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viernes, 30 de septiembre de 2011

Original/Maestría del amor/NC-17/Femmeaslash.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Code geass/Gino x Kallen, Anya x Gino, menciones de otros/Rating T.

02.Azul.Tabla colores.Misión insana.

Giovanni

Era muy temprano para ellos y un domingo, prácticamente el único día que tenían libres como funcionaria del gobierno de Estados Unidos del Japón y embajador británico que eran uno y otro, así que se había convertido en una rutina salir por la tarde (al templo como una buena pareja budista, a los carritos chocones y la montaña rusa, como...cualquiera que sepa que Dios te ama), cenar en la casa por una vez en la semana, sino el mes (pizza y kakigori, mejor que el helado, en especial si tu esposa te lo da en la boca después de que ruedas en el suelo hasta apoya la nuca en su muslo, oyéndola suspirar, diciendo que eres un niño), meditar en el dojo (bueno, uno de los dos escuchaba a Rihanna en el mp3 o leía Crepúsculo, no pregunten quién), quizás dar una caminata al anochecer con las manos tomadas como adolescentes que por poco y eran.
Había tenido la impresión de que su teléfono celular sonaba y gracias a él, deslizó un brazo alrededor de la cintura de Kallen y la invitó a jugar bajo las sábanas del futón que se descorrieron durante el sueño, tras la última vez, rápida y con ambos cuerpos exhaustos tras días enteros en labor burocrática y conferencias pacificadoras. Estuvo a punto de pensar en despegar la boca del cuello de su esposa en el noveno timbrazo, pero luego el artefacto se calmó y el asunto que intentaba llevar a cabo se volvió tibio, acalladas las protestas e incluso convertidas en suaves risas matutinas.
Una hora más tarde, el celular de Kallen dio su propia llamada y esta, más responsable que Gino, se puso la yukata sobre la espalda bañada en sudor para atender y salió al pasillo, creyendo que él había caído en un sueño inmediato, tras la vigorisidad de la unión de almas, como solía suceder. Se quedó solo en la alcoba. La puerta que daba al estanque se descorrió y ella entró entonces. La lluvia fina espantaba a los peces hacia el fondo. El ornamento de bambú ocultó el momento exacto en el que ella se quitó los zapatos para dejarlos en la terraza. Las viejas costumbres habían sido reinvindicadas. Gino reconoció sus pasos descalzos, incluso el roce de las medias de lana contra la madera pulida. Anya era tan real como él, pudo haberlo jurado.
"¿Qué haces aquí?" hubiera querido y quizás debido preguntar, pero al abrir los ojos, con el rostro vuelto a su figura, lo primero que pensó y exclamó adormilado fue: ¿Cómo puedes estar tan mojada? (y ni bien aquellas palabras dejaron sus labios, un pequeño nuevo sonrojo le subió a las mejillas, puesto que no era la primera vez que decía algo parecido, aunque sí en mucho tiempo y a la joven Alstreim)
Instintivamente le apartó el cabello húmedo que tenía pegado a los ojos y se lo colocó detrás de la oreja. Había querido a Anya como a un amigo y la había amado en noches largas de inexperiencia, como a una mujer incompleta y sin embargo le deseaba solo dicha la última vez que se vieron. En el afecto de Gino Weinberg hubo siempre sobreprotección y confianza, quizás excesiva, se dijo después de la traición de Suzaku.
Ella no lo miró y de nuevo poseído por la ternura, la rodeó con los brazos y tiró hasta colocarse su estructura diminuta con comparación con la propia, sobre el pecho desnudo.
Pensó acerca de lo que diría a Kallen si regresaba en ese instante. Probablemente si sonreía bastante y se expresaba con sinceridad, no tendrían problemas. Quizás él se ligara un coscorrón por faltarle el respeto a Anya y propasarse en el momento que ella eligiera para abandonar la cama.
-Lo siento.-murmuró Anya entre sus caricias y su voz fue un murmullo, parecido al que hacía la cápsula del Mordred al abrirse y dejarse caer. Él estuvo seguro de que sopló un aliento helado contra su piel. Tanto que no solo le puso la piel de gallina, sino que si no soñaba, una bocanada de humo blanco se escapó de los labios de Anya, amoratados.
Usaba una jardinera pesada por el agua, olía a fango y naranjas rancias.
-¿Recuerdas lo que te dije hace tres años, cuando nos conocimos?
Parpadeó varias veces, preguntándose por qué no oía a Kallen en el pasillo, si habría avanzado hacia la cocina o si el círculo en el que tenía la impresión de hundirse, negro, profundo e insoldable, sería real como Anya, que chorreaba agua sucia sobre el futón. ¿Por qué tenía también la impresión de que Kallen no se enfadaría con él en el día de hoy?
Se obligó a buscar en su memoria. “Aunque pierdas tu diario, estaré atento a ti siempre y te diré lo que ha pasado”, le dijo acariciándole la cabeza, cuando se encontraron por segunda vez. La primera fue en la ancestral casa Weinberg de Pendragon, a donde fue enviada Anya Alstreim junto con otras jovencitas que no guardaban interés en Gino Weinberg, aunque sí en complacer los mandatos paternos, apropiarse de fortuna y buen nombre o simplemente lujuriar su porte de aristócrata británico. Espeluznante si pensamos en que la media de la edad de las muchachas era de trece años.
Cerrando los ojos podía ver a Anya enfundada en un vestido que le rellenaba absurdamente el vacío brasier y escribiendo todo lo que acontecía en su pequeña computadora, sin tocar la taza de té frente a ella, ni aceptar más que la pieza de cortesía que el padre de Gino le sugirió amenazantemente que ofreciera a cada invitada. No hubiera retenido su rostro, resentido como estaba con aquella escena, mientras que el amor de su temprana vida servía los biscochos y arrugaba la nariz con tristeza, temiendo ser sustituída pronto.
La carpa de enfermería en el medio de un campo de batalla no es el mejor de los lugares para trabar amistades ni iniciar o retomar viejos romances ligeros. Él le dijo eso a ella, que sollozaba porque su diario se había caído durante su transporte en camilla. La reconoció en poco tiempo, tratando de encontrarla hermosa. Le tomó las manos y la elogió cuando se irritó por lo que pensó lástima y no dulzura. Anya era tan diminuta, en la gran fortaleza que coronaba su estructura, que quería rodearla con los brazos como hacía en el presente y alejar todo aquello de lo cual tuviera que defenderse. Esos sentimientos no lo quemaron en una hoguera como con Kallen Kouzuki, su esposa, pero sí que ardieron y lo mantuvieron caliente por años. Difícilmente habría sobrevivido la frialdad de la corte, de otro modo.
Irónicamente, lo que fueron solo quemaduras leves en el caso de Anya, cuando a él le tocó intercambiar lugares con ella, era una herida de bala.
-Manténgalo despierto.
La enfermera estaba ocupada y si bien era un noble y Mayor, Gino Weinberg aún no se trataba de un Caballero de Asalto. Anya se sentó a su lado, contemplando el suero antes de clavarle la mirada.
-No morirás aquí, Gino.
(y esas serían las únicas veces en las que oiría pasión en sus palabras. Al pronunciar su nombre, en el oído, acabando o simplemente antes de sermonearlo)
-Lo harás después de que te asciendan por haber salvado mi vida. Mucho después. Cuando ya seas viejo y te hayas casado con una conejita Playboy muy orgullosa.
Gino se sacó la mascarilla de oxígeno, para ser reprendido por la enfermera desde otras camillas, tras jadear:
-¿Puede ser asiática?
Anya era mona hasta que veías su rostro apático. Pero una pequeña sonrisa lo suavizaba suficiente como para que fuera bella.
-Un poco.
Se rió, escupiendo sangre y ella se incorporó para volver a obligarlo a acostarse.
-¿Y si solo quiero...casarme contigo?
La anestesia comenzó a borrar la escena, pese a que la débil luz de la consciencia se mantuvo vigente.
-Vas muy mal. Porque yo si que moriré joven. Cuando la guerra termine y de una forma tonta, seguramente.
Lo olvidó tanto tiempo. Pero se propuso cambiar ese destino apretándole la mano. Pensó hasta semanas más tarde que esa niña de catorce años desvariaba con respecto a la promesa de una promoción. Cuando un rumor pernicioso lo puso al tanto entre felicidades de la relación de Anya Alstreim con el Emperador, junto a quien se sentaba en cada banquete al que asistían...digamos que si el príncipe Schneizel le hubiera ofrecido entonces la alternativa de acabar con el Rey Charles, a Gino le habría costado mucho más negarse que en los tiempos del Séptimo Caballero Kururugi Suzaku.
-Anya...
-Solo quería verte, ¿si? No es para hacerte ningún reproche ni para preguntarte algo que debas responder con culpa. Y ya me voy.
La negrura comenzó a aclararse y Gino tuvo sueño, pesado como se sentía. Las manos que aferraban los brazos de Anya en una caricia se aflojaron sin que pudiera evitarlo, como si lo hubieran sedado. Estuvo convencido de que susurró su nombre una vez más -o incluso puede que lo haya gritado desesperado sin que oyera salir de su boca más que un murmullo de animal herido o de niño destetado- buscándola a oscuras, agarrando aire frío y gotas de lluvia. También existía la posibilidad de haberlo soñado todo, pero aquello fue real para Gino Weinberg y seguiría afirmándolo a quien fuese lo bastante cercano a él como para sentarse a su mesa en un día de nubarrones, cuando sus ojos se desviaran hacia el lado del estanque con más añoranza que miedo.
Despertó cuando Kallen regresó con aire grave y la noticia. Era extraño que ella fuera sutil y amable, que lo tocara con suavidad, que le hablara lentamente, que acostara su cabeza sobre el pecho en el cual Anya se había apoyado lo que juraría Gino, fueron solo minutos antes.
-Alstreim tuvo un accidente. Ella...
Los ojos de Gino se abrieron como platos antes de llenarse con lágrimas. Se ahogó en la granja, entonces. Fue a bañarse al río, estaba sola, tropezó y se golpeó la nuca. Fue instantáneo. Lord Jeremiah la encontró la noche anterior, cuando cesó la lluvia.
Se incorporó para moderse el puño y llorar, abrazado por Kallen, que intentaba calmar sus temblores repitiendo su nombre y “querido”, consecutivamente. Varios minutos de cercanía bajo la luz pastel que llegaba desde el pasillo cuando ella hizo la pregunta, pasmada, quizás para desviar su atención un momento o en ausencia, igualmente sorprendida.
-Gino...¿qué ha pasado? ¿Por qué hay tanta agua?
Las sábanas y el futón estaban mojados. Como si alguien empapado de pies a cabeza hubiera dormido ahí, junto a Lord Kouzuki. Un rastro de agua enlodada que terminaba en la puerta corrediza negaba cualquier accidente de otro tipo. Afuera era un día soleado.


