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jueves, 2 de junio de 2011

Crossover:Dark tower x Claymore/Roland x Teresa, Jake, Clare/Rating T.

Como un viento

Ka. Esa es la primera palabra en la Alta Lengua que se dibuja en la mente sólida del pistolero, que jamás mira dos veces a un par de parroquianos, a menos que luzcan peligrosos.

Y no es que esa mujer que acaba de entrar con su hija lo sea, desde luego. Y no es una sorpresa que Roland Deschain ignore que no son tales. Que no hay nada más lejos de una orgullosa prostituta (tal vez casada con un hombre de bien, que viaja por negocios) con su prole de dudosa procedencia, que Teresa, la de la Débil sonrisa, cargando a la que es su hermana espiritual, llevándola de la mano por el desierto, sorprendida por no oír siquiera una queja escapando de los labios paspados por el calor que ha caído sobre sus cabezas desde la mañana.

A Jake Chambers también le fue imposible ignorar a las dos jóvenes. En primera porque su padre era la clase de hombre que le inculca desde temprano a sus hijos, la costumbre de admirar con palabras que una monja podría considerar impropias, los atributos más destacados de cualquier mujer con la que se toparan sus ojos. Y aunque Jake considerara a su proveedor de esperma un sincero imbécil, había cosas que le costaba olvidar, una vez aprendidas.

Tanto andar en una bicicleta de siete mil dólares, como disparar un arma entraban en esa categoría. Aunque primero supusiera que la mayor de las muchachas era probablemente un hombre (corpulento y enfundado en una capa raída), una vez despojada del ligero abrigo que usara para protegerse del sol y el viento, descubrió curvas tan voluptuosas que probablemente hubieran salido en una de esas revistas que su padre guardaba cerca de la cocaína en su estudio. Y si no en la portada, al menos en una de esas páginas que se despliegan, convirtiéndose en posters fácilmente.

Clare contempló con ojos absortos la leche fría que le sirvieron en un vaso empañado por polvillo, como si los clientes frecuentes del bar estuvieran acostumbrados a usar íntegramente los chops de cerveza y las pequeñas copas de ginebra, que se mantenían sino brillantes, al menos aceptablemente higiénicas, colgando sobre la barra. Le gustaba más admirar el color y la textura de los alimentos que llevárselos a la boca, lo que le hacía sentir pesada, más tarde y con ganas de dormir. No quería que Teresa la abandonara (confiaba en sus palabras, acerca de no volver a hacerlo nunca, pero tenía inquietudes viscerales y no encontraba la forma de apagarlas) en una posada remota para que unos nuevos extraños cuidaran de ella. Y MENOS, unos tan sombríos como los que abundaban en ese lugar. Todos tenían los ojos rojizos por el alcohol y vestían prendas oscuras, que olían a penetrante sudor masculino. Malos recuerdos querían aflorar, pero enterró la frente en los brazos de Teresa y los ahogó de nuevo en su aroma, que era sutil, delicado, al menos a su gusto.

Por supuesto que así como a ellos no se les escapó la presencia, los unos de los otros, también el cantinero alzó la vista sobre su hombro para consultar un cartel amarillento en el que resaltaban con negrita borrosa, los nombres de los fugitivos más buscados en las ciudades más grandes del continente. Nunca se sabía quién podía caer en ese camino tan concurrido.

***

Teresa limpió la hoja de su espada con un paño que lucía menos que infectado, abandonado sobre el mostrador, tras preguntarle secamente (por cinismo o educación, que el lector elija) al dueño del bar (que había perdido un brazo en la pelea que se desarrolló con brevedad pero no menos que barbarie una vez que llegaron las escasas autoridades del pueblo a apresarles) si tenía permiso. Recibió un chillido y el viejo regordete simplemente se encogió bajo el mostrador en el que se había escondido, presa del pánico, al notar que no podría tomar a la niña en medio de la confusión (dejaremos sus intenciones a la imaginación del lector, también), lo cual le costó mucho más caro de lo que supuso al ver que la presunta madre estaba ocupadísima despachando parroquianos violentos.

Roland a penas y había tenido que mostrar sus pistolas, antes de que los hombres se dispersaran, dejando la taberna vacía, inclusive las autoridades que no deseaban verse desprovistos de miembros importantes, sabiendo que bien podrían necesitarlos para desempeñar diversas tareas que el día a día imponía. Le alegraba no haber desperdiciado una sola bala en esos gusanos pueblerinos sin historia alguna, que según sabía, levantaron esa pequeña ciudad décadas antes. La otra se perdió en un incendio tras una quema de brujas que acabó en demostración de que la maldad existe y no le gusta que traten de prenderla fuego. La historia le trajo malos recuerdos, pero al tener a Jake consigo los acalló pronto. Lo mismo le sucedió a Teresa al ver amenazado (siquiera ligeramente) su objeto de afecto.

Ahora se miraban con recelo. Roland le mostró las manos vacías, sin nada en ellas que pudiera hacer de arma y sin más, señaló hacia su cadera. Los ojos de Teresa bajaron solo un momento y su boca se curvó. Su semblante se relajó un poco, el agarre de la muñeca de Clare disminuyó.

-Salgamos de este lugar. –Sentenció finalmente.

