04.Cocina. Tabla lugares. Misión insana.
Hábitat
Mitsu
había llegado a las tres de la mañana, quitándose las sandalias con los
pulgares, medio borracha, más de hombres y de dinero que de alcohol o
drogas. Hirono conocía esa sensación o creía conocerla. Bien sabía que
para Mitsu, "Souma la dura", no se trataba de placer o al menos no del
que la arrastraba a ella hacia los brazos llenos de tatuajes, musculosos
y sudorosos que tenían los hombres de la yakuza.
-¿Qué
tiene que hacer una buena chica para conseguir algo comestible?-le
guiñó el ojo, desplomándose con su ropa de marca toda arrugada y húmeda,
por sudor, espuma del club nocturno y otras cosas que hasta para ella
sería vulgar enumerar, que no fuera en broma. Hirono se sentó junto a
Mitsuko Souma, la dura Souma, que se desmelenó el cabello endurecido por
el fijador y se hizo una cola de caballo, prendiendo el televisor.
-No
veo "buenas chicas" por aquí, aunque el ramen que tengo para el
microondas, lo compré con el dinero que le sacamos a las que dicen
serlo.-comentó Hirono, poniéndose ambas manos en la nuca. Hay
quienes preguntarían a Mitsu por qué demonios no se queda a dormir en
ese apartamento lujoso que uno de sus amantes le ha procurado. Por qué
prefiere ir a un barrio de mala muerte como ese en el que ella vive, a
un monoambiente que tiene una ventana rota por la que incluso entró una
bala el verano pasado y en pleno invierno, cuando el diario se corre por
la ventisca y deja que pase el frío, neutralizando la mayor parte del
efecto que da el calentador oxidado al máximo. Mitsuko Souma tiene aire
acondicionado en su apartamento y nadie que la espere.
-Es cierto. Y la "mejor" de nosotras, se ha rebajado para salir con un pelagatos manicero como Kuramoto.
Ahí
estaba. Su discusión preferida desde que Yoshimi había aterrizado desde
la cama de un hotel de prostitutas menores de edad autofrecidas, en las
sábanas de un estudiante del mismo instituto al que asistían ellas
ocasionalmente, más por ocio que por oficio. Eran como una pareja de
casados que debatía sobre el destino de su hija única, la más preciada,
en la que tanto cuidado y expectativas pusieron, la que ahora ni más ni
menos escogía un compañero de vida indigno y ni siquiera con el fin de
vaciarle los bolsillos eternamente enfundados en el uniforme escolar.
Mitsu
a menudo decía que el pobretón seguramente no tenía nada en mejores
condiciones que llevar encima. Hirono oficiaba entonces como el padre
permisivo y Mitsuko como madre posesiva, celosa y exigente. Siempre
insatisfecha consigo misma y por ende con Yoshimi, que estaba enamorada y
flotaba a varios metros del suelo sucio donde ellas se arrastraban
haciendo acrobacias por dinero y saciedad. Hirono la envidiaba un poco.
Era ingenua y gracias a eso, podía contentarse con promesas vacuas y
caricias torpes, con helados de yogurt y salidas al cine. Mitsu solo
sabía destruír a sus cortejantes, por bien acaudalados que estuvieran y
ella misma no conocía del afecto, una vez consumada la necesidad entre
las piernas y al muchacho más le valía hacerlo bien si no quería
sangrar.
Mitsu
abrió la ventana y una ráfaga de aire frío inundó la habitación,
haciendo temblar el endeble enchufe del microondas. Se asomó al marco y
Hirono le prestó atención a sus movimientos, a pesar de que sonreía como
un gato que va a engullir un ratón. Siempre había algo de tristeza en
esa cadencia de pasarela al Infierno que ostentaba Mitsuko. Epíteto:
Nunca sabías qué esperar de ella. No parecía la clase de chica que se
dejaba caer al vacío, pero aunque incluso sus cuitas anunciaran
"Peligro" con letras rojas y flourescentes, tampoco pensarías que
pesando cuarenta kilos había mandado al hospital a media docena de
hombres que la doblaban en edad, por no hablar de aquellos que eligieron
el suicidio o quedaron atrapados en deudas con la yakuza, debido a
algún engaño de ella referente a cantidades de droga que si bien no
compraron el lujoso departamento que Mitsuko abandonó para comer ramen
instantáneo en casa de Hirono, ayudó a amueblarlo ricamente y a poner
vestidos de diseño -que serían usados solo una vez- en los armarios
colosales.