Code geass/Gino x Kallen, Anya x Gino, Suzaku x Anya y Kallen x Lelouch/Rating NC-17.

Tablas de Misión insana. 
Texturas:03.Seda [Capítulo 1]
Colores: 07.Negro [Capítulo 2]
Del Tres al Seis
.1.
Instant correlation sucks and breeds a pack of lies.
I'll take it by your side.
Oversaturation curls the skin and tans the hide.
I'll take it by your side.
Without you I'm nothing-Placebo.

Kallen respiró agitada cuando lo vio treparse por la compuerta y meterse dentro de la cabina de piloto en un salto. La cápsula del Gawain volvió a cerrarse y quedaron los dos amparados por la luz rojiza que indicaba bajas de energías, a penas suficientes para amortiguar la caída en brazos del Tristán.
-¡Qué idiota eres! No necesitaba ayuda, ¿sabes? No de verdad.
"Pudiste haber huído si no me atrapabas", quiso gritarle y golpearlo, sumamente enfadada, pero sus fuerzas estaban drenadas. Le costaba creer que la muerte de Suzaku pesaba sobre sus hombros y que la suya propia, junto con algo poco peor que seguramente le sería arrojado durante el tiempo de prisión que le antecediera, si no los fusilaban allí mismo al encontrarlos.
Gino tenía una contusa en la frente y las palmas ligeramente chamuscadas por tratar con el metal caliente, demasiado impaciente por aprovechar la media hora que tenían hasta que los localizaran las tropas de Lelouch. La calló con un beso y comenzó a deshacerle el traje viscoso que Rashkata había diseñado para que piloteara ese monstruo que consideraba una extremidad de sí misma a esas alturas, incluso a pesar de las reformas a las que terminó por acostumbrarse, pese a las protestas de la "madre" del gigante. Pronto sus senos quedaron liberados y erectos, apretados entre los dedos que trazaron un camino hasta el lugar donde se juntaron sus piernas, que temblaban, atenta ella a los sensores. Cada minuto era una eternidad, pero dolía que se esfumara.
-Ten cuidado, maldita sea.-jadeó en el oído de Gino, mientras que le desabrochaba la hebilla del pantalón. Era rápido, era torpe, era indispensable porque la noche anterior ella había llorado y él se había detenido en seco, con la erección baja. "Lo dejaremos para cuando retornemos victoriosos" y era una mentira, pero Kallen temblaba más entonces y le alivió que Gino acomodara la ropa de ambos para dedicar el tiempo antes de la batalla a dormir abrazados, como si quisieran fundirse en uno solo, sin traspasar los límites de la tela, prisiones encima de piel que ahora se juntaba, ruda y húmeda, sangrienta. Estuvo a punto de pedirle secamente que usara un preservativo, cuando una voz amarga dentro de sí misma le recordó que no había necesidad de tener cuidado. Era la primera y la última vez, después de todo.
Dolía. Kallen hincó las uñas en el cuello de Gino y le arrancó sangre antes de darse cuenta de que desgarraba la piel. A ambos les faltaba el aire al unirse. El calor los sofocaba y era una herida que se humectaba con el movimiento, rompiéndose en proporciones infinitas. Pronto perdió nociones de espacio y tiempo. Repitió maldiciones, cerró los ojos con fuerza, recibiéndolo por completo, poco a poco volviendo en sí por sus caricias y dándose cuenta de que las correspondía como en un reflejo. Ardiente, rápido, un poco sucio, doloroso y sin duda estéril si se piensa en las novelas románticas que Milly Ashford le pasó para leer cuando estaban en el Centro estudiantil. Gino se encogió contra ella, apretándose entre sus senos, con aire de niño satisfecho, exhausto y melancólico. Tenía sus motivos. Kallen le acarició los cabellos embebidos en sudor con ternura legítima. ¿Cuándo me volví tan débil como para depender de él? Y se sorprendió al pensar que ni siquiera se despreciaba por eso. Al menos, no de verdad, no su carne, la que latía en su pecho, a penas su mente, la que tomaba las decisiones difíciles pero se congelaba cuando no estaba en paz con el huésped vulnerable que la albergaba.
-Oigo que vienen, ¿deberíamos ser breves?-se sonrojó (vino derramado en camelias rojas, a esas alturas) más, con aire solemne (pensó que Gino no captaría sus palabras, que no vería el significado en ellas, puesto que a pesar de las buenas intenciones que acabaron por ganarle, en una desesperación tan grande como la sucedida a las múltiples traiciones de Lelouch, seguía siendo otro de esos niños nobles que la perseguían cuando fingía estar enferma y tramaba que perecieran. Era naif esperarlo de otro modo, que se supiera al menos una línea de una obra tan quemada casi a la misma potencia que el ser o no ser. En Britania, el arte era la guerra) pero a penas y prestó atención a los sensores que advertían sobre la cercanía del enemigo.
Solo un palmo de distancia para que pudieran mirarse y Kallen tuvo la impresión de que el aire frío corría entre ambos. Pero ya habían tomado la decisión. Fue una verdadera sorpresa que brillara el entendimiento en los ojos de Gino. Una diversión melancólica.
-¿Un último beso, un último abrazo?
A Kallen le tembló el mentón al dejarse rodear. Cerró los párpados, disfrutando a medias. El momento ya estaba consumado, solo faltaba el final de la ceremonia, más importante inclusive que un matrimonio. A esas alturas caóticas, no hubiera sido un escándalo, con todo lo ocurrido. Buscó las dos pistolas a tientas, que estaban en el compartimento de emergencia, guardadas con toda la intención aquella mañana. No las necesitaremos, dijo él, apretándole la espalda, temblando, pero ella las colocó de todos modos, asegurando que podrían ser indispensables si debían defenderse antes de escapar.
Cuando el metal pasó de su mano a la de Gino, el estremecimiento fue compartido, igual que si vibraran en la misma frecuencia. Él lucía desconsolado, como si le faltara poco para llorar, pero al notar que Kallen no era más fuerte, pese a su presunta valentía, sacó una triste sonrisa de alguna parte y pronunció una caricia firme en torno a su mejilla. Ambos habían tomado la decisión. El veneno, la daga.
-¿Confiarás en mí en el próximo mundo?
Eso la conmovió. Kallen podía oír su corazón cuando Gino le colocó la punta de la pistola en el pecho. Ella lo imitó, preguntándose si podrían seguir de acuerdo al plan. Ya escuchaba que descendían los Knightmares de la guardia del Emperador.
-Para la cultura japonesa, los amantes se reencarnan como hermanos.
Hasta en esas circunstancias, con lágrimas en los ojos y temblando, él tuvo ganas de hacer un intento de broma.
-¿Podemos apelar a tu mitad británica?
Las advertencias sonaron desde afuera. El comunicador estaba apagado.
-Solo por esta vez.
Se miraron con intensidad. Eso era más parecido a hacer el amor, al menos en el efecto, como lo había imaginado y lo planteaban las novelas melosas.
-Ahora.
La muerte como un susurro de seda rasgada. A pesar de caer hacia delante, con la perforación letal entre los senos, antes de desvanecerse, estuvo segura de pronunciar “Lelouch”, contra la piel húmeda en sangre de Gino y de ella misma, mezcladas. También lo vio por un instante, de nuevo un estudiante, con el mentón en la palma y pretendiendo ser aburrido o demasiado interesante para llegar a comprenderse. Tan seductor como irritante. Todo lo que Gino no era ni en la muerte, junto con su fidelidad.

.2.
She wears her tears on her blouse
confused and racked with self-doubt
She stole the keys to my house
and then she locked herself out.
The lady of the flowers-Placebo.

