07.Irracionales.Tabla de números.Reto diario.
Que baje la hoz
.2.
Ni bien el joven Weinberg fue atado al poste en cuestión, el cuerpo de Kallen Kouzuki, que jamás había pertenecido a ese muchacho en cuestión, se tensó por completo, como si estuviera a punto de sufrir un infarto.
-Preparen el Gawain.-musitó en voz baja, pero tan firme y resoluta que todos aquellos que tenían la mirada fijada en la pantalla, voltearon a verla, parada como estaba, cerca del linde de la puerta y apretando fuertemente los puños, para evitar desmoronarse.
-Aunque salieras ahora mismo (y tomar las medidas más indispensables nos llevaría al menos veinte minutos, teniendo en cuenta el estado en el que me lo has traído), llegarías en dos horas. Es más tiempo del que ese chico tiene, querida. Mejor llóralo en silencio. Y Tamaki, idiota, apaga esa cosa de una maldita vez.
-Tú sigue fumando opio. Esto servirá para ilustrar mi teoría…-anunció el mencionado, golpeando la mesa con el índice, demandantemente.
-“Teoría”. –resopló despectivamente Rakshata, poniendo los ojos en blanco, antes de aspirar su pipa cansadamente.
-¡Escúchame y llora de envidia porque no se te ha ocurrido antes!-la mirada escéptica de la mujer india parecía decir que la envidia era un sentimiento que rara vez la embargaba y que definitivamente, si fuera a sentirla, no sería en dirección a alguien como aquel lamentable individuo, al que por si fuera poco, más de una persona en la habitación escuchaba, acción que podía llevarse a cabo sin despegar los ojos de las terribles imágenes en la pantalla. No tan terrible, desde luego, para los que estuvieron cerca del incidente de la República Administrativa de Japón o siquiera vieron las grabaciones clandestinas.-Los británicos son diabólicos. Todos ellos. Cuando casualmente nace alguien en Britania o en una colonia que hayan conquistado, sin el gen de maldad, los demás se sienten impulsados a destruirlo. ¿No es la prueba viviente el jefe?
***
Gino trajo de nuevo el rostro de esa criada Once cuyo nombre nunca supo, porque tenía prohibido comportarse como una persona, en una magna casa donde los Números eran objetos que respiraban, tomaban cargo de tareas domésticas y ocasionalmente ocupaban un espacio extremadamente vacío en el lecho de los dueños. Cuando estos estaban allí, desde luego. Gino era lo que era, gracias a los ojos melancólicos de esa muchacha mayor que él e indefensa, a la que no pudo salvar, cuyos huesos habrían alimentado a los peces en el río que corría por debajo del que fue su hogar una vez. Cuando el fuego prendió su ropa y comenzó a subir, se encomendó a ella.
***
Así como Anya Alstreim (más Anya Alstreim que nunca. Quizás por primera vez ella misma, en serio) pensó que quizás había soñado la despedida muda y no tanto de Gino Weinberg, también creyó haberse inventado las voces que en susurros la despertaron, luego de que cayera rendida contra la almohada. Gino y Suzaku hablaban. Una ligera sensación de celos se le instaló en el estómago. Después de todo, ¿podía un hombre completamente heterosexual disfrutar de estar en la cama con otro, más allá de que esto involucrara ante todo, penetrar a una mujer? Ella había terminado por ser una delgada línea de carne entre las embestidas de ambos y más de una vez tuvo la impresión de que se rozaban en un momento u otro. Quizás fue la única en notarlo. Se concentraron tanto en su cuerpo, que pronto, si hubo alguna interacción más directa, a Anya se le escapó por completo, entregada como estaba.
Debían pensar que seguía durmiendo. Un par de manos consideradas habían colocado sábanas cubriendo con ligereza sus formas y reconoció dedos torpes en su afectuosidad que le enrulaban el cabello. Solía ser un juego, porque Anya detestaba que se lo tocara.
-Bueno…la dejo contigo, ¿si? Le gusta más desayunar en la cama que bajar, después de esto, quiero decir. Es muy orgullosa y no lo admitirá nunca, pero siente mucho dolor.
-Gino, yo…
-Ella quería. No esto, fue mi idea. Lo creas o no, me resultó menos doloroso así. Incluso puede que lo recuerde contento. Ya no era lo de antes.
Escuchó a Suzaku suspirar y se dio cuenta, procurando respirar pesadamente, de que la miraban, cuidando que sus movimientos indicaran que seguía dormida.
