02. Ronroneo.
Hoc
est in votis
El
espejo está vivo y ama a Elaine, así que le ha mostrado lo que
puede ser si olvida su obsesión por Lancelot. La otra Elaine tiene
más años que hilos de colores en la torre y su cabello es blanco
como la plata. Jamás ha salido, que no sea con sus ojos, bien
pegados al azogue. Las aprendices la visitan. Entran bajo la
instrucción de Elaine siendo niñas y abandonan la torre como
mujeres poderosas que amenazan o premian a Arturo, según sus
preferencias. El Imperio no le importa a Elaine, ella se aburre con
la política, tanto joven como anciana. En su eterna soledad, solo el
espejo le habla y un día, cuando suspira preguntando por otros
mundos, le responde enseñándole a Galahad, su gloria y la copa del
Grial, que nunca llegó a nacer. Carne y sangre de una Elaine
obstinada con el objeto de su melancolía. Las dos Elaines
intercambian miradas en los reflejos. No necesitan decirse nada. La
Elaine casi niña acepta el matrimonio con la mano derecha del Rey.
La Elaine anciana se disuelve dichosa en humo helado. No está bien
porque sea el destino. Lo está porque es el hijo de Elaine de
Astolat y merece existir, más de lo que su madre desea vivir y no
(solo) por él.
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