01. Gracias.
Ceteris
paribus
Ella
era Sansón, no Judith y cuando Dame Gothel le cortó sus cabellos
(casi arrancándoselos), toda la fuerza que luchaba por salir,
contenida como estaba siempre en lo alto de su torre, se desvaneció
y después de quedarse sola, se dio cuenta de que incluso ponerse de
pie le era difícil. La fatiga le ganaba: río abajo estaba el pueblo
al que su madre iba a comprar las provisiones, pero veía cada vez
más borroso y el frío se hacía insoportable. Entonces vio la barca
deslizándose sobre la corriente. Su propietario...no, propietaria,
la llamó con señas para que subiera de un salto, usando el que
sintió su último aliento.
-Mi
nombre...-queria indicarse a sí misma y su incierto destino, pero la
dama de la capa oscura se llevó un huesudo dedo a los labios.
Respiraba blanco.
-Rapunzel.
La hija de Dame Gothel. Una princesa.
-Yo...
-La
luna es hermosa, ¿verdad que sí? Pediste por alguien que te
entendiera y aquí estaba yo. Si crees en Dios, dale las gracias.
Rapunzel
se persignó. La mujer le entregó una bolsa. Fue grande su sorpresa
cuando la descubrió llena de piezas de oro.
-Ya
no puedo usarlas. Han estado conmigo por mucho tiempo.
Estaban
húmedas y frías, lo mismo que las manos de la joven, cuyo rostro se
envolvía insistentemente en sombras, sin revelar rasgos, fuera del
largo cabello negro, enmarañado y mojado, que sobresalía de la
capucha, cubriendo los hombros y el pecho. Llegando al pequeño
muelle que dejaría a Rapunzel a pasos del pueblo, la misteriosa
salvadora habló con una voz severa y gutural.
-Pide
a los campesinos que encuentres por el castillo de los señores de
estas tierras, que están fuera de los dominios de tu madre. Cuando
los sirvientes te pregunten en las puertas quién eres, muéstrales
esta prenda y diles que te envía Elaine de Astolat, hija de una
cortesana muerta, a la cual sus hermanos hicieron creer que estaba
maldita, encerrándola en lo alto de una torre más alta que la tuya,
durante el doble de penosos años, para poder repartirse entre menos
manos la herencia.
Elaine
se desprendió del cuello un pañuelo con un escudo a penas visible
bordado con hilo azul en él. Rapunzel lo tomó como si fuese algo
muy precioso.
-Sin
duda mis familiares exigirán verte. Diles que si te repudian, me
veré obligada a traer conmigo a sus hijos y amantes, al igual que
las próximas cosechas, hasta que el suelo que tanto valoraron se
vuelva arena, regada con sangre amada. Exige que te den el lugar
entre ellos que le fue negado a Elaine.
Las
sombras comenzaron a devorar el cuerpo de la señora de Shalott,
recortándolo en estrellas que se desvanecieron con el despunte del
amanecer rosado. Rapunzel recordó de golpe, al notar la calidez del
ambiente, la ausencia repentina de la niebla y de la barca, a los
animales del bosque que la saludaron de nuevo, que era verano.
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