-Prométeme que cuidarás de ella. ¿Sabes? No es que hagamos esto con cualquiera. Anya era virgen antes de conocerme y yo pensaba casarme, pero no la haré infeliz si no quiere que estemos juntos.
Anya sintió deseos de morderlo. Gino había sobrevivido de pura casualidad a un encuentro con el mismísimo Rey Charles, en el que le pidió que respetara el honor de la casa Alstreim, anunciando el compromiso con la de los Weinberg. Conclusión: había puesto su cuello, junto con los de todos los involucrados con ambas antiguas estirpes, en el cadalso. Mónica le había contado todo a Anya, entre admirada e irritada por su actitud. Y aparentemente el Emperador no fue el primero en recibir esa visita amenazante y no deseada por el joven, sino también varios militares de rangos considerables, en cuyas camas había amanecido Anya cuando menos una vez. La escuchó hablar en sueños, la siguió cuando parecía ir en trance o actuaba sospechoso y se violentó cuando ella no comprendió sus indirectas o peticiones estrictas acerca de su paradero a determinadas horas. Ni huesos rotos causaban tanto dolor en Anya como el contemplar la verdad de cerca: que la habían violado mientras que no recordaba estar viva o que se había entregado dadivosamente en su lujuria, a cerdos vestidos con joyas y envueltos en uniformes llenos de tocados dorados inútiles.
-¿Crees que ella…quiera estar con un Enumerado que ha traicionado a su propio país?
Gino jadeó y Anya tuvo la impresión de que se movía, quizás sus labios se estiraban y su mano se posaba en la cabeza de Suzaku.
-No traicionaste a tu país. Estás luchando para que las cosas sean más fáciles allá, ¿verdad? El día de mañana, serás el Primer Caballero, Suzz. ¿Crees que ella puede aspirar a menos que eso?
-Pero estoy seguro de que su familia…no quiero que ella tenga problemas con ellos debido a…
-¡La familia Alstreim! Por favor, Suzaku. La última vez que le hablaron fue para organizarle un baile hace dos años, con la intención de que buscara un marido y cuando solo era una niña, después de que vio morir a Luz Rápida Marianne, la encerraron en una institución mental. Nonette la sacó de allí y está emancipada desde entonces. En este contexto, puede que hasta les guste que ella siente cabeza con alguien, sea quien sea. Y si no les gusta, ¡he de entregarla yo en el día de la boda!
Un siseo de parte de Suzaku, le indicó que probablemente este le hacía señas a Gino para que bajara la voz. Sus susurros habían comenzado a subir el tono progresivamente, a medida que su discurso se hacía más apasionado. Anya cuidó no alzar ni las cejas, ni que le naciera la risa a sofocar.
(una de las primeras entradas importantes en el diario que le dieron en el hospital para que siguiera rigurosamente, como precaución al dejar las instalaciones, fue la descripción de Nonette Ennegram en el asiento del conductor de su descapotable, llevándose los lentes oscuros al puente de la nariz, para clavar los ojos relampagueantes en Anya y comentarle, como si le regalara más un ramo de flores o un zafiro, que Luz Rápida Marianne se reía así, un poco con desprecio y pronunciado aire de triunfo, pese a que sin duda, la niña y luego muchacha, era más sobria y apagada al hacerlo)
-Gino…no sé si yo…esté listo ahora para…
-Nadie dice que tienes que casarte con ella mañana. Pero es una promesa a largo plazo que debes tener en cuenta. Incluso si es para hacerlo en diez años: si la quieres hoy, la querrás más entonces, porque habrán pasado todas las pruebas importantes.
Un silencio cómodo le indicó que Suzaku sonreía dubitativamente y una ligera palmada le dijo que Gino le había tocado el hombro. Si le parecía que en algún momento se estaban besando, despertaría oficialmente y les llamaría la atención por eso. No sabía si tal vista la asustaría, molestaría o excitaría, pero no quería perdérsela, tanto si empezaban a coger de nuevo, como si ella los echaba de su cuarto a patadas y desnudos.
-Te gusta Anya, ¿verdad, Suzaku? Porque uno de los dos debe irse en breve y si soy yo, juro que nunca volveré a estar solo con ella en una habitación como esta. No es correcto, ni entre buenos amigos y más que eso, como somos nosotros. O como éramos. Si te quedas, Suzz, me estarás diciendo, no, jurando que te gusta y que tienes planes para con ella. Y si faltas a esa promesa, nuestra amistad estará acabada también, ¿entiendes?