-¿Siquiera consideraste que esto podía pasar?
Suzaku Kururugi ha muerto en el Lancelot. El que le habla no es su perro leal ante las cámaras que enviaban su imagen terrible al mundo entero. Es Zero, su muerte y redención. Es Zero, la esperanza de otro principio sin odio. O al menos será Zero cuando sus heridas hayan sanado y recupere la cordura que ha mantenido a duras penas durante los meses en que prepararon el comienzo del Réquiem. Ahora es lo que queda de la sombra de Kururugi Suzaku, es un muchacho avejentado que no se puede llamar “hombre”, aunque haya vivido más experiencias fuertes y mortales en su corta vida que muchos de barba blanca. En absoluto reposado, muestra los dientes, le bajan las lágrimas y está débil, con el torso y los brazos cubiertos en vendas enrojecidas.
***
De alguna manera lo supo desde antes de despertar en la sala médica del palacio, que estaba el cuarto piso, donde ya había amanecido otras veces, en tiempos mejores, donde existían libertades externas y su mente era la que fuera esclavizada. Tautologías. Ella se dio cuenta de lo que planeaban por el aire trágico con el que dialogaron antes de separarse en las plataformas, por el beso largo que se dieron, por la forma en la que se sostuvieron las palmas de las manos y porque Gino tenía ya la desesperación (que Anya conocía porque colmaba a hombres y mujeres cuando entraban en una ciudad como los Jinetes del Apocalipsis y aquellos que tenían hijos los estrangulaban por piedad) sobre la espalda, envejecido tan deprisa en menos de un mes desde la muerte de Bismarck y convertido en un adulto solo cuando Suzaku despareció.
-Gino Weinberg y Kallen Kouzuki.
Localizó primero con los ojos recién abiertos, su diario que descansaba sobre la mesa de luz. Hasta el decorado era el mismo. Las cortinas, el tapizado, el colchón duro y las sábanas frías. Una mujer con un traje de sirvienta. Shinozaki, una asesina a sueldo desaparecida durante los años reprimidos del Área 11, empleada aparentemente por la familia Ashford y luego por los Caballeros Negros. La primavera pasada, Anya tuvo en sus manos su expediente y lo leyó con aburrimiento, sacándole fotos a los papeles, preguntándose si valdría la pena anotar esa escena tan poco aportativa a su vida.
-Lo siento.
Lo primero que Anya notó (o al menos su lado relamido que no cayó inconsciente entonces, el que se quedó mirando a la mucama asesina con ojos vidriosos) fue que no la llamó “milady”, ya que los títulos nobiliarios ya no existían ni volverían a existir, a menos que se le antojara a Lelouch. Pero la mujer tenía una expresión amable. Parecía decir aquello con sinceridad al deshacer las arrugas en el cubrecamas sobre Anya, antes de tomar una planilla en la que de seguro figuraba su estado como paciente y desaparecer por la puerta.
Anya tanteó el terreno. La sangre se le escapaba del rostro como si más que un líquido caliente, corriendo por su corazón, fuera un manojo de ratones asustados, un montón de alimañas metidas en sus venas, arañando y luchando por zafarse de su carne. Los guardias estaban afuera y supuso que harían rondas por el edificio cada tanto. Vigilancia relajada y solo correas de cuero sujetando sus muñecas. ¿Todos la pensaban simplemente una chica enferma? Quizás lo era.
El rostro de Marianne Vi Britania, torcido por la avaricia, interrumpiendo sus memorias, se le apareció fantasmalmente. Nunca podría dejar esa etapa de su vida ir como había aprendido a aceptar que se iba su consciencia.
Un hilo de sangre roedora le bajó por la nariz. Al menos podía estar segura de que en cada una de sus memorias, confusas y recientemente recuperadas, Gino fue gentil con ella. Antes de que las piernas largas y los pechos enormes de Kallen Kouzuki aparecieran, cuando menos.
(se estremeció enferma al darse cuenta de que usando su piel y carne como un guante, Marianne Vi Britania había acariciado el rostro de Gino, dormido a su lado, drogado, herido o exhausto y que más de una vez había considerado el matarlo, solo para enternecerse por su expresión infantil y carcajearse, pasando uno de sus repugnantes dedos –que también eran de Anya, pero no del todo. Nunca volverían a pertenecerle, ni ahora que esa presencia invasora solo existía en sus terribles recuerdos- por el cuello o mentón del joven)
Se secó el hilo de sangre con aire ausente. Le dolía un poco la muñeca derecha, que usó para romper la primera cinta de cuero, ya que la otra simplemente la desató. Esteroides durante años no en vano. Por eso su cuerpo era exiguo en su fortaleza.
Te gustan su cintura de abeja y sus pechos exuberantes, ¿verdad?”, había pensado con cierto veneno en su habitual apatía. No sería relevada a un segundo lugar, si tampoco se molestó en reclamar el primero, todavía confundida por el abandono de Suzaku. Gino fue el único que la respetó cuando vaciló con temblores poseyéndola antes de abordar el Mordred, preparado para la batalla. Apuntó a lo obvio: que ni él ni Mónica podrían ser pragmáticos a la hora de proteger al príncipe Schneizel, no después de su atentado contra el rey. Bismarck debía liderarlos y Dorothea era indispensable como refuerzo. No pudo poner en palabras su inquietud (al borde del vómito), del mismo modo en que el orgullo le impidió agradecerle más que con la mirada. Él le sonrió, convencido de que saldrían victoriosos y de que Suzaku volvería con ellos. Convencido o deseándolo con una desesperación animal.
(se había propuesto curar a Suzaku de su melancolía, como un premio por llegar tan alto y ser despreciado en su propio país. Anya se dijo una y otra vez que él puso tanto o más de sí mismo en un eterno traidor, mientras que ella solo se acostó y abrió las piernas, caliente. Pero si eso fuera verdad, ¿por qué la atacaron casi convulsiones ante la mera idea de montarse al Mordred para dispararle, de verlo estallar en mil pedazos con una maldición entre los labios? Anya, quieres terminar con ese perro, ¿no? Mónica, si, se dio cuenta de que era Mónica la que le sostenía los hombros, pero solo veía manchas amarillas, rosadas y verdes sobre un inmenso fondo blanco. Luego, el calor de los brazos de Gino)
“Esa pude haber sido yo. Esa hubiera sido yo.”, se dijo y escribió poco después de que el Lamorak y el Vincent de Mónica y Dorothy cayeran a tierra, casi borracha y sin saber cómo sus dedos seguían moviéndose frenéticamente. Suzaku la hubiera destrozado sin pensarlo. Sin mirarla de verdad, como si se pasara una amarga medicina por la garganta. Era peor que Luciano y sus manos hoscas, los insultos y el silencio duro antes de hacer el amor, como una violación.
(Gino era atlético y Suzaku se disculpaba con cada movimiento, como si el dolor no mutara para ella pronto en placer y fuese solo para su disfrute)
Fue hasta la ventana, que no tenía barrotes, con los ojos cerrados y sintiendo el roce del cortinado contra sus mejillas. Tela álgida, viejas promesas. En el palacio cuyo control usurpó Marianne Vi Britania, ese que tuvo habitaciones oscuras e impenetrables por tanto tiempo para la dueña del mismo, Anya elaboró su despedida. Consideró antes el cobrarse una venganza que Lelouch bien merecía o al menos en morir peleando contra sus soldados, como Mónica y Dorothea hubieran querido. Pero ellas ya no estaban, eso no las traería de vuelta y Anya ponderó sus propios deseos por encima de las voces de quienes no podían opinar en vivo y en directo, como más que sombras invocadas por su memoria restituída.
