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miércoles, 14 de septiembre de 2011

D-gray man/Allen x Linalí/Rating T.

03.Orgullo.Tabla random 7 de Misión insana.

Damnare

Desde su muerte, amaba los jazmines. En los jardines de la Orden había unos muy hermosos que ella le enseñó cuando él acababa de entrar. Siempre se aseguraba de tener flores frescas en su habitación, una (la más fuerte y joven, la que era casi un capullo que le guiñaba esa especie de ojo, como le hacía la metáfora de Maná, el de una virgen guerrera, el de una amazona que pide un momento para ser satisfecha. Aunque cuando se lo relataron era un niño y no entendía bien los desvaríos del viejo payaso: la historia se maceró dentro suyo y ahora de adulto, llegando a la edad del narrador, la bebe de una copa cristalina y se deleita por su amargo sabor, hasta las lágrimas que ya no pueden brotarle) prendida del bolsillo en la camisa, ramas perfumando el contenido de la maleta y los pétalos marchitos para el té de cada mañana.

La única religión a la que Allen servía de verdad, más allá de esos Dioses que lo crearon de un modo u otro y que lo tentaban hora tras hora para que se destruyera a sí mismo, sin que pudiera hundir el rostro en su piel. Esa planta lo ayudaba a conservar la cordura que casi se quiebra cuando sostuvo en sus manos el cuerpo de Linalí, fulminado por la crueldad de los Noé como si fuera un pajarillo muerto en el más crudo invierno. La incompetencia de la Rama británica (que era la más funcional al ser la Central, para colmo) lo sacaba de quicio diariamente.

Sus labores perniciosas ni digamos. Acercaba la flor a su nariz y recordaba la sábana blanca cubriendo el hombro de Lina, su media sonrisa de hada coqueta, sus cabellos desordenados después del amor y las cicatrices que castigaban su cuerpo desnudo, del que Allen dependía hasta bien entrada la noche, como si se tratara de una droga de fuerte adicción.

Las ciudades eran todas más lúgubres desde que sabía que en ninguna de ellas lo esperaban sus brazos abiertos, como cuando eran casi niños y amantes, resguardados en ese Oasis del hambre que asediaba a los mayores, encerrados en sí mismos. Aún respira agitadamente cuando se acerca el brebaje de jazmín a los labios, recordando sus besos tibios y odiando la sangre del Otro que corre a la par de la suya. Maldiciéndolos. Maldiciéndose.

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