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martes, 8 de noviembre de 2011

Loveless/Kouya x Yamato/Rating M.

12. Espinas.Tabla básica.30vicios.
Lactancia
Se corre el engranaje en el corazón del mecanismo que tiene la forma de un gato negro, como Félix sonriente, ojos amarillos que hacen Tick Tack.
Por suerte, suena y se despierta. Kouya tiene el sueño pesado: la presencia de pesadillas está completamente ajena a su existencia. No es como Yamato, que no duerme a menos que deje una pequeña luz prendida cerca del lecho.
-Veo cosas.-Explica ella, quitándose un auricular, peinándose el cabello, lacio y avellana.
-¿Qué cosas? No tiene sentido.-Se queja Kouya, no muy convencida.
Yamato se muerde los labios y le toma las manos.
-Cosas feas, redondas y duras, que suben a mi cama, penetran en mis sábanas, se enredan en mis piernas y comienzan a hacerme daño.
Ella lleva su mano hacia la zona caliente, cubierta por las bragas rojas que se compraron juntas, un mes antes de escapar.
Kouya dobla los dedos y siente la sangre en las mejillas.
-Eso no es cierto. Solo soy yo.-Discute con suavidad, comenzando la caricia, viendo el rostro de su amante, tenso de placer.
-Tú también eres un monstruo, pero mi monstruo.-Articula conteniendo la risa ronca que le sobreviene con el goce.
"Dile algo." Se dice después a sí misma, cuando late su humedad y se descubre suspirando piel contra piel, hacia el oído de Yamato, dibujando lunas crecientes en su hombro.
La mira dormir luego. Escucha las sirenas. Descorre las cortinas. Escruta con la mirada esa calle frente al escondite, siempre transitada por automóviles de ritmo acelerado y patrullas ocasionales que en su paranoica mente la están buscando, con una foto póstuma a su corte de cabello-pérdida de virginidad, pegada al tablero de mando.
Recuerda las bromas que su amante soltaba como suspiros al oído de la Maestra de la que ahora huyen. Su período no ha venido desde hace un mes. ¿Y si hay un pequeño monstruo gestándose en su interior, alimentándose de sus fluídos, justo ahora?
Kouya se descubre oyendo el pronóstico. Presagia nevadas. Se pregunta si Dios juega con las dos, al permitirles permanecer en la oscuridad por tiempo indefinido. Sus corazones amordazados, la circulación se les termina, ya casi son miembros amoratados y sin vida, entonces Él afloja las cuerdas y le agradecen con lágrimas en los ojos, el oxígeno.
Yamato sigue durmiendo y Kouya contempla en su rostro. Los rastros de pasiones satisfechas solo a medias (el fuego de la juventud jamás se apaga, o eso dicen y ella bien puede ser perfecta experta en la materia).
No hay modo de que un niño llegue a acompañarlas, ni siquiera a ellas. Pero algo crece entre las dos, algo vivo en sí mismo, algo que ella defendería con su vida misma y por lo cual estaría encantada de cortarse las venas, si fuese necesario. No lo es, ¿verdad? Las sirenas quieren desmentirla, la yugular de Yamato late visiblemente, la navaja le brilla en la mano, ya manchada por la muerte del ocaso. Hay que preparar la cena. Solo cedería a esos impulsos si tocaran a la puerta.

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