No quería irse a manos del tirano, que podía decidir en un capricho el torturarla (no le molestaría tanto el dolor como el tiempo), sin contar que no sabía (ni quería saber) qué había sido de los cuerpos de los caídos en la rebelión. ¿Seguirían vigentes las costumbres tradicionalistas, donde a los traidores se les negaba una sepultura digna y eran sin más, trozados y convertidos en comida cruda para los perros de la milicia? ¿Podían hacer eso con la inmensa cantidad de personas que se hubieran opuesto a Lelouch? ¿Los habrían metido en los viejos hornos que se utilizaban hacia la segunda guerra mundial? ¿O los dieron a la morgue y los soldados sin vergüenza se divertían ultrajándolos? Se consoló al pensarlos polvo y tierra, de un modo u otro. Igual que ella pronto. Igual que Marianne, desterrada de su carne y sangre.
En el palacio de Anya -cuyos lujos eran menos opulentos que aquellos encontrados en aquel donde era prisionera en el linde de su consciencia, pero sí más irrisorios, con las paredes levantadas en cuarzo rosado y los cristales hechos de caramelo mentolado de frutilla- se rindieron los homenajes meritorios para los difuntos. Imaginó a Kallen allí a regañadientes, así como en su momento cenó con los novios y les deseó suerte, como si fuera su propio funeral. Kallen Kouzuki, adentro de su propio ataúd de superficie pulida, por dentro tan cubierta por flores y enfundada en un bello vestido de casamiento que Anya debió usar en su lugar, igual que Gino Weinberg, que descansaba eternamente a su lado, el rostro plácido y un traje que habría dejado orgulloso a su predecesor del apellido. Anya colocó las rosas blancas sobre el pecho del que fuera el Caballero Tres y su primer amante elegido.
-Son de mi Jardín. Tenía más, pero se secaron todas cuando supe que moriste.-susurró al muchacho semisonriente que parecía dormir, lamido por sus palabras contenidas incluso entonces, dueña como era de ese mundo y de esa escena.-Ahora nada florecerá allí. Por eso debo...-hubiera querido besarlo, hacer más que dibujar con el dedo la línea de su mejilla derecha, en la que había una cicatriz casi desvanecida, la ira de una institutriz sin paciencia. Pero tuvo respeto, en su propio palacio, por la joven muerta que amaba al hombre que le perteneció una vez.
Abrió los ojos de nuevo. Era de noche, las estrellas serían sus testigos. Quizás una de ellas era Gino y a su lado estaba Kallen, resignada a tener que soportarla. Acariciada por las cortinas tomó las flores que ya empezaban a podrirse en el florero y las apretó contra la bata con la que fue vestida tres perder el sentido en manos de Jeremiah Gottwald. Algunas se deshojaron sin esperanza, otras soltaron un jugo enfermizo que la manchó hasta el vientre y Anya pensó que era adecuado cuando se trepó al alfeizar de la ventana. Lo vio allá abajo, esperando por ella, con los brazos extendidos y una actitud despreocupada, casi divertida.
-Salta. Sabes que estoy aquí para atraparte.
Dos lágrimas bajaron, ardientes y sin permiso. A pesar de la altura podía oírlo bien sin que él gritara. Era como en la Academia.
-Pensé que te habías ido con ella. El amor de tu vida.
Gino Weinberg sacudió la cabeza, sin dejar de sonreírle, dándole ánimos.
-Me fui, pero regresé por ti. ¿Para qué son los amigos?
Ella no contestó. No quería llorar. Apretó su diario electrónico, que sorprendentemente estaba junto al florero, esperando a que lo tomara, quizás juzgado como inofensivo. Lo soltó para que fuera su antecesor simbólico y acto seguido, de inmediato, se dio vuelta para arrojar por encima de sí misma el ramo improvisado de flores, antes de dejarse caer.
***
La discusión acababa de comenzar cuando terminó de tajo con ese sonido que Suzaku supo reconocer de inmediato como el derrumbe de una estructura de carne y hueso que acarició, besó, mordió y lamió meses atrás, tanto tiempo en retroceso que parecían sino años, siglos. Algo que le sucedió a alguien más. No solo un cero muerto.
Lelouch de seguro también supo. Supo que algo no era normal en ese chasquido que vino primero (de un artefacto golpeándose contra el suelo y haciéndose añicos, seguido por una bolsa de carne suave que solo podía ser una cosa o varias entre pocas de ninguna manera agradables, ni a esas alturas, con ambos convertidos en asesinos consumados y consumidos) y si bien la mirada de Suzaku reflejó horror, la suya asco, expectancia y confusión.
Repitió su nombre cuando echó a correr atravesando la sala oculta tras una biblioteca que daba a uno de los jardines interiores del palacio. Sabía que todo el que podía representar un obstáculo para el Réquiem estaba encerrado o muerto y que los guardias fueron gesseados pero la inquietud lo poseyó, fuera por el semblante desesperado de Suzaku o bien por la más mínima posibilidad existente que no hubiera tenido en cuenta.
Anya Alstreim parecía aguardarlos en el medio del círculo de piedra rodeado por rosales sin flor. Las espinas los señalaron como si la hubieran empujado. Años más tarde, cuando Nunnally Vi Britania pasara por las columnas jónicas revestidas en oro para admirar los retoños primaverales, notaría que contrariamente a lo descripto en el diario de Euphemia -que Cornelia le leería con diligencia y dulzura, en un esfuerzo por borrar los recuerdos tristes- las flores blancas inmaculadas, sino rosadadas pálidas, encendidas con particularidad si era Zero quien la acompañaba.
Y decimos “Anya Alstreim” y no sus restos, aunque pronto estaremos en lo correcto al afirmar esto. Al caer de espaldas desde esa altura se había golpeado la cabeza y roto la columna. La parálisis y muerte, sin embargo, no fueron inmediatas como ambas lesiones hubieran demandado. Su cuerpo era fuerte y su espíritu tozudo, especialmente cuando Lord Kururugi se detuvo ante él, cayendo de rodillas.
(Había transcurrido un año con exactitud desde la última vez en que lloró, contenidas igual que espinas tenía sus lágrimas y se prometió arrancárselas solo cuando Zero, Lelouch...)
La sangre cubría el rostro de Anya, dándole un aspecto demoníaco. El dolor a penas y torcía sus facciones (Suzaku se descubrió pensando, meses más tarde, cuando las imágenes lo asaltaron en pesadillas, que Anya y Euphie se mezclaban tanto en su memoria, no solo por los trágicos finales que tuvieron, sino también por el parecido físico y ciertas costumbres o gestos que podían adjudicarse acaso a la gente británica, más específicamente a sus mujeres, aguantadoras y fuertes, que sufrían en silencio, guardando las apariencias hasta el final. No habló de nobleza porque Lelouch le confesó descorazonado y ebrio, una noche en que lo arrastró a su cama porque no podía consigo mismo, que así fue como partió Shirley de su vida, igual que una condesa), su estómago se abrió por el impacto y las vísceras rosadas parecían culebras saliendo de su piel manchada. En la nuca el hueso roto del cráneo dejaba escapar la masa cerebral. Así y todo, vio a Suzaku o lo olió.
Todavía le era posible armar palabras y articularlas, alzando los brazos. Formó en el aire de la noche la figura de su diario sobre sus manos y apuntó el ojillo de la cámara hacia el Caballero de Zero. Sustituyó el click imaginario por un suspiro que ella misma emitió.
-Para los registros...hijoputa.
Eso fue todo. Como un agregado, Anya siempre creyó que moriría en el Mordred, del mismo modo en que estaba convencida de que lo haría siguiendo a Gino, no tanto por amor o amistad como por inercia.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Code geass/Gino x Kallen, Gino x Anya, menciones slight de Kallen x Lelouch y Anya x Suzaku/Rating T.

