3.Oh,
Lord why the angels fall first? Tabla "Angels”.
Unus multorum
Solo había una persona a la que Tamaki
había admirado antes que a Zero. La razón de que se uniera a una
resistencia en vez de buscar una aguja repleta de Estribillo, pese a
que ambas elecciones le inspiraban más odio que fé. Pero la única
vez en la que Naoto lo decepcionó fue cuando murió y no es que
esperara que durara mucho. No, las cosas bellas mueren en seguida,
pero Naoto lo había mirado con tanta decisión en los ojos, que
terminó por creer que tendrían un futuro. Se mentía con efusividad
y esperaba la próxima misión suicida, los atracos de un manojo de
niños resentidos sin organización.
Y eso que empezó incluso mejor con
Zero que con Naoto. Ohgi los presentó en una de las reuniones
clandestinas. Interrumpió la charla para contestar el teléfono. Una
voz de niña chillona y mandona casi lo dejó sordo. Tamaki echó una
ojeada a la imagen de fondo del celular y no pudo malentender peor la
figura de la adolescente que se apretaba contra aquel al que
aprendería a llamar “jefe”, tan temprano.
-Tsk, les prestas un poco de atención
a esas perras y te tienen de la correa, ¿eh? Al menos es ardiente.
Pero apuesto a que si la descuidas solo un instante, se va para ser
la masajista de algún niño rubio hueco y bien acaudalado de
Britania.
Naoto poseía una espada de madera. Ser
golpeado con ella no era una broma -múltiples chiquillos y no tanto
de los guetos podían atestiguarlo- y en el caso de que la misma
diera con su punta afilada a centímetros de tus cuencas oculares, lo
mejor habría sido agradecer no haber perdido el ojo con la estima
del portador del arma.
-Mi hermana menor.-Aclaró con el
celular cerrado contra el pecho, como si evocara el calor del aliento
de la niña y quisiera meterlo dentro suyo con ese gesto de león
receloso. Sin embargo, Naoto ofrecía una sonrisa risueña que poco
tenía de amenazador, si ignorara Tamaki el filo pulido a centímetros
de la mejilla y los ojos duros que se entrecerraban, momentos antes
agudos como dagas.
-Yo más o menos estaba en lo
cierto,¿eh, Naoto?-replica en voz baja, tomando el mango de la vieja
espada y fijándose si combina con el traje que usará para la boda
del lindo Weinberg y la valiente Kouzuki, a la que no estaba en
derecho de reprochar nada. Entre tanto caos y cambios de lealtades,
aprendió a tenerle aprecio al británico bobo. Y está convencido de
que incluso Naoto habría hecho lo mismo después de la noche de
copas a la que lo invitaron él, Minami y Kenzo (Ohgi tiene que haber
sabido de qué iba en realidad tal cosa, pero no se unió ni hizo
advertencia alguna. Aprobó el casamiento desde el momento en el cual
aceptó entregar a Kallen ese día), donde le dieron una paliza como
anticipo a cualquier disgusto que pudiera darle a su novia.
-Me alegra que Kallen tenga...tan
buenos amigos...gente que se preocupa...-sonrió desde el suelo,
antes de liberarse del agarre de Kenzo para tomar la espada de madera
por el filo y hacer tropezar a Tamaki.-No vuelvas a
golpearme.-replicó mostrando los dientes, tomándolo del cuello del
traje, con una familiaridad casi afectuosa. Tamaki se rió,
intercambiando miradas cargadas de significado con sus viejos
compañeros. El resto de la salida fue como si nunca hubieran ido al
callejón detrás del bar para que tuviera lugar ese episodio y solo
los moretones con la ropa sucia dieron cuenta de que no fue una
alucinación grupal.
-Cualquier problema que tengas con él,
lo tienes conmigo, imbécil.-le dio su propia cucharada Kallen, al
día siguiente en su puerta, con los puños apretados y señalándolo
como si poco le faltara para echársele encima también.
-¿El marica te contó todo?
Una decepción. Pensó que se habían
entendido con complicidad. Kallen, no obstante, sacudió la cabeza,
aún más irritada.
-Ha vuelto todo magullado como si se
hubiera peleado y él nunca hace eso. Ni me miente. No te atrevas a
llevarlo por ese lado...
El índice de Kallen casi se le enterró
entre los pectorales. Viéndose a sí mismo en el espejo del
recibidor, pensó que si Naoto viviera, habría sido el protagonista
de aquella bronca y también el líder de los protectores de su
hermanita.
-No lo hicimos mal, ¿eh, Ohgi? A pesar
del bastardo de Lelouch.-Le dijo por encima del sake en más de una
ocasión al señor Gobernador Kaname, antes de que Kenzo usara la
excusa de los números rojos para obligarlo a dejar de llevarse copas
a los labios sonrientes.
-Para nada.-aceptó, palmeándole la
mano apoyada en el hombro, agregando luego con un suspiro:
-Siempre hablando en plural, ¿eh?
-Si...¿sabes? Creo que todos amábamos
al bastardo porque pensábamos en Naoto y como además las cosas le
salían bien...al principio...-su propia voz se perdió en el alcohol
y los recuerdos.
(No tenían ni las cenizas de Naoto.
Cuando escaparon del edificio que colapsó, dejaron su cuerpo bajo
los escombros. Tamaki lloraba más que Inoue al sacarle la espada. No
mataba civiles antes de eso, después ya no importaba, porque todos
los británicos eran hijos de puta, si debido a ellos Naoto...)
Ahora tropieza antes de salir de su
apartamento y ponerse en marcha. Es como si desde alguna parte le
hubieran metido el pie para que lo hiciera, en respuesta a su
comentario. Algunas cosas nunca cambian y hay personas que nunca
mueren ni aunque las maten.
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