Un silencio frío como el acero llenó el cuarto unos instantes, pero entonces Anya reconoció un asentimiento casi mudo por parte de Suzaku. No pensó que su corazón pudiera latir tan fuerte. Temió delatarse.
-Sé que le gustas. Mientras que la besabas, pude meterle hasta cuatro dedos, solo cuando la preparábamos. Usualmente puedo hasta dos al principio y está estrecha, a pesar de su humedad.
Anya se sonrojó, en gran medida de rabia y supuso que también Suzaku tenía ese problema al oír la voz ronca de Gino, alegre en su cierta melancolía resignada.
-Además de que te habló primero. Nunca antes hizo eso, ni conmigo. La perseguí por todos lados hasta que me dejó ser su amigo. Me costó mucho protegerla, Suzz. No destruyas eso que he cuidado con tanto esfuerzo.
Anya contuvo el aliento un instante.
-Daré lo mejor de mí. Gracias. Yo no…
-Si dices que no la mereces, la despertaremos para que empiece a hacerte cosquillas en el estómago.
Las ansias de golpear a Gino fueron disueltas por sus deseos de abrazarlo y decirle suavemente que era un idiota. El colchón crujió cuando el peso más importante dejó la cama y escuchó las pisadas amortiguadas de pies descalzos sobre la alfombra, dirigiéndose hacia la puerta, que se abrió con un leve siseo, al correrse los paneles metálicos. ¿A penas se molestó en vestirse a medias para salir? Cuando dejó el cuarto, un vacío entró allí. Era grande y significativo, así que Anya fingió estar dormida para aplacarse contra Suzaku, que la rodeó con los brazos.
-¿Lo has oído todo?
-Son un par de estúpidos.-respondió con simpleza y le mordió el cuello, alegremente.
Esa fue otra de las noches más felices de Anya Alstreim. La verdadera Anya Alstreim.
***
“A broken promise,
I was not honest,
Now I watch as tables turn,
And you're singing…”
Broken promise.
Gino no sentía tanto dolor. Estaba preparado para cosas peores en el campo de batalla. No era agradable y sabía en dónde terminaba, olía su propia carne quemándose y experimentaba un enorme desgarre a medida que el fuego subía. Pero resultaba rápido. Imaginando que apretaba de nuevo, fingiendo ayudar en las cocinas un instante, la mano de su criada, viajó con su recuerdo a Suzaku y le pidió disculpas, como ya había hecho, miserablemente, en la celda, días antes, si sus nociones cronológicas no lo engañaban. No por salvar a Kallen Stadtfeld, sino porque esa acción impulsiva acabó con su vida y lo condenó al encierro o la muerte, que vivía por última vez ahora. Fue un buen encuentro el que tuvo con ella, ¿no? Hablaron, discutieron y a veces, Gino levantaría los ojos de la charola con comida que le llevaba y se encontraría con que Kallen acababa de desviar la mirada con un fuerte sonrojo en las mejillas y un insulto pendiéndole de los labios. Le robó un beso en alguna ocasión y le hizo promesas que hubiera cumplido, de vivir lo suficiente en ese mundo.
-Lo siento, Suzz. Quería salvarla pero fui injusto contigo. Y no me arrepiento.
A medida que el fuego subía hasta envolver su garganta y cabello, se obligó a no gritar, a pesar de que estaba aterrorizado y adolorido. Los cánticos continuaban y no iba a conceder más satisfacciones a los que fueron sus amigos y familia en algún momento, antes de que ese oscuro y resentido ritual diera lugar. Antes de que sus irises fueran afectados, contempló a Anya Alstreim, que acababa de resurgir presa del horror, a pocos metros de él, parada como una muñeca que solo ahora era de nuevo humana. Gino quiso disculparse con ella pero no le quedaban fuerzas y pensó, hacia el final de su existencia, que para él se había acabado un camino que oscilaba entre lo digno y lo penoso en altos niveles (le sobró una carcajada que no pudo soltar al decirse, como el eco de una moneda cayendo en un pozo vacío: Es lo que se esperaría de un Weinberg…), siempre sin dejar de dar su mejor esfuerzo, con un sol de optimismo motivándolo a continuar, sin importar la circunstancia.