08.Blanco. Tabla colores. Misión insana.

Cum bonae voluntatis

Él sabía que la capturaron. Cuando abrazó a Kallen, tras abrir con las manos casi desnudas la cápsula para que se quedaran a esperar juntos a la guardia de Lelouch, ya sin energía para huír, vio por encima de su hombro el desenlace de lo que casi lo provoca congelarse junto al radar, quizás incluso mandando un desesperado e inútil mensaje por los comunicadores para cerciorarse y dar ánimos que bien sabía, Anya encontraría molestos. "Vete con ella. La elegiste, ¿no? Y no tienen mucho tiempo", habría dicho, sin duda alguna, ocultando su dolor en una capa de frialdad suicida que poco envidiaría la del verdadero Suzaku, a cuyo gemelo malvado acababan de mandar al Infierno.
El punto que representaba al peligroso Siegfred de ese sujeto se acercaba al Mordred de Anya. Desapareció uno primero (el corazón de Gino dio un brinco y pensó orgulloso, antes de sumergirse entre los cabellos de Kallen, que ella podría escapar) y luego (cuando Gino alzó la vista de nuevo, sonrojado, permitiendo que Kallen recuperara la respiración en el fuerte abrazo) se apagó el del Mordred, dándole una puñalada casi final y dejándolo saturado, ahora por completo, de nuevo con los ojos llenos de lágrimas, como cuando el Lancelot estalló en llamas sin expulsar al piloto.
Había tanta gente muerta y todavía muriendo, desapareciendo de los sensores y ni hablar de las causalidades anteriores a su alianza con los (exs) Caballeros Negros (que ahora no sabían lo que eran, con el nombre que les diera ese con el que peleaban, del mismo modo en que Gino no pudo decir bien cuál era su situación, colaborando con los terroristas a los que se había propuesto atrapar durante años, pero usando el uniforme de los de Asalto y pensando todas las noches antes de dormir junto a Kallen, en Bismarck y los demás, en la risa desdeñosa de Nonette cuando anunció sus planes y le ofreció su mano a Anya, que probablemente lo siguió solo para no dejarlo a merced de una personalidad perniciosa como la de Schneizel y que lamentó su decisión ni bien se dio cuenta de que lo que era una obsesión unilateral con lady Kouzuki, florecía en algo que la hería, hundiéndola en un desierto de nieve, llenando con palabras resentidas en su diario, el vacío que Gino dejaba sin quererlo), que se acostumbró al sabor de la sal a montones en la lengua.
De todos modos, no les quedaría mucho tiempo más, ¿verdad? En seguida tuvieron media docena de soldados apuntándoles. Gino pensó que se hubiera vuelto loco y habría acabado obligándolos a disparar si hubiesen tratado de colocar a Kallen (amordazada, indefensa y mujer. Su mujer, en manos de los ruines hombres de Lelouch) en un transporte o -ya en el palacio- celda aparte. Pero no. Los colocaron juntos, con la chaqueta de fuerza de los prisioneros británicos. Pero juntos. Ninguna clase de abuso, fuera del maltrato propio y mínimo que se le daba a los apresados.
No pensó en Anya hasta que se hallaron con los demás, amontonados en cuatro paredes minúsculas, esperando a que atraparan al último rebelde para organizar la ejecución en masa. El peor de los dragones estaba apaciguado a juicio de Gino y entonces, otro levantó vuelo sobre Camelot para hundirla en llamas.
Debemos reconocer que Jeremiah Gottwald tampoco dejó muchos espacios en blanco con su actitud ambigua, a la cual no prestó la menor de las atenciones al bajar cargando a Anya Alstreim hasta la cámara de prisioneros, pasando por enfrente de la celda que correspondía a Weinberg y compañía. No dio ninguna explicación a Sayoko acerca del estado de las ropas de ambos, descorridas, desabrochadas, húmedas y sucias con arena. Era muy fácil hacer solo por eso, las peores asunciones. Sin hablar de los moretones en el rostro de lady Alstreim (el Mordred y el Siegfred cayeron al mar, ella perdió el sentido, golpeándose con la cápsula de metal abierta por el cortador del brazo metálico de Lord Gottwald), lo rojizo de sus labios (tuvo que hacerle una maniobra RCP ya en la costa) y su top negro, desgarrado al igual que su sostén (no paró ni un instante a pensar en si la piel de la chica que bien podía ser su hija, estaba suave y mojada, en el vértigo que le causaba la mera idea de haberla liberado de una maldición solo para que muriera sin que comprendiera a fondo su situación), por debajo de una manta que Jeremiah hiciera traer a los paramédicos y que si bien podía ayudar un poco a su pudor, no lo suficiente como para que el menor de los movimientos no revelara mucho de su estado actual.
Su expresión ausente, la sangre bajando de su nariz, que en vez de ser colocada con todos los demás, que notaron esto horrorizados, fue puesta en una celda cerrada y visitada diariamente por Jeremiah, el enmascarado fanático de Lelouch, terminó de confirmar las peores sospechas de Gino Weinberg, que pronto mutaron en certezas terribles acerca de su destino. Shinichiro Tamaki fue el primero en verbalizar algo agresivamente a través del grueso vidrio de observación: PEDÓFILO HIJO DE PUTA. Y VIOLADOR. También en demostrar que el cautiverio era a prueba de balas y sonidos, así que Jeremiah Gottwald solo vio que numerosos rebeldes lo miraban con odio, moviendo labios que no se molestó en leer antes de sonreír y seguir de largo, cada día que bajaba a los calabozos.
Una verdadera pena porque si el joven Lord Weinberg hubiera conocido a Lord Gottwald más que de palabra antes de su deserción, toda segunda idea sobre su trato con una dama -en especial si esta no estuviera dispuesta, incluso, agregando rigurosamente para llegar a los extremos de los rumores que viajaban con rapidez entre los amontonados prisioneros, un compromiso oficial, como es propio en la vieja escuela de Caballería- se habría desvanecido de inmediato. Solo la edad le hubiera impedido por menos de cinco años hacer bromas de taberna llamándolo “padre”, olvidando a su desgraciado progenitor, con el que solo lo unía el apellido y las tarjetas de crédito que aún no fueron canceladas.
De existir siquiera una duda acerca del trato que Anya recibía del Caballero restante al servicio de Lelouch, la culpa que se cernió sobre la mente de Gino Weinberg, torturándolo día y noche hasta que se puso fecha a su ejecución, habría dejado de asfixiarlo por momentos y con claridad hubiera apreciado que pese a la máscara que cubría la mitad de las facciones de Jeremiah Gottwald, su fisionomía no hablaba de vicios (sexuales, al menos), a diferencia de la de Luciano Bradley.
Se dijo a sí mismo “traidor” y ególatra hasta que la sangre de sus palabras sin pronunciar se desbordó dentro suyo. Kallen apoyaba la cabeza en su hombro, intentando consolarlo, pero sus esfuerzos no le llegaban. Había rogado a la fuerza superior que quisiera escucharlo para que su mujer no le fuera arrebatada, para que estuvieran protegidos y ella siempre donde pudiera verla, sin que nadie mancillara su honor más que con la derrota y el cautiverio que también él vivía.
Puso tantas energías en estas oraciones que borró por completo cualquier otro aspecto que no los involucrara a ambos. Anya, junto con todos sus amigos y compañeros de la Rebelión se desdibujaron de sus pensamientos hasta que suspiró aliviado, solo para tensarse nuevamente al observar a ese hombre, sin duda desalmado, cargar el cuerpo diminuto de su mejor amiga y primera amante.
Fueron días y noches sin dormir. Su mente, que nunca fue algo de lo que se jactara, a diferencia de su valentía y código de honor, trabajaba a todo motor para generar un método y liberar a Lady Alstreim. La frustración lo azotaba. Lloraba en silencio cuando los otros dormían. Kallen le pedía que no se martirizara, pero su voz suavizada no era suficiente. Y ella tenía sus propios esqueletos de los cuales ocuparse, en el palacio oriental Kouzuki, detrás de sus párpados.
En realidad tomó la decisión casi de inmediato, pero no quiso aceptarla ni ponerla en marcha y sin embargo, cada vez que veía pasar al bastardo de Lord Gottwald hacia la celda de Anya, se sentía presionado, como si le apretaran un miembro agangrenado en la zona donde aún no llegaba la infección. Debía cortar aquella parte de sí mismo, que no le pertenecía y que vivía dentro de Anya Alstreim. No existían otras soluciones menos nocivas. Terminó de convencerse días antes de la ejecución anunciada. No es que les concedieran un último deseo, siquiera una cena lujosa o los que pretendían ni más ni menos que la cabeza del Emperador Demonio. Pero aprovechándose de la situación, exigió a la mujer shinobi una última entrevista con Anya, la cual no sería inmolada, pese a que asistiría en calidad de detenida. Jeremiah Gottwald había pedido su protección. No podía eximirla, pero sí convertir una condena mortal en perpetua bajo su tutela.
Rogó desesperadamente a la única sirvienta de Lelouch cuyos ojos no resplandecían en rojo corrupto. Hubiera besado sus pies, pero la mujer era tan decente que uno se preguntaría cómo podía servir a alguien así. Sayoko Shinozaki terminó por asentir, por encima de las formas con las cuales pasaba a cerciorarse del bienestar de los prisioneros, escribiendo sus observaciones como una enfermera. El alivio y el terror colmaron a Gino cuando fue arrastrado por los guardias, sin atreverse a mirar a Kallen, que quizás lucía tan fuera de sí en su molde habitual porque leyó su mente y oyó su corazón acelerado en las noches en las que soñaba con ese futuro a corto plazo espantoso, que por fin acababa de llegarle.
Anya Alstreim a penas y lo reconoció, constantemente entrando y saliendo de recuerdos mezclados, que le costaba ordenar para conseguir patrones de lo que Marianne le arrebató por años. Él pensaría que esta confusión se debía al abuso y el dolor lo sacudió como una corriente eléctrica cuando avanzó de rodillas en su dirección, con los brazos tras la espalda, ella igualmente inmovilizada, pero vistiendo como una civil. Por supuesto, un vestido de seda rosado, que Anya consideraba fresco -absorbida como estaba por las sensaciones, evitando los pensamientos caóticos que la empujaban a la oscuridad- y que Gino encontró obsceno, avergonzado nuevamente por su egoísmo e impotente al no encontrar mejor manera de protegerla.
-Te extrañaba. Fuiste muy valiente al pelear sola contra él.-se sorbió las lágrimas, conteniéndose de derramarlas en tropel, porque bien sabía que perdería la fortaleza de la que se invistió para cumplir con su tarea como amigo y casi hermano, después de amante rechazado y a su vez, cedido. Buscó apoyarse en su hombro, inclinándose, como había hecho numerosas veces en la intimidad. Aspiró su perfume por última vez y se dio cuenta de que no conocía a Anya desde siempre como tenía la impresión, de que ella estaba en su vida desde hacía menos de cinco años que pasaron en un dulce suspiro. ¿Cómo arrancar lo que le parecía una eternidad? Si, sabía cómo, técnicamente y difícilmente fallara, tras haber llegado tan lejos, pero la pregunta no versaba sobre aquello, sino sobre algo más profundo.
Mañana estaremos juntos”, se aseguró. Anya estuvo a punto de repetir su nombre, de empujarlo suavemente, aguijoneada por una culpa fantasmal debido a Kallen, a penas comprendiendo solo una parte de lo que sucedía y no la que explicaba el desenlace que protagonizaría.
¿Qué habrían hecho ustedes, si la mujer, no, la niña o adolescente que los ha salvado más veces de las que hubieran podido hacerle sonreír fuera a pasar un Infierno de ahora en más? ¿Qué habrían hecho de no tener poder suficiente para desafiar a sus enemigos de otra manera? ¿Qué habrían hecho de saber que no podrían consolarla de forma alguna porque la Muerte los llevaría primero? Gino Weinberg no encontró una solución mejor que la que su herencia británica le había dejado. Antes que entregar los bienes, era mejor quemarlos y si existía el peligro de ser capturados, acaso ultrajados, era preferible...su patria le avergonzaba y hasta el día en que puso en marcha sus resignadas maquinaciones con el corazón en un puño, estaba convencido de que existían otras salidas. Pero se encontró contra la espada y la pared. No, ni siquiera se hablaba de él, sino de Anya, con la que compartía un lazo tan intenso, que de tratarse de hermanos habrían sido incestuosos y de ser marido y mujer, el calor de sus cuerpos habría sido apagado por la naturalidad con la que hubiera florecido su amistad.
Así que Gino Weinberg aspiró profundo, puso su mente en blanco y concentró toda su energía en morder la yugular de Anya Alstreim, tal y como meses atrás presionaba un botón para volar en pedazos un campamento de rebeldes o disparaba contra un objetivo tratando de ignorar, siquiera por ese instante, que destruía una vida y convenciéndose de que era su misión, pensando en un futuro donde la guerra no existiera. Pero entonces no hubo promesas de en sueño. Solo una tranquilidad brumosa y manchada con la sangre que le empapó la boca.
(el sabor le recordó vagamente al de su menstruación, cuando él insistía en tocarla y besarla si no le dolía)
-¡Ah...! Gi...no...oh...
(su voz quebrada, adolorida y sin aliento fue horripilantemente similar a la que dejó escapar cuando perdieron la virginidad juntos, apretada ella contra él, buscando consuelo en su abrazo)
Abrió la boca, dejando caer el trozo de cartílago desgarrado, sin ver más que manchas rojas y rosadas, borrosos los ojos por las lágrimas. El estómago frío hasta entonces, se removió con violencia y cuando los guardias irrumpieron para separarlos (inútil. Anya Alstreim caía hacia atrás con la vista perdida y palabras mudas en los labios, mientras que Gino Weinberg se preguntaba con ausencia cómo podia tener tanta sangre el cuerpo de  su mejor amiga, siendo tan pequeña), él empezó a vomitar lo poco que consiguió pasar esa mañana como desayuno en la celda, antes de notar que sus represores iban liderados por el mortificado Lord Gottwald.
-¡Esto es por ti!-Rugió retorciéndose en su dirección, con las pupilas afiladas, antes de recibir una descarga eléctrica. Mantuvo la consciencia el tiempo suficiente como para notar que la mortificación no era exclusivamente suya pero al despertar en aislamiento, se dijo que sí era el único que mereciera echarla de menos.

Code geass/Luciano x Kallen (slight non-con), Gino x Kallen, Nonette x Luciano (non-con) y Suzaku x Anya/Rating M.

031.Petaca.Tabla alcohólica.Fandom insano.