-¡Yoji!¡Hombre
de maní!¡Te has llevado a mi hija para violártela!¡Con un
maníiiiiii!-los alaridos fueron interrumpidos por risas estruendosas que
dejaron a Mitsu sin aire, jadeando contra el marco de la ventana,
agarrándose el estómago descubierto por el top. Hirono la miró de reojo,
ocultando una media sonrisa que siempre le invadía cuando la "jefa" de
la banda hacía uno de esos marivillosos y espeluznantes saques. Los
vecinos comenzaron a lanzar sus impropervios ante semejantes gritos a
esas horas tan altas y pronto, Mitsuko exhibió sus pechos, pellizcándose
los pezones en actitud provocativa hacia los hombres en ropa interior
que seguramente hacían gestos obscenos desde el edificio de enfrente o
las ventanas inferiores, los rostros vueltos a esa muchacha viva como
una mariposa y peligrosa como una serpiente.-¡Oigan, papis, si traen
algunos billetes, no me molestaria entretenerlos!
Era
más socarronería que embriaguez y Hirono venció su cautela para tirar
de la camiseta baja de Mitsuko y obligarla a que cerrara la ventana.
-No deberías asaltar a la gente de aquí. ¿A dónde voy a ir a vivir y trabajar?
Mitsu,
si Yoshimi no está con ellas, lucía de veras como una niña y era
entonces cuando Hirono jugaba a ser padre soltero. Definitivamente
habría hecho un mejor trabajo que su propia madre o la de Souma, la
dura, el animal salvaje en el que acabó por convertirse su mejor amiga.
-Mi
casa está en una calle mucho mejor. Si me pusiera a gritar en la
ventana de ella, me arrojarían dinero y ofertas de inmediato. Aquí solo
hay pelagatos. Con razón te vienes a trabajar conmigo.
Hirono
pensó en eso un instante. Le sonaba más a escapada de tortilleras que a
otra cosa. Lo hubiera hecho solo si se quedara sin un céntimo o Yoshimi
tuviera el corazón roto y la imitara. Pero alguien tenía que cuidar de
Souma, la dura, para que las capas de acero que le crecían bajo la piel,
no se desarrollaran hasta puntos demoníacos, teniendo en cuenta que
dejó de ser humana tiempo atrás y que solo un milagro la podría
convertir en ángel.
-Sabes que tanto Yoshimi como yo, si estuviéramos en una isla desierta...lo primero que querríamos tener es a ti, ¿no?
Algo
en Mitsu se suavizó. Su cara demente dejó de parecer la de una fiera y
por unos instantes ya no estuvo tan borracha de su propio odio, que no
se saciara con ropa de marca ni con sangre y lágrimas de machos. Hirono
era consciente de que Mitsu pudo tener el mundo a sus pies -a los quince
años, ya lo tenía- y que le hubiera parecido poco.
-¿Vamos a tener uno de esos monos momentos de telenovela que anuncian tampones? Pensé que no te iban esas cosas.
El
agua para el té ya estaba caliente y silbaba. Hirono metió algo de pan
no enmohecido en la tostadora y decidió no contestarle, cambiar el tema
pronto, porque supo que Mitsu pediría una pistola antes que a ellas. Y
luego alucinaría antes de perder la cordura y ahogarse en su propia
dañada vagina. Por eso Yoshimi tenía razón cuando decía que lo mejor
para ellas era la jungla de la civilización, que bien conocían y
dominaban. Esperando no dejarla nunca.
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