente, por mucho que le pesara. Que Gino se diera cuenta de esto, antes que Anya misma, le pesó a ella en el orgullo, pero después de semejante experiencia, no podía guardar rencores, a penas encaminar ideas hacia la coherencia y esfumando algunas con alucinaciones propias del extremo.

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