Animales

Luciano Bradley no pretendía nada bueno de su visita a la celda de Kallen Kouzuki. Había estudiado detenidamente los movimientos del joven Weinberg alrededor de la prisionera desde aquel pequeño encontronazo en el que este le prohibiera con una suave amenaza acercarse de modos “deshonrosos” a esa terrorista de senos enormes que de seguro había labrado su camino de cama en cama hasta llegar al afamado Zero, al que pronto el Caballero Diez borraría de la faz de la tierra, ganando una vez más, el favor de su majestad.
Kallen Kouzuki estaba sorprendida del trato relativamente bueno que le daban en su cautiverio. Desde luego, este incluía (al menos antes de que Nunnally llegara con un vestido de satén, que quizás a propósito se parecía al que le diseñaron para una de las fiestas organizadas por el Consejo Estudiantil) la chaqueta de fuerza antes y actualmente no prescindía del collar de electroshocks. ¿Por lo demás? Eran como vacaciones esposadas.
A Kallen le avergonzaba un poco pensar que si alguna vez la atrapaban viva, tendría que cortarse la lengua con los dientes, disculpándose con los suyos (Lelouch. Zero. Naoto. Su madre. Ohgi. Incluso el idiota de Tamaki) por abandonar el escenario ante la tentativa de ser abusada sexualmente. Cuando entró en la Revolución, era lo bastante ingenua como para pensar que podía separar al guerrero de la chica virgen. Le tomó una cuota de contemplación de atrocidades el comprender que para sus enemigos, resultaba todo un bonus que ella fuera ambos.
Era una de esas ocasiones en las que su maldición se volvía conveniente. Temió cuando la apresaron, pero le retiraron de inmediato todo lo que llevaba puesto, también el brazalete que la contenía. Tuvo que ahorrarse una carcajada. No albergaba sinceras expectativas acerca de ser favorecida con un escape a causa de su condición como miembro del Zodíaco, pero definitivamente, su pudor estaba más que salvado. Convencida estaba de ello cuando Luciano Bradley irrumpió en su celda y comenzó a romperle el vestido con una daga, pese al sudor frío que la recorría.
Pronto volvió a estar desnuda bajo la mirada burlona de un hombre que consideraba que podía hacer lo que le placiera con una terrorista. El collar electrificado tenía un mecanismo automático conectado con su sistema nervioso: el menor esfuerzo físico, siquiera por subir la voz, le propinaba una descarga. No podía patear al Décimo Caballero aunque se dio el gusto de forcejear y de correr en círculos por la minúscula habitación hasta que él le dio alcance entre risas amenazantes.
Luciano Bradley finalmente asió a Kallen Kouzuki por el cuello, encantado de tironear de su seno izquierdo mientras que los llevaba a ambos al suelo y la chica hacía una mueca adolorida. Ella chilló cuando él se colocó sus muslos a la cintura y se dejó caer en un abrazo fatal en muchos aspectos. Entonces...¡Plop! Una nube de humo rosado los cubrió a ambos y en vez de descender él sobre una joven temblorosa para convertirla en mujer por la fuerza, se encontró con el suelo de la celda y a la altura de sus brazos, que cerró sin encontrar nada que valiera la pena estrujar hasta la sangre y otros fluídos menos dignos, salvo por una pequeña bola de algodón apoyada contra la pared de vidrio, carcajeándose humanamente, con una pata entre los partidos labios de…
-¿Vas a violar un conejito, Vampiro de Britania?
Los ojos de Luciano Bradley se desorbitaron. La excitación que exhibía peligrosamente sobresaliendo de los botones abiertos de su pantalón, había bajado de repente y era una forma sin vida que colgaba de entre su ropa. No parecía tan asustado ni asqueado como sorprendido. Kallen sonrió triunfal, parándose en patas traseras y arreglándose el espeso pelaje blanco de las delanteras. En una ocasión, unos buscapleitos la habían acorralado en los gettos, arrancándole ropas y el brazalete contenedor incluído, antes de que aprendiera a defenderse por sí misma o tuviera edad suficiente como para que lo terrible destruyera su vida adulta y no también su infancia, como si la invasión no hubiera sido también un crimen de ese tipo. Tanto fue su desprecio por el secreto de su familia, que no solo huyeron, sino que vomitaron al alejarse corriendo sin mirar atrás. Jigoku shoujo. Los idiotas no conocían límites por nacionalidad.
Lord Bradley entrecerró los ojos con estupor, como si estuviera asimilando la situación sin pararse a preguntarse si había ofendido los cielos o vivía acaso una pesadilla. Contempló a Kallen, que cruzó las patas delanteras como la muchacha de aire cínico que era cuando no fingía estar enferma. Si de algo le servía haber sido descubierta, era que ahora podía darse el lujo de ser ella misma las veinticuatro horas. No pudo evitar alzar las cejas (o al menos mover los ojos inquisitivamente) cuando Luciano Bradley suspiró como si hubiera sido un largo día de trabajo burocrático y se sacó del bolsillo interior de la chaqueta distintiva, un objeto metálico que pronto, Kallen comprendió sin aire que era una petaca. El décimo Caballero no tardó en llevarse el pico a los labios y sorber, mirándola con ojos chispeantes y entrecerrados, triunfales a medida que el líquido –en evidencia muy fuerte- le hacía efecto.
Fue entonces cuando Kallen regresó a su forma humana y Luciano Bradley comenzó a reír más animada y escalofriantemente que antes de darle alcance. Como si ahora, al contemplar a Kallen no la viera solo a ella y el espectacular momento que pudiera darle, sino también ante él desfilaran un sin fin de posibilidades de encanto sádico que pudieran volverle un rey en su ámbito o valerle una corona extra. Un hilo de baba le corría por el mentón cuando se sujetó el miembro, frotándolo hasta que estuvo duro de nuevo, para horror de Kallen, que se pegó aún más contra el cristal, retrocediendo hasta donde pudo, sabiéndolo inútil.
-¿Por qué no un conejito, Kouzuki? ¡Es caliente…pequeño y apretado, ¿…no?!
Las pupilas de Kallen se encogieron cuando él avanzó hacia ella con las manos extendidas sin vacilación alguna y el rostro taimado descompuesto por el abuso de alcohol.
Probablemente Gino Weinberg no podía elegir mejor y peor momento para hacer su aparición rauda y fresca en la entrada de la enorme celda de cristal, cargando con una bandeja en la que aparecían diferentes platos japoneses, un tenedor y cuchillo a un lado, más palillos en caso de que Kallen Kouzuki –a la que imaginó emocionada, agradecida, quizás menos dispuesta a insultarlo en esta ocasión y definitivamente no solo vestida, sino también sin violar- decidiera disfrutar la cena que pretendía que compartieran, al estilo de su viejo país. Tuvo a Suzaku dos horas en el teléfono celular (se acordó de saludar a Anya desde el modo micrófono, después de todo era la primera cita que esos dos tenían tiempo de conciliar en meses) cuando fue al restaurante a hacer el pedido. No es que no confiara en los ayudantes de cocina, que eran Onceavos, es solo que si le preguntaban, le representaba una mejor opinión un tipo como Suzz, que había sido más o menos un príncipe en la buena época del Área 11. Seguro que tenía un gusto muy refinado por debajo de la melancólica humildad que acostumbraba esgrimir, encogiéndose en sí mismo. Y Kallen era una chica rica antes de caer en el terrorismo y seguro que no habría escogido cualquier plato.
Su atención estaba entonces, bastante más centrada en la bandeja que cargaba antes que en lo que tenía delante. Quería impresionar a Kallen Kouzuki, que su piel se cubriera con un sonrojo y que protestara al desviar la mirada de su persona, sintiendo que su corazón se aceleraba. Para ello se memorizó los nombres de cada plato, consultando con Suzaku que estuvieran bien escritos. La verdad es que por si acaso, los había numerado y estaban escritos en su muñeca, bajo la manga del uniforme. Con un poco de suerte, Kallen intentaría no prestarle atención al principio y tendría tiempo de echar un vistazo antes de placer sobre la mesa esa bandeja, que llevaba el peso extra de sus múltiples expectativas.
Gino Weinberg era un optimista al extremo, quizás. Podía darse cuenta del trabajo que le tomaría, de las horas que invertiría tratando de que el odio de Kallen se convirtiera en simpatía y de ahí, ya en la rampa correcta, se dirigiera por el camino anhelado. Podía ver a esa chica pasando de las celdas a un lugar de honor como Caballero de Asalto, siempre con su protección y apoyo, desde luego, teniendo que ladrarle tanto como fuera necesario a Bismarck, que quizás ni lo pusiera en aislamiento. Existía la posibilidad de que incluso admirara la determinación que estaba dispuesto a mostrar.
Gino Weinberg podía verse casado con esa muchacha, el flamante vestido blanco que ella usaría, que invitaría a Suzz a ser el padrino, a menos que quisieran hacerlo como en su tierra, con esos bellos atavíos de seda que las mujeres exhibían con orgullo antes de la guerra. Oh, también podía ver a los hermosos hijos que tendrían, que sabrían japonés mucho mejor que su padre, para el cual ese lenguaje eran solo palitos, porque serían inteligentes como su ardiente madre que…
…volviendo al presente, estaba. Desnuda. En el suelo. Con el rostro desencajado de miedo y espanto. Junto a. Luciano Bradley. Que tenía. A Bradley Junior. Saliendo de la bragueta de su pantalón. Duro. Oh. OH.
