12.
Espinas.Tabla básica.30vicios.
Lactancia
Se
corre el engranaje en el corazón del mecanismo que tiene la forma de
un gato negro, como Félix sonriente, ojos amarillos que hacen Tick
Tack.
Por
suerte, suena y se despierta. Kouya tiene el sueño pesado: la
presencia de pesadillas está completamente ajena a su existencia. No
es como Yamato, que no duerme a menos que deje una pequeña luz
prendida cerca del lecho.
-Veo
cosas.-Explica ella, quitándose un auricular, peinándose el
cabello, lacio y avellana.
-¿Qué
cosas? No tiene sentido.-Se queja Kouya, no muy convencida.
Yamato
se muerde los labios y le toma las manos.
-Cosas
feas, redondas y duras, que suben a mi cama, penetran en mis sábanas,
se enredan en mis piernas y comienzan a hacerme daño.
Ella
lleva su mano hacia la zona caliente, cubierta por las bragas rojas
que se compraron juntas, un mes antes de escapar.
Kouya
dobla los dedos y siente la sangre en las mejillas.
-Eso
no es cierto. Solo soy yo.-Discute con suavidad, comenzando la
caricia, viendo el rostro de su amante, tenso de placer.
-Tú
también eres un monstruo, pero mi monstruo.-Articula conteniendo la
risa ronca que le sobreviene con el goce.
"Dile
algo." Se dice después a sí misma, cuando late su humedad y se
descubre suspirando piel contra piel, hacia el oído de Yamato,
dibujando lunas crecientes en su hombro.
La
mira dormir luego. Escucha las sirenas. Descorre las cortinas.
Escruta con la mirada esa calle frente al escondite, siempre
transitada por automóviles de ritmo acelerado y patrullas
ocasionales que en su paranoica mente la están buscando, con una
foto póstuma a su corte de cabello-pérdida de virginidad, pegada al
tablero de mando.
Recuerda
las bromas que su amante soltaba como suspiros al oído de la Maestra
de la que ahora huyen. Su período no ha venido desde hace un mes. ¿Y
si hay un pequeño monstruo gestándose en su interior, alimentándose
de sus fluídos, justo ahora?
Kouya
se descubre oyendo el pronóstico. Presagia nevadas. Se pregunta si
Dios juega con las dos, al permitirles permanecer en la oscuridad por
tiempo indefinido. Sus corazones amordazados, la circulación se les
termina, ya casi son miembros amoratados y sin vida, entonces Él
afloja las cuerdas y le agradecen con lágrimas en los ojos, el
oxígeno.
Yamato
sigue durmiendo y Kouya contempla en su rostro. Los rastros de
pasiones satisfechas solo a medias (el fuego de la juventud jamás se
apaga, o eso dicen y ella bien puede ser perfecta experta en la
materia).
No
hay modo de que un niño llegue a acompañarlas, ni siquiera a ellas.
Pero algo crece entre las dos, algo vivo en sí mismo, algo que ella
defendería con su vida misma y por lo cual estaría encantada de
cortarse las venas, si fuese necesario. No lo es, ¿verdad? Las
sirenas quieren desmentirla, la yugular de Yamato late visiblemente,
la navaja le brilla en la mano, ya manchada por la muerte del ocaso.
Hay que preparar la cena. Solo cedería a esos impulsos si tocaran a
la puerta.
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