12.
Espléndidos días.Tabla Ilusoria.30vicios.
Síntomas
Me
dieron un uniforme pero no estrecharon mis manos y lo agradecí. El
contacto físico es innecesario. Me gustaba la textura de la tela
contra mi cuerpo y cómo se ajustaba a mi figura. Alargué los labios
y algunos de esos hombres uniformados se alejaron centímetros,
estremecidos. Me mandaron quemar hasta cenizas a todo el que
traspasara la zona "segura".
Lo
hice con ellos, aunque fueran como yo. Eran mis objetivos. Es extraño
cómo me enfrentaron, sin temerme. Es extraño que estén muertos tan
fácilmente. Eso soy, cuando me extiendo sobre aquellos que me han
enviado a incinerar. Qué era mi padre entonces. Manos más velludas
que las mías, un rostro curtido, a diferencia del de él.
Él.
Ya no quiero verlo, ya no pienso tanto en él como cuando nos
conocimos. Qué aburrido de su parte acompañarme. Qué débil
experimentar compasión. Yo tuerzo los labios y miro las cenizas. El
transmisor me da órdenes y me preparo para regresar y cumplirlas.
No
tiene sentido. Ni él, ni yo, ni el parque de diversiones cuyos
residuos de memorias me siguen cuando cierro los ojos y tarareo la
canción que oí allí. Debería caer en un negro vacío, no en esas
emociones vacuas e inexplicables provocadas por el antídoto mal
desarrollado. Es como en los cuentos de mi padre. Es la magia que no
existe, es presenciar un sortilegio en el que no se cree y despertar
para arañar humo, dándote cuenta de que ni siquiera posees manos.
Quiero
que desaparezca. No quiero que desaparezca. He perdido la capacidad
de querer algo. Pero si él apareciera de repente, debajo de la noche
estrellada, no sé si podría cubrirlo de llamas. Tampoco tiene
sentido esta lágrima antes de enterrar la cabeza en mi almohada. Mi
viejo yo no ha muerto, pero se ha fundido conmigo y me enferma como
un resfriado, si nosotros pudiéramos caer enfermos como los demás.
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