Gino Weinberg tenía una prolífica imaginación y la verdad es que tampoco se necesitaba mucha de ella para tener una mínima idea de lo que implicaba esa imagen. Sin embargo, cuando él ingresó en el ambiente, dejando caer la bandeja cuyo contenido había seleccionado cuidadosamente, sazonándolo con sus grandes expectativas, tuvo el agregado de presenciar una de sus pesadillas en vivo y en directo o al menos, a un pariente muy cercano de la misma, que incluía toneladas de sangre, pese a que eso sería agregado en breve, por suerte o por desgracia, a juicio del lector, para nada proviniendo de Kallen Kouzuki.
Es difícil describir lo que pasó a continuación. Y algunos débiles de corazón podrían exaltarse si se entrara en detalles. A pesar de las poco afectuosas referencias que Luciano Bradley pudiera estar encantado de dar con respecto a Gino Weinberg, tengamos en cuenta que compartían el rango de Caballeros de Asalto. Pertenecían, a todas luces, a una de las élites militares más exclusivas que el Imperio pudiera ofrecer para arrasar con sus enemigos. Tenían una preparación exquisita y como agregado: Gino Weinberg estaba furioso (lo cual es decir poco, pues no olvidemos su horror y la tristeza que le sobrevendría cuando le pidiera disculpas a Kallen) y Luciano Bradley ebrio. El primero pudo, de por sí, brindar un ataque difícil de esquivar en circunstancias normales, con bromas de por medio en un enfrentamiento de rutina, con el Tristán y el Percival o durante esas prácticas que Lord Waldstein recomendaba, cuerpo a cuerpo, como un pequeño duelo de práctica entre honorables Caballeros.
(Bismarck puso un acento ciertamente amenazante desde un punto de vista burocrático –si en algo fuera de los atractivos de Kallen Kouzuki hubieran adherido, habría sido en lo penoso que resultaría hacer labor de escritorio por meses, sino años al servicio- al convertirse en árbitro del combate, explicándoles con aire severo que si un Caballero tiene un florete, no necesita una daga para ocuparse de su adversario y que si bien el enfrentamiento no debe convertirse en una manera de sellar afrentas entre camaradas, es una falta de etiqueta interrumpir el combate con un abrazo)
El segundo, de seguro, habría sabido defenderse e incluso se habría colocado de inmediato en una posición ventajosa…de no ser por lo que acababa de beberse: una peligrosa mezcla de…todo lo que puede encontrarse en una licorería y…bastante de lo que te sería posible hallar en el botiquín de emergencias psiquiátricas y que puedas mezclar en alcohol sin morir de inmediato. Solo un par de sorbos infundían coraje y no es que Luciano Bradley necesitara mucho para ir a la guerra, desde luego. Es solo que Nonette Ennegram estaba en la colonia y mantener la cabeza levantada en su presencia, podía resultar algo difícil, teniendo en cuenta que durante la última vez que tuvieron un acercamiento, alguien terminó desvirgado desde atrás y por desgracia, no fue la mujer, si entienden.
Así que, volviendo a la escena del presente, Lord Bradley vio varios Ginos acercándose en una ventisca con los puños levantados y la mirada reluciendo casi en rojo, pero a penas y pudo localizar el mango de una de sus dagas (a pesar de que tenía los dedos cerrados ya en torno a él), arrojando el arma con extrema torpeza, a metros del furioso Caballero, antes de murmurar anestesiado: ¡Hey, Tres! ¿También vienes por un pedazo de coneji…?
(Nunca terminó la frase, Gino no estaba en posición de escucharla tampoco y el resto fueron huesos crujiendo y gemidos de sorpresa, adoloridos)
Kallen –un poco más lúcida y menos agradecida, por lo tanto, sin ser del todo ella misma, a decir verdad- pudo haber aprovechado esa distracción de los dos para ir hacia la bandeja que se cayó al suelo y tomar el reluciente cuchillo de punta filosa que Weinberg trajo con la cena arruinada. Pero convengamos en que acontecieron numerosos hechos en el día de hoy como para procesarlos con rapidez, en especial teniendo en cuenta que la línea “Un conejo está bien, es pequeño, caliente y apretado…”, la salvación con la que contó hecha pedazos por su ingenuidad, fue pronunciada solo un par de minutos antes.
Así que se quedó con la vista en blanco y los brazos alrededor de los pechos, las piernas muy juntas como si eso bastara para cubrir su vergüenza, hasta que los rechinamientos y gimoteos cedieron, Gino Weinberg irguiéndose para contemplar con una mueca el resultado de su furia, antes de sacarse el teléfono celular del bolsillo para llamar paramédicos que se encargaran del hombre inconsciente que hubo dejado en el suelo. Intercambiaron miradas un momento y luego Weinberg actuó como si le corriera electricidad por los miembros: se sacó la chaqueta distintiva con miles de disculpas en los labios temblorosos, las lágrimas casi infantiles formándose en sus ojos. Kallen retrocedió un instante, confundida y casi abusada como estaba pero luego vio que el muchacho (que no tenía ni su edad, a pesar de ser alto y poderoso en su estructura) le colocaba la prenda sobre los hombros desnudos. No pudo evitar sonrojarse antes de ponerse de pie con aire irritado.
Pronto llegó el servicio médico a retirar al herido. Observaron con cautela a la prisionera, antes de que Lord Weinberg afirmara que estaba bajo su responsabilidad. Kallen, que tenía una consciencia de sí misma digna de un superviviente, cuando no se atrofiaba por circunstancias de la adolescente tímida e inexperta que por desgracia también era, vio pasar frente a sí la posibilidad de tomar a Gino Weinberg como rehén, manoteando el cuchillo empapado en el caldo de soba y colocándoselo con frialdad en la garganta. Bien sabía que incluso en el caso de poder defenderse, su condición se lo impediría. Una parte suya se hirió ante esa estrategia: estaría tomando ventaja de su sexo, que él consideraba débil.
Quizás fue eso lo que la obligó a mantenerse queda bajo la mano que se apoyó en su hombro, mientras que ambos observaban a la masa gimiente, amoratada y sangrante que era Luciano Bradley, alejándose en una camilla tirada por empleados del Imperio que no se atreverían jamás a cuestionar a un Caballero de Asalto. Le costaba no dejar que sus rodillas temblaran hasta depositarla de nuevo en el suelo, con la vista perdida, al pensar en qué hubiera pasado si ese niño pijo no hubiera llegado en ese mismo instante. Un conejito no está bien. Y quería vomitar de solo imaginarlo. No es que supiera bien por dónde ir al suponerlo, pero era suficiente como para asquearse con hacerse una idea.
Gino Weinberg le dirigió una mirada llena de dolor antes de adelantarse un paso para llamar la atención de los paramédicos.
-¡Esperen! Ella también…
Kallen se sintió enrojecer de nuevo y apretó los puños instintivamente.
-No. Nada ha pasado.
Él se atrevió a observarla con fijeza por primera vez desde que un entendimiento torpe y dramático impulsara sus acciones hacia la violencia.
-Pero…-Weinberg casi jadeó estrangulado aquello y a Kallen le irritó (y le pareció tierno, pero luchó por suprimir esa marea cálida que intentó sobrevenirle) que la contemplara como si fuera una moribunda recobrando la salud de golpe.
-Nada. Tú…-Kallen arrugó la nariz y desvió los ojos como si estuviera más enfadada con él que consigo misma. No iba a darle las gracias, desde luego. Su gratitud, fuera de lugar (un soldado, sin importar su rango o el país al que sirviera, no tenía por qué darse libertades del tipo que Bradley iba a reclamar, pese a que forzadamente, Kallen sabía que hasta los subordinados de Zero lo hacían a sus espaldas), consistía en ni siquiera amenazar con abrirle la garganta al bastardo imperialista.
Ambos se mantuvieron de aquella manera por varios minutos. Kallen estaba incómoda por la media desnudez de su persona y esa chaqueta que olía al mismo perfume multimillonario de su padre.
-Lamento lo que ha pasado.
Oh, no. El idiota (Kallen no podía llamarle de otro modo en ese momento preciso) de Weinberg la rodeó con los brazos y la apretó de una forma completamente distinta a la del Vampiro de Britania media hora antes. Pero el efecto que esto tuvo no fue diferente, pues era el contacto vedado a los miembros del Zodiaco.
Una nube de humo cubrió el ambiente, Lord Weinberg cayó hacia adelante, lanzando una exclamación de sorpresa y cuando el aire se limpió, mientras que tosía, encontró que donde estaba antes una jovencita semidesnuda, maltratada y necesitada de afectos, había una coneja blanca. Que ofrecía una fisionomía similar, dentro de lo esperado en su especie. Los ojos de Gino Weinberg se abrieron mucho. Kallen suspiró, encogiéndose de animales hombros.
-Quítate, ha sido porque me abrazaste.-explicó con la sangre oxigenada, forcejeando con las ahora enormes manos de Weinberg. Que evidentemente no la oía, pues seguía con la vista fija en ella, de seguro sin poder explicar aquello que observaba. Qué remedio, los británicos no comprenderían las tradiciones de esos a los que redujeron a “Números” y el fanatismo religioso inculcado como excusa del totalitarismo en expansión podía adjudicarle el nombre de “magia hereje” a esa condición, con facilidad, pensó Kallen.
“Bueno, si está pensando en quemarme viva, supongo que no irá a decir que un conejito está…”
-¡Eres hermosa!
Un cielo lleno de estrellas cubrió los ojos de Gino Weinberg y el agarre que languideció con la sorpresa, se estrechó en un fuerte abrazo, que dejó a Kallen sin aire e hizo que su frágil corazón lagomorfo se acelerara a un ritmo imposible.
-¿S-sabes que aún sigo desnuda? Esto es una forma de acoso sexual…-protestó con rabia la coneja, sorprendiéndose por la suavidad de niño con la que el adolescente la sujetaba, como a un peluche extremadamente apreciado. Los dedos de Gino Weinberg pasaron por su espina y le tironearon del cuero del cuello para colocar sus patas en el brazo de su dueño.
-¡Eres tan bonita!


