04.Verde. Tabla Colores. Misión insana.
Esa clase de mujer
.1.
Marianne no recuerda cuándo fue la
última vez que lloró. Se sabe poderosa y nada le causa miedo. En
especial después de la muerte de su cuerpo, más fastidiosa que
terrible. Si algo lo hiciera, apretaría los dientes y se inflaría
como una fiera acorralada.
No pasará, sin embargo.
No pasará, sin embargo.
Tampoco siente culpa. Ni de usurpar
muchas de las múltiples habitaciones que conforman la mente de Anya
Alstreim, tan joven como su propia hija, a la que su esposo ha
mandado quizás a una muerte segura, sino a una vida sin duda infeliz
debido a la impertinencia de Lelouch.
.2.
Revisa las memorias de Anya como si su
mente fuera un mapa y se aburre con los primeros años de vida,
funerales y bodas, azotes en los brazos, encierro y hambre en una
torre, más azotes y funerales.
Nada que una niña británica de clase noble no sufra en una familia estricta y sin adaptarse.
Se convence de que si fuera a quitarle la vida a alguien, la de la chica Alstreim es la más desperdiciada que podía venirle en suerte.
Solo le sorprende que los nombres de los cuartos estén borrados o tachados. Quizás porque hay más traumas que recuerdos tibios.
Nada que una niña británica de clase noble no sufra en una familia estricta y sin adaptarse.
Se convence de que si fuera a quitarle la vida a alguien, la de la chica Alstreim es la más desperdiciada que podía venirle en suerte.
Solo le sorprende que los nombres de los cuartos estén borrados o tachados. Quizás porque hay más traumas que recuerdos tibios.
.3.
Cuando llega a la parte en la que
debiera rezar “madre” por algún lado, se extraña antes de abrir
la puerta.
Está su nombre y al cruzar el umbral, se vé a sí misma, sonriendo.
Anya la ha embellecido, sin duda alguna, puesto que Marianne bien sabe de la pálida cicatriz bajo su barbilla que es de un golpe en el Ganimedes y de cómo su sombrero le aplasta los rizos luego de un día de calor.
Sin contar que en el palacio, casi siempre más que sonreír, muestra los dientes o al menos así era en vida.
Está su nombre y al cruzar el umbral, se vé a sí misma, sonriendo.
Anya la ha embellecido, sin duda alguna, puesto que Marianne bien sabe de la pálida cicatriz bajo su barbilla que es de un golpe en el Ganimedes y de cómo su sombrero le aplasta los rizos luego de un día de calor.
Sin contar que en el palacio, casi siempre más que sonreír, muestra los dientes o al menos así era en vida.
.4.
-Es “en garde” y no “carajo”,
lady Alstreim.-la corrigió, enderezándole también la postura. No
sirvió de mucho.
-En garde. Carajo.
Y no ponía gran sentimiento tampoco.
¿En la mesa?
-En realidad no es importante que te
sepas para qué es cada cubierto, pequeña...siempre que recuerdes no
atragantarte.
Con Lelouch y Nunnally. Casi invitada a
tomar el té.
-Te lo he dicho numerosas veces. Si
quieres que compartamos un momento, debes pedirlo. Esconderte detrás
de las cortinas a espiar es muy grosero. No es como si no pudiéramos
incluirte.
.5.
Mucho de lo que le enseñó tenía más
de su carácter que de etiqueta alta británica. Pero Marianne supuso
que lo que dijera alguien que se convirtió en esposa de un hombre
tan importante, sería valorado incluso por la más estirada nobleza,
que le hubiera encomendado la educación de su vástago.
Entornando los ojos con fuerza, podía leer una talladura a cuchillo, cuidada, sobre la madera de la puerta.
“Madre”, con la vista empañada por lágrimas y recordó que solo se emocionó así cuando subió al Ganímedes en prototipo por vez primera.
Entornando los ojos con fuerza, podía leer una talladura a cuchillo, cuidada, sobre la madera de la puerta.
“Madre”, con la vista empañada por lágrimas y recordó que solo se emocionó así cuando subió al Ganímedes en prototipo por vez primera.
.6.
También al rechazar al tonto de
Bismarck, que le ofreció matrimonio solo después de que Charles le
pidiera que fuera Reina.
El llanto fue de sangre en el fondo de su pecho, mientras que con una cruel sonrisa fue capaz de despreciarlo y era una memoria agridulce como una cicatriz de guerra, en un campo de batalla coronado por la victoria.
El llanto fue de sangre en el fondo de su pecho, mientras que con una cruel sonrisa fue capaz de despreciarlo y era una memoria agridulce como una cicatriz de guerra, en un campo de batalla coronado por la victoria.
Al nacer Lelouch las lágrimas fueron
de odio porque él la había destruído y sin embargo aún le
encantaba.
.7.
Marianne no hizo de Anya su muñeca ni
se dedicó a ocuparla como a un traje. O puede que no siempre.
Encargó perfumes y chocolates para deslizar bajo su almohada (no reparó en que era el mismo que solía usar a los treinta años y que desentonara en una niñita de siete, ni que los dulces preferidos de Anya fueran los blancos rellenos de frutilla, no los negros con fuerte licor), sin contar que si alguien le gustaba a la pequeña y no se atrevía a encararlo, Marianne usaba sus encantos experimentados para atraerlo y ganarse su amistad o favores.
Encargó perfumes y chocolates para deslizar bajo su almohada (no reparó en que era el mismo que solía usar a los treinta años y que desentonara en una niñita de siete, ni que los dulces preferidos de Anya fueran los blancos rellenos de frutilla, no los negros con fuerte licor), sin contar que si alguien le gustaba a la pequeña y no se atrevía a encararlo, Marianne usaba sus encantos experimentados para atraerlo y ganarse su amistad o favores.
.8.
A veces se sorprendía mirando a la
luna y pensando en que Lelouch seguía vivo con Nunnally en alguna
parte. Después de todo, no podía esperar menos de la sangre de su
sangre. Charles nunca le dijo nada de su traspaso por la Espada de
Akasha y tenía, demonios, instinto femenino para saberlo.
Entonces se abrazaba a sí misma y tarareaba las torpes nanas que originalmente eran obscenas canciones que aprendió en la milicia.
Cerraba los ojos y conciliaba la mente de Anya, que a pesar de sus obsequios permanecía angustiada por las ausencias.
Entonces se abrazaba a sí misma y tarareaba las torpes nanas que originalmente eran obscenas canciones que aprendió en la milicia.
Cerraba los ojos y conciliaba la mente de Anya, que a pesar de sus obsequios permanecía angustiada por las ausencias.
.9.
“Lo entenderás algún día”, se
encontró diciendo en más de una ocasión, durmiéndose y cediendo
(no hablaba de devoluciones. Para Marianne Vi Britania poco hubiera
significado mandar hacer un par de maniobras oscuras en el palacio
Aries y que Anya Alstreim fuera declarada muerta para así exiliarse
en alguna colonia que Charles determinara segura. Compartía de buena
manera y lo consideraba con todas las de la ley, un regalo más) el
cuerpo por semanas o meses.
Resultaba curioso, puesto que Marianne no era la clase de mujer que necesitaba excusas morales, más que ambiciones.
Como convertirse en madre.
Resultaba curioso, puesto que Marianne no era la clase de mujer que necesitaba excusas morales, más que ambiciones.
Como convertirse en madre.
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