-Hemos parado por provisiones y no podemos irnos sin ellas. Sería imprudente cruzar el desierto así.-Explicó Roland, aunque era obvio. Escudriñó a Clare, que parecía querer esconderse dentro de la piel de Teresa, tan cerca suyo estaba, a penas asomando por debajo de su capa.

Teresa suspiró, puso los ojos en blanco y finalmente guardó la espada en su funda, antes de dirigirse al posadero con los dientes apretados y los ojos afilados como dagas:

-Prepáralas entonces, que hemos pagado por ellas.

Dos hombres de heridas menores interpretaron los gemidos adoloridos del mencionado y obedecieron al pedido, que parecía más bien una suave amenaza de muerte ante cualquier negativa.

***

Jake se interrogó a sí mismo acerca de los adultos en general. Por qué buscaban mentiras cuando no querían admitir sus intenciones. Vio en sí mismo algunas tendencias de esa clase, sobre todo en presencia de maestros o de la única criada que le caía bien. De sus padres, cuando se notaba que no tenían tiempo para escuchar nada que no hablara de éxito. Pero Roland era diferente. Jake esperaba que su forma de comportarse en ciertos tópicos no fuera igual a la de esa familia falsa e impura que dejó atrás para convertirse en un pistolero. O ser arrollado por un auto. Vaya a saber.

Roland caminaba con la mujer que parecía salida de una Playboy, si es que en las Playboys dejaban a las mujeres caminar con esa dignidad que la envolvía. Jake lo dudaba. Al mismo tiempo, trataba de hacer de cuenta que no los escuchaba. Caminaron a pocos metros, sosteniendo las riendas de la mula que utilizaron para cargar con las provisiones, prometiendo compartirla hasta hacer arribo a la siguiente ciudad capital en la que pudieran pedir un cuarto sin preocuparse excesivamente por ser descubiertos. En un lugar grande, los forasteros abundan y la gente hace la vista gorda, absorta en sus propios problemas.

Afuera el aire era pesado, pero se enfriaba rápidamente a medida que la noche comenzaba a cernirse sobre sus cabezas. Jake apreció la lenta transformación que por las horas fue suavizando levemente las facciones duras de la mujer. Primero miraba a Roland con desconfianza, como si acaso ya supiera bien cómo eran todos los hombres y no guardara ningún interés en ellos. Después contemplaba la pistola y a la vez dejaba que él alabara su espada, coloreando la tristeza en la plata reluciente como un filo que eran sus ojos.

Sin embargo, lenta pero seguramente, el espacio entre los dos se hacía más estrecho, mientras que la niña (¿Clara, Claire o Clare? Algo así, solo lo escuchó salir de los labios de su madre una sola vez, acompañado de un gesto que valía por diez mil besos en la frente y cincuenta millones de cosquillas en el estómago, tan luminoso y cálido que era. Jake se dijo que si su propia progenitora le hubiera dirigido en algún momento esa caricia de lejos, siquiera una que fuera la mitad de importante, habría mandado a Roland a volar con su propuesta de abandonarla) y él se iban quedando atrás. No tanto como para que pudieran perderlos, desde luego. Bastaba con correr los metros de diferencia como para llegar de nuevo a donde estaban los adultos y en el medio de la nada, con voltearse bastaba. Incluso insistieron en que era menos peligroso para ellos: testeaban el terreno para ver si había peligros. Parecían estar repentinamente de acuerdo, a pesar de la cautela que se dirigían entre simpatías.

A Jake le correspondía cuidar de la hija de la mujer. Le tomó la mano, huesuda y sudorosa, fría y soportó que le dirigiera una mirada lejos de ser propia de la una muchacha cortejada. Debía tener su edad o ser más joven, inclusive. Era alta, de complexión delgada al punto de la enfermedad. Se la imaginó con el uniforme de la escuela a la que fue en otro mundo tan lejano, como hija de algún magnate golpeador. La clase de chica a la que las demás golpean por gusto en los recreos. La clase de niña a la que los alumnos de grados superiores arrastran a salones oscuros para entretenerse, de la peor manera posible, sabiendo que no dirá nada y que más allá de llorar, una vez que tapen su boca con una mano, ahogando los gritos, ya no dará problemas.

-¿Sabes? Creo que tú y yo vamos a acampar lejos de ellos también. Y a oír cosas extrañas, pero no te asustes. No es que los adultos se ataquen, solo van a jugar…

Jake no sabía ni qué esperar de su parte. Ya había intentado hacer conversación y eran puros monólogos, a veces levemente respondidos con miradas profundas, frías como pozos a cuyo interior la luz regresó hace muy poco. Le gustaba esa niña y la cuidaba bien. En Piper, la hubiera defendido a fuerza de llevarse golpizas. Estaba convencido de ello.

Clare, Claire o Clara, como sea, se detuvo en seco y comenzó a llorar el nombre de su madre. No paró hasta que ella se dio vuelta y regresó para tomarle de la mano en lugar de Jake, adelantándose hacia la mula. Roland volvió sobre sus mismos pasos con las manos en los bolsillos. Despeinó a Jake. Había tal soltura en sus movimientos, que este último sospechó que ese pequeño intermedio no representaba una frustración para el final que la lógica le había dictado como probable.

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