…Ni preguntas acerca de esa condición suya. Ni gritos de terror. Ni la cautela recomendada para algo tan extraño. A la sorpresa le siguió la fascinación y Kallen se preguntó qué clase de fenómeno sería el Tercer Caballero de Asalto, teniendo en cuenta el que era ella misma.
Bueno, al menos no consideraba que ella estaba bien para…pero que la acariciaran de esa manera tampoco era…ugh, agradable. O mejor dicho, sí, lo era pero Kallen no se permitiría ni sentirlo ni pensarlo. No en esas circunstancias. Incluso destrozó de un zarpazo la frase que comenzó a formarse de repente en el lado de su cerebro que por desgracia, pertenecía a la adolescente y no a la fría terrorista: Si el mundo fuese diferente…no, probablemente ese hombre tenía su propia estupidez y crueldad, solo que la mostraba en otro momento, quizás en el campo de batalla o con prisioneros menos importantes. En Kallen descansaba, después de todo, una fuerte posibilidad de emboscar a Zero durante un intento de rescate.
-¿Por qué no conviertes en perro a Suzaku y le haces esto a él?-protestó cuando Gino Weinberg finalmente la alejó de su cuello (tan fácil que hubiera sido hincarle los dientes en la yugular, incluso como conejito…) tras acunarla en su hombro y desordenarle por completo el pelaje. No se dio cuenta de lo que dijo hasta que fue un poco tarde, pero luego comprendió que difícilmente le hiciera un daño a Suzaku con aquellas palabras de más (puede que fuera un traidor sin honor, pero seguía siendo más cercano a su sangre y su carne que basura como el Vampiro y…se obligó a clasificar a Gino Weinberg así, pero lo hizo de mala gana y no muy convencida, dejándose llevar por el orgullo).
El Tercer Caballero se le quedó mirando como si fuese un niño enorme al que han prometido dulces.
***
-¿Para qué…crees que quisiera recomendaciones sobre comida japonesa?-Suzaku suspiró de repente, abriendo los ojos, la nuca apoyada en el muslo izquierdo de Anya, tras despertarse debido al ruido del flash de su diario.
-Probablemente por el mismo motivo por el que te dijo que en tu fin de semana de descanso él iría a llevarle el almuerzo a Kouzuki.-Anya fue pragmática por encima de su tecleo intermitente.
-Diablos.-eso era lo más fuerte que le oirías decir al Séptimo Caballero sin pasarte por el tema de Euphemia Li Britania o llegar a un extremo físico (pero lo primero casi siempre ofertaba terminar en lo segundo).
Gino la llamó la noche anterior y le pidió que buscara un frasco con píldoras sin etiqueta. Debían ser blancas, fácilmente intercambiables con pastillas de menta y la instruyó para que las permutara.
-¿Y si son para algo importante?
Se imaginó a Suzaku teniendo un ataque de epilepsia o cardíaco y aunque su semblante no cambió, una nota de preocupación se dio a notar en su voz, vacilando al encontrar lo descripto en el gabinete. Suzaku dormía profundamente tras cumplir obediente al extremo de la irritación, con la cena y el sexo, exhausto y tan aproblemado que Anya ni quiso hacer desfilar las quejas de siempre acerca de su martirización. Probable era que si se hubiera ido, no lo habría notado hasta la mañana siguiente, usando acentuada la amargura de siempre en las facciones, resignándose sin chistar al desprecio. Quizás solo por eso, porque no era un británico, porque no la golpearía ni le gritaría si tomaba una decisión tan brusca sin consultarlo, ella insistía en quedarse a su lado, tratando de transformar el oro abastardado que fuera plomo y antes plata, en una joya nueva o al menos en algo que valiera la pena celar.
-Confía en mí, Anya.
Anya hizo una mueca de milímetros que nadie hubiera notado a menos que la conociera bien, mientras que colocaba en su cartera (vacía) de maquillaje el contenido del frasco y las pastillas de menta de vuelta en el mismo. El cambio era poco significativo y resultaba difícil que Suzaku lo notara de inmediato, torpe observador como era, siempre que no se tratara de poner bajo su mira algo humano.
-Te veré en el parque por la tarde. Y cuando aparezca, haré una señal para que…
Anya se preguntó si Kallen Kouzuki se las había ingeniado para conseguir drogas y aplicárselas a Gino y si lo habría golpeado en la cabeza tan fuerte como para explicar ese comportamiento. Puso en marcado rápido el servicio de emergencias, solo en caso de que ese intento de broma esotérica terminara en algo que requiriera una intervención quirúrgica y se preguntó si estaría bien retar a Gino a un duelo, en caso de que las consecuencias fueran insalvables.
Cuando sugirió que salieran ese domingo, Suzaku no parecía muy emocionado y ella tampoco, pero era lo usual. Se vistieron (más que como civiles, parecía que los buscara la Policía Real y tuvieran que esconderse. En una ocasión ella le preguntó si podía acompañarlo y él vaciló tras verla con la ropa que compró con Gino o que Mónica le regaló. Fue la única vez en la que se sintió un poco ofendida por el juicio de un muchacho sobre su aspecto. Entonces Suzaku tragó en seco y le preguntó si tenía algo más discreto. Tuvo que pedirles un préstamo a sus sirvientas pero se sorprendió sonrojada cuando Suzaku la llevó dentro de una tienda cerca de los getos y le alcanzó un par de prendas algo holgadas “para la próxima vez”) y caminaron, en vez de usar el transporte público u ordenar de la sede (Anya ya no sabía qué pretendía Suzaku con eso, que casi no era lo que hacían ni los plebeyos o la nobleza si era posible, pero tampoco le molestaba ir a pie).
Gino se asomó desde unos arbustos, mientras que Anya acariciaba los cabellos de Suzaku y este tenía los ojos cerrados. Le hizo unas señas que no pudo terminar de entender, moviendo las manos contra su pecho en equis, modulando con lentitud las palabras hasta que Anya las entendió, alzando las cejas.
-¿Abra…zo?
Bajó la mirada hacia el Séptimo Caballero, semidormido, que no escuchó su susurro. Hizo una mueca incrédula antes de acceder, rodeando los hombros de Suzaku y apretándolos contra su pecho un instante, incómodamente, debido a la diferencia entre ambas estructuras y la posición en la que se hallaban, sin contar que uno de ellos estaba casi inconsciente. El humo los cubrió a los dos y Gino se les acercó corriendo, sin aire, emocionado, dispersando a manotazos el aire enviciado con esa magia ancestral.
En donde antes se encontraba Kururugi Suzaku, había un perro de pelaje amarronado, con los brazos de Anya alrededor del cuello. Los múltiples parpadeos de la chica podían interpretarse como frutos de su gran sorpresa, aunque desde luego, debías estar enterado de su apatía crónica y de lo difícil que era extrañarla con expresiones más pronunciadas. De todos modos, la atención de Gino Weinberg estaba dedicada por completo a su compañero peludo.
-¡Kallen me dijo que serías un cachorro!
Gino profesó una serie de caricias desde el lomo, hasta el cuello del perro y luego se entretuvo masajeando sus orejas, dando múltiples exclamaciones de alegría. Los pastores alemanes entrenados de su familia no eran tan monos. El perro dejó escapar un suspiro de resignación bastante humano y en su apariencia animal guardaba un gran parecido su aire con el de…
-¿…Suzaku?-Anya tenía las manos en los muslos y seguía parpadeando lentamente.
-Lo siento. Es un problema de mi familia que controlaba con esa medicina que me ves tomar cada cuatro horas. No sé por qué…
-¡El perrito habla! Igual que el conejo.
Gino estrujó al perro en un abrazo y el perro, con su voz ronca, gruñó impotente sin que Weinberg diera signos de notarlo. Anya preparó su cámara y el Tercer Caballero, sonriendo efusivamente al pequeño lente, se preguntó de nuevo cómo fue que su gente esclavizó a la de Suzaku, siendo los japoneses tan fascinantes.
***
(Solo en caso de que alguien se acuerde de que dejamos a Luciano Bradley en terapia intensiva, dediquémosle algunas líneas para esclarecer su destino)
-No quiero ese chocolate.-murmuró entre dientes cuando la enfermera de turno le descorrió sus sábanas, uno pensaría que para cambiarlas, hasta que esta se diera vuelta, revelando que su falda corta y blanca estaba levantada por encima de sus muslos, mostrando un enorme…
-Si no sientes hambre de eso, estoy seguro de que tengo algo que puede gustarte…
Los ojos de Luciano se abrieron en una expresión horrorizada que solo el Perceval sabría que usaría el día de su muerte. Su Knightmare personal, desde luego…y Nonette Ennegram, sonriendo sardónicamente, subiéndose al colchón.
-Oh, vamos, los dos sabemos que te encanta ser dominado. En el fondo. Si no fuera de esa forma, ¿por qué tus lágrimas son tan dulces?
Bradley quiso patearla pero el sedante aplicado antes, más los fuertes golpes de Gino Weinberg convirtieron sus intentos en patéticos retorcijones de niña débil. Ni hablar de que debido a sus tendencias violentas y cierta firma de Bismarck Waldstein, resignado a que este día llegaría tarde o temprano, sus manos estaban inmovilizadas con cintas de cuero.
-Lucianito, tranquilízate. Esto no es solo un pedazo de plástico como la última vez. Es de silicona y vibra, además de que el tamaño también…
Los guardias que garantizaron privacidad a la Novena Caballero de Asalto se dijeron a sí mismos que los gritos desaforados se debían al riguroso interrogatorio que Sir Ennegram sometía a Lord Bradley, a causa de sus motivos para ser hallado a solas con la prisionera Kouzuki, en una empresa quizás reprochable, teniendo en cuenta que todos sabían de la seriedad con que Nonnette peleaba por los derechos de las mujeres, más allá de su nacionalidad o sanción.