09.Piano. Tabla básica de 30vicios.
Orationes funebres in exequiis
Se han quedado largo rato mirando el suelo, con las manos unidas, después de que Kouya le dijo del e mail de Ritsuka.
-Aoagi. Es el nuevo dirigente de la escuela Siete Lunas. ¿Puedes creértelo? Parecía tan inofensivo, dejando de lado a Soubi.
Yamato no le dice que ella sí se ha mantenido informada de las nuevas del mundo de los Combatientes y Sacrificios del que huyeron hace diez años. Al acariciarle el cabello de la nuca a Kouya, omite decir en voz alta: A mí me inspiraba respeto. No me sorprende que se haya deshecho de Seimei, aunque lamento la muerte de Soubi. Se pregunta si Kouya no percibe la ligera rigidez en sus dedos. Culpa a la marca desaparecida de su pecho porque no comparten un vínculo telequinético, aunque puedan sincronizarse de maravilla en la cama.
Ambas piden permiso para viajar a la sede de la Escuela en la que se celebrará el funeral. Yamato en la oficina donde tendrían ganas y motivos para despedirla por sus múltiples llegadas tarde y llamados de atención por acoso sexual, si no fuera por su talento en relaciones públicas, que tantos contratos le ha hecho firmar a la empresa. Kouya envía el último de sus cuentos a su editora, terminado hacia la madrugada con un par de copas de whisky importado que guardaban para una ocasión especial, preferentemente cuando consiguieran los papeles de la adopción o ahorraran suficiente para un tratamiento de fertilización asistida.
El edificio es tan alto que ambas se sienten intimidadas ni bien bajan del taxi, sabiendo que no pueden usar sus autos, ni las viejas identidades, de las que solo conservaron algunos caracteres de los nombres para conformar las nuevas identificaciones falsas que les han servido durante la huída y después para asentarse, sin que tuvieran que usar sus tretas de conjuros desde hace ya ocho años, más que lo indispensable para conseguir sus puestos de trabajo respectivos, convenciendo mediante ataques psíquicos a humanos no iniciados y probablemente tampoco artificiales como ellas. Oxidadas en gran medida, tomadas de las manos e invocando esa anterior resonancia que todavía las acompaña, impresa en sus genes, acceden al decir que son familiares de la difunta, lo cual es cierto. Los nuevos estudiantes son desconfiados, pero no ponen mayores reticencias que las de observarlas de lejos.
Avanzan del brazo entre el gentío con sus prendas oscuras, pensadas para noches formales de cocteles con colegas. Kouya con sus cabellos sueltos y desmelenados, largos por la cintura, como de adolescente. Yamato los tiene igualmente crecidos, pero levantados con un pasador sencillo. Ya son adultas, no necesitan orejas para ser aceptadas o miradas con cautela. Pero Kouya hubiera seguido usando las falsas después de los veinte años, si Yamato no las tiraba por el inodoro en una Navidad particularmente animada.
Cuando fueron viajando en tren, observó a Kouya, que se agarraba las sienes y cabeceaba, hasta que plació un dedo sobre su pecho, donde quizás la recorría una sensación parecida a la de un ardor, si pudiera producirse sin dolor de por medio ni convirtiéndose en una caricia interna y agradable. Yamato le abrió la chaqueta entonces y corrió los tirantes de la camiseta de algodón para buscar lo que suponía y temía, como muestra de un rechazo que no llegó a concretarse. La marca de Zero, otra vez encima de su seno, faltante en Yamato, tan nítida en Kouya y eso sí que era un sufrimiento, distante pero presente, como la resaca de unos días atrás.
-Nagisa, esa vieja bruja…o lo que queda de ella, está cerca, ¿eh? Ding dong dang. Muerta pero cerca.
Se echó a reír sin poder disimular su nerviosismo y le corrieron lágrimas por las mejillas. Kouya se las secó y la rodeó con los brazos. Temblaba sin contenerse, se reía histéricamente, hipeaba y su maquillaje (escaso pero presente. Son adultas, ya lo dijimos y ella es la que tiene aires de seductora-macho, más trata de mantener una apariencia femenina al lado de Kouya, para darle pie a ella de que pelee como un caballero por las dos, mientras que Yamato la mantiene, un ancla moral y guardiana de palabra para sus bajas emocionales. Eso hacen las buenas mujeres, ¿verdad? Yamato lo estudió desde el principio, antes de conocer a Kouya, imaginándose –bastante acertadamente- cómo sería cuando se fundieran en una sola) se había corrido, así que tuvo que apartarse un poco más calma para sacar el espejo de mano y acomodarlo con una sonrisa de millón de dólares colocada sobre una base enrojecida, todavía húmeda.
Así y todo, llegaron bastante a horario. Ritsuka Aoagi tocaba el piano en la sala principal, al otro extremo del arreglo floral sobre el cajón, junto a la fotografía de una niña en sus cuarenta años, igual de fresca que cuando la abandonaron, algunas arrugas leves rodeándole la boca que sonreía siempre plástica o amenazadoramente. Yuiko Hawatari –la chica de los senos cada vez más bonitos- a su lado, con las manos apoyadas en la cola del piano, dirigiéndole una mirada enamorada a su Sacrificio y esposo.
-El destino es algo fuerte, ¿no crees, Kouya? Una mentira no puede ganarle.-suspiró Yamato enterrando la sonrisa juguetona en su hombro.
-No tanto. Nosotras lo hicimos una vez. Mintiendo, escapando hasta construir un mundo perfecto dentro de sus limitaciones, donde no importa una marca o un fin para nuestra existencia, mientras nos tengamos la una a la otra.
Pero Yamato no la escucha. Solo se deja acunar por sus palabras, impulsando con sus movimientos a bailar, a pesar de las miradas sorprendidas y algo repudiadas de otros invitados.
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