En tanto para Anya Alstreim, cuya expresión hacía pensar que le habían prendido fuego a ella y no a Gino Weinberg, a penas y empezaba (o se retomaba donde se dejó cuando conoció al Caballero Tres, antes de que tuviera rangos importantes, cuando podían saltar de terrazas y la gente se atrevía a gritarles y darles palizas para demostrarles interés) una parte de su historia en la que quizás nadie le tendiera una mano sin segundas intenciones. Donde quizás se ahogara en su propia desesperación. Gino no sobreviviría y por ende no tendría cicatrices de este espantoso día. Más Anya Alstreim tendría el alma surcada por ellas durante lo que le quedara en la Tierra. Si pasaba de esa noche, si las ansias autodestructivas que la rondaban cuando era una niña y Gino la salvó, probando la gloria de un rol que quiso desempeñar desde lo ocurrido con aquella hermosa mucama, no la devoraban de un bocado. Y la inmensidad de ese dolor sería sumado al de la aceptación de una traición a medias, que tuvo de resultado la muerte de Suzaku. Quizás, esas heridas estarían tan pegadas, bebiéndose los nervios de una y otra, que ella no sabría distinguirlas ni separarlas y no habría nadie allí dispuesto a lamerlas hasta que se cerraran correctamente. Tendrían veneno adentro y quizás la matarían. Gino lloró más por Anya Alstreim, que volvía a caminar entre los vivos, tarde pero seguro. Y esa fue la última dignidad que le prestó la llama.
***
No es que Anya Alstreim fuera una ingenua, lo bastante grande como para pensar que Lord Kururugi se había entregado con su promesa. Varios abismos se interponían entre ambos y ella no era como Gino, capaz de saltarlos o de al menos intentarlo con una sonrisa a flor de labios, como si fueran poca cosa, con suficiente voluntad. Cuando Anya se encontraba con la cubierta de hierro que los separaba, arañaba con palabras fieras hasta que esta se hacía ligeramente endeble. Entonces Suzaku se daba cuenta de la distancia entre los dos. Quizás no de la inmensa frustración de Anya, que no resultaba transparente, sino un pozo sin fondo en el que era difícil distinguir contenidos. Si en apariencias los había. A veces, Suzaku se disculpaba.
(se reservaba esa licencia para los días en los que realmente había cagado las cosas con más que indiferencia o simple falta de atenciones. Como aquella ocasión en la que Anya despertó con él encima, empujándose hacia adentro en seco. Después de un par de estocadas, entendió lo que sucedía, lo abofeteó y para obligarlo finalmente a retroceder, le clavó las uñas en el esternón. Suzaku regresó a ser él mismo, Anya sangraba y no se dio cuenta de que le levantaba la voz. Lo siento. Me iré. Yo…¿estás…? Ella lo empujó hacia fuera de la habitación en respuesta a su preocupación mecánica, recobrando parte del temple. No dejaría que la tratara igual que a una prostituta Enumerada, pero tampoco sería una histérica. Pasó dos o tres días durmiendo sola, tocando con disimulo el lugar vacío de la cama, planes suicidas resurgiendo hasta que recobró la consciencia en el cuarto de Suzaku, con las manos entrelazadas a las suyas. ¿Estás segura de que aún quieres…? Entonces sí que lloró, porque no parecía tener opciones)
Otras ni siquiera había tenido tiempo de caer en la cuenta de su falta, a menos que consideraras pertinente señalársela.
Suzaku era un rompecabezas deshecho y los bordes de cada pieza estaban corroídos. Quizás fueron fabricados para encajar en otro momento o para que otra persona que no era Anya les arrancara sentido. Sin embargo, era su tarea y ambos estaban de acuerdo en que la desempeñaría mientras que permanecieran juntos.
Hacia el final, Suzaku no dijo su nombre ni le pidió disculpas. Como el Lancelot estaba al borde del colapso, el sistema de comunicación ignorado no utilizó las reservas. De todos modos, hasta que la muerte no se plantó con llamas y ruidos metálicos al descender la máquina en picada, Anya no respiró y solo después se quedó ciega, para amanecer con Arthur a un lado y aprender por la voz dentro suyo lo que había sucedido.
Es gracioso cómo funcionaba esa voz. Colmaba por completo a Anya, igual que a una copa de cristal vacía y pronto no existía más que la voz, que la empujaba hacia el calor de la inconsciencia o a emprender una tarea destructiva. Parecía la voz de una reina o de un emperador femenino, porque desobedecerla implicaba grandes riesgos con los que una muchacha pequeña como Anya no podía lidiar. La voz la envolvía como hilo y la transformaba en una marioneta o la metía adentro de un baúl hasta llevarla a una función de carácter sombrío, cuyo desenlace no recordaría. Era una fuerza imparable.
***
Lo que había caído sobre los Caballeros Negros que estaban sentados frente a la pantalla a esas horas era un hechizo, sin duda alguna. En un momento dado dejaron de hacer comentarios con respecto a lo que contemplaban. Muchos tenían las bocas abiertas. Poco a poco el horror colmaba sus ojos y no faltaban quienes los desviaban (Ayame, Ichijiku y Mutsuki, entre otros) del espectáculo macabro. Habían visto grabaciones, presenciado y casi formado parte de eventos del calibre pero jamás supieron más que por notas clandestinas de británicos ajusticiando británicos en aquel extremo. Hasta Rakshata fue capturada por esa magia destructiva y no recobró el dominio sobre sí misma hasta que un gemido, humedecido por un sollozo a penas naciente, soltado por Kallen Kouzuki, cuyas piernas temblaban tanto que a punto estaba de desmayarse, le recordó que no todos allí eran tan ajenos a la situación como para no verse afectados, más que a un nivel humano que resultaba lógico. No había que ser muy mayor para que la muerte de un muchacho que no tiene ni veinte años, en vivo y en directo para la posteridad, removieran tu tripa interna.
-¿Lo ven? Se los dije. Los bastardos lo han hecho sin parpadear. Y era un noble que hasta ayer mamaba.
-Gandhi te golpearía con su bastón hasta que te reencarnaras en gusano.-suspiró afectadamente Rakshata, poniendo fin a la recepción de imágenes, pulsando un botón del control remoto.
-Kallen, cielo, no te culpes a ti misma. No es como si lo hubieras obligado a…
***
Dorothea Ernst supo lo que ocurría porque recibió un comunicado que interrumpió su sueño reparador. Se puso su uniforme de inmediato, pero para cuando se hubo alistado (a penas y le tomara unos minutos, en realidad, más el tiempo era algo precioso para el joven Weinberg), Gino estaba siendo atado a la estaca. Perdió la franja horaria que pudo haberlo salvado en ir a hacerle reclamos a Lord Walstein, que jugaba ajedrez con el segundo Príncipe de la Corona, los dos meditabundos pero no culpables.
-¿Sabes lo que está sucediendo en la plaza Mayor?
Bismarck dio un sorbo breve pero significativo a su copa de coñac y el príncipe Schneizel se sonrió, con los ojos cerrados y un irritante aire apacible, como si ya hubiera ganado la partida y no solo eso. Dorothea quiso matarlos a ambos, sentimiento al que por desgracia se acostumbró con los años, desde la muerte de lady Marianne.
-Le dan una muerte deshonrosa a un traidor que se deshonró a sí mismo, según he oído.
-¡El traidor es ni más ni menos que Gino Weinberg, al que viste nacer y uno de tus hombres más fieles durante los últimos años! Lo condenas por un error y ni siquiera le das el derecho que hasta los Números tienen, a un juicio justo.
-Un error que costó la vida de muchos de nuestros soldados. La de un camarada de la Mesa Redonda, ni más ni menos, prima.
Dorothea no podía creer lo que oía y el tiempo seguía acortándose. Temblaba de rabia y frustración al hablar, luchando para que las lágrimas no se agolparan en sus ojos, como cuando era una adolescente.
-¿Es eso simplemente? ¿Resientes tanto la muerte de uno de tus hijos simbólicos, que sacrificas a otro? Esto no te traerá sino más desdichas. Entra en razón, primo, te lo ruego.
-Lady Ernst, estábamos discutiendo sobre Kierkegaard y nuestro partido de ajedrez ya tendrá pronto un vencedor designado. ¿Por qué no nos hace compañía? Lo que suceda allá afuera, tal y como dicen los cánticos, será la voluntad de la carne y el hueso de Britania.
…evidentemente nadie había abofeteado lo suficiente a ese crío real insolente y Dorothea tuvo el impulso de comenzar a hacer una gigantesca compensación por los años de abuso que faltaron en su formación, hasta convertirlo en aquel monstruo de sangre fría que Dios quisiera, el día de mañana no le diera órdenes directas.
-Me retiro. Pero créeme, que si no llego a detener esta blasfemia contra nuestras leyes, no seré yo tampoco la que entregue sus disculpas a los Weinberg, primo. ¡Ya no te reconozco!-exclamó, abandonando el salón.
***
Nonette Ennegram estaba tomando el té con uno de sus muchos festejantes, el cual recibiera un mensaje de texto que lo obligara a navegar en internet hasta encontrar la transmisión en vivo de la ejecución pública y espontánea de Lord Weinberg. Nonette mantuvo la sangre tan fría, que su cortejante se sorprendió. Era el primer día libre que tenía en varios años y estaba decidida a no permitir que nada le afectara, en especial un incidente como aquel, que parecía darse ocasionalmente, pese a que nunca con tanto concurrencia y a plena luz del día. Hacia el final, una pequeña lágrima sobresalió de la línea de la montura de sus lentes oscuros, pero su acompañante no lo notó.
-De veras tienes lo que te buscaste y un poco más, ¿eh, cachorrito?-susurró, rodeando con los brazos al joven, sin hablarle a él, desde luego, sino mirando la pantalla que pronto exiliaría a la oscuridad, apretando las teclas correspondientes con sus dedos de uñas largas y pintadas de púrpura.
***
Mónica Kruszewski supo lo que ocurrió solo al día siguiente, cuando por fin pudo pararse y salir del lecho aterciopelado que el rey tenía para compartir con ella. A pesar de su edad, era un amante vigoroso y exigente: luego de pasar unas horas juntos, Mónica a penas podía ponerse de pie y sus partes íntimas le dolían, resentidas por sus excesos. Se enteró por la radio, estaba ya sola como de costumbre y tarareaba “For the love of life”, al salir de la ducha, cuando la voz de Milly Ashford, entrecortada y húmeda como las gotas frías que le cayeron sobre la piel (demasiado calor antes, debía compensarlo), le informó en breve aquel descenso que ella estaba convencida, se solucionaría con unas semanas en aislamiento y quizás congelación de los privilegios a Caballero de Asalto. Era después de todo, la primera falta de Gino Weinberg y ya era bastante castigo que costara la vida a Kururugi Suzaku.
Abrió los ojos, dejando que el jabón entrara en ellos, irritándolos y cerró los grifos dorados a ciegas, colocándose con torpeza sobre la piel mojada su salida de baño y de inmediato tomando el comunicador que portaba a todas partes con su uniforme, abandonado en el suelo de la alcoba. Convocó a la Guardia del Rey por entero y media hora más tarde, se situó ante ellos con su camisón de seda, dragones estampados a su espalda y un sable en las manos, sin contar la frialdad glacial que volvía su mirada, un cuchillo de hielo que volaba por la sala descontroladamente. Preguntó con temple asesino a los menores, de herencia noble, si habían estado en la Plaza Mayor y por qué no le dieron aviso u hicieron algo, cualquier cosa, para evitar el destino del joven Weinberg.
Dorothea Ernst aceptaría que la castración era poca cosa ante semejante atrevimiento.
***
Luciano Bradley oiría el comunicado desde la sala de cuidados intensivos, porque una de las enfermeras estaría tan sorda que subiría excesivamente el volumen del televisor. Daría su primer signo de ser consciente de la situación a su alrededor, sonriendo a medida que comprendía en su totalidad el significado de cada palabra y luego, finalmente, se carcajearía y aferraría sin quejarse del dolor, la pelota plástica que le dejaron sobre las blancas sábanas, con las instrucciones de que comenzara una rehabilitación en la que no estuvo interesado hasta que el destino del idiota Caballero Tres, le recordara que valía la pena vivir (funcional) en el mundo donde en apariencias existía algo tan glorioso como la justicia divina y poética.
***
En realidad, una palabra bien dada por parte de cualquiera de estos individuos, habría salvado la vida del joven Weinberg, de haberse enterado estos antes o tenido siquiera la intención de evitar un destino tan triste. Kanon Maldini bien lo sabía, puesto que ni bien le fue informado que Gino Weinberg faltaba en su celda, se dirigió con paso seguro y manos temblorosas a la sala de juego privada en la que descansaba el segundo Príncipe. La respuesta que obtuvo de su Señor no fue muy diferente de la dada a Dorothea Ernst minutos más tarde, cambiando el interlocutor. Consciente de que su orden no sería seguida sin el apoyo de Schneizel, visitó a Nina Einstein en el laboratorio y bebieron una copa de jerez tras apagar el televisor, alterados notablemente.
-¿Cómo han podido hacerle algo tan horrible?-masculló ella, rompiendo en llanto, incitándolo a hacer lo mismo, envolviéndola en un abrazo, sin tener una respuesta, fuera de “Son monstruos”, pendiendo de los labios.
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