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jueves, 3 de noviembre de 2011

Soul eater/Giriko x Aracné, menciones de Asura y Mosquito/Rating T.

09.Never Again.Tabla 9.10_prompts

El molde de la nostalgia

-No te morirías tan fácil, ¿verdad que no, hermana mayor?
Giriko confiaba en su victoria. Sabía que ni bien Aracné despertara de su sueño, ya no volvería a descansar otra vez y no consideró posible que nadie, ni siquiera el demonio pudiera derrotarla. ¿Y por qué, siendo ella inferior en fuerza? Si alguien, en cualquiera de los bares donde tuvo oportunidad de embriagarse hasta casi morir (si pudiera, si su cuerpo con mil años contara con esa debilidad) hubiera sido lo bastante entendido en cuestiones sobrenaturales como para hacerle esa pregunta, Giriko habría roto una botella y le habría pedido que dejara de escupir mierda. Que él estaba convencido. Porque la astucia de Aracné era mil veces mayor que la dulzura venenosa de su telaraña. Porque lo que es veneno para algunos, es un antídoto a la monotonía para otros. Porque así tendría que haber sido, pero Giriko no cayó en la cuenta de que Asura era un animal y punto. Nada podía pedírsele. Poco podía usarse de él. Y tampoco había que decir mariconamente que lo mejor era matarlo, como los niñatos de la Academia del Ángel de la Muerte, más lo que Aracné hizo no fue audaz, sino descuidado.
Aracné, su hermanita mayor. "Qué irrespetuoso eres al llamar así a nuestra Gran Señora Araña", mascullaba Mosquito cuando él le dirigía su saludo, mirándola de reojo o cerrando los párpados. Solo en su presencia, la relajación de Giriko no era cinismo. Podía bajar la guardia enfrente de Aracné. Los desastres naturales retrocedían en su presencia y el más terrible enemigo se sentía atraído, siquiera para experimentar repugnancia luego.
"Podría ser tu madre, Giriko e incluso más que eso", le decía ella apretándolo fuerte en la oscuridad de los cuartos recubiertos con seda, después de siglos de espera. Y era su madre e incluso más que eso, hasta que quiso controlar bajo su suave melodía a Asura. Por una vez estuvo de acuerdo con Mosquito.
-Esa cosa sería mejor que desapareciera.
Y sus dientes de metal destrozaron la mesa, bebiéndose de un sorbo luego su cerveza, haciendo una mueca resignada. Deseó que el demonio cubriera al mundo con locura y durmiera. Planeó mil modos de asesinarlo pero su imaginación no era prolífica. Solo sabía obedecer a Aracné. Solo recordaba esperar por Aracné durante ochocientos años. Su propio nombre se borró y sus razones para seguirla, que no fuera el obvio motivo: la adicción al sabor de su veneno, la certeza de que podían hacerse de todas las mañas necesarias para triunfar por encima de cualquier Guadaña Marica.
-Al final, todos jodidos traidores, menos yo, hermanita mayor. Si me lo preguntas, debimos haber aplastado a ese bicho chupa-sangre repugnante a la primer oportunidad. ¿Y para qué habríamos necesitado un castillo lleno de ineptos? Eras demasiado blanda, hermanita, ese fue tu grueso error y nada más. Te reventaron de veras.
Por supuesto que no le hablaba a ella directamente, sino a una araña, la primera que encontró entre los escombros del palacio de Baba Yaga. Un pedazo de Aracné, con relucientes ojos rojos y el reloj de arena en el vientre hinchado, que no le hundió los dientes en la palma, sino que se quedó allí, adormilada, dejándose llevar por Giriko, que aunque quisiera disimularlo, no sabía bien a dónde iba hasta que llegó a aquel pueblo de artesanos, casi idéntico a aquel que lo albergó durante tantos siglos apáticos, sumergido en el Leteo, solo asiéndose del recuerdo de su hermana para darle un sentido a esa existencia vacía de niño bueno. Moldeó un nuevo gólem, usando el corazón de arcilla del otro. Giriko no era especialmente sentimental pero sabía reconocer el material de calidad. Colocó allí, en los ojos huecos del sirviente, a la pequeña exhausta y se secó el sudor de la frente, lanzando un suspiro. Esperaría lo que fuera necesario. Hasta que por fin llegara otra araña y se trepara por sus pantalones, acomodándose en sus manos enguantadas, para dar un salto y unirse a su compañera. Esperaría...¿diez años la primera vez hasta que se encontró con la siguiente? El Ángel de la Muerte había destrozado a Aracné. Pero al menos, él no le debía nada de nada y no tenía por qué ser una miseria de decente con una mujer de mundo.
Giriko se gruñió a sí mismo en la oscuridad de su nuevo taller, solo con la compañía de lo que quizás eran unos centímetros de una pierna o un brazo de su hermanita mayor. No le costaría tanto esperar, ¿verdad? Al no ser humano. Trabajaría con los artesanos, que se acostumbrarían a su hosquedad y le transmitirían más. Se olvidaría de que existieron nefastos Judas al servicio de Aracné y de que Mosquito dejó sus asquerosos restos en alguna parte, haciendo de la Naturaleza algo repugnante.
-Tendríamos que haber sido solo tú y yo desde el principio.-murmuró entre dientes, comenzando a moldear una nueva vasija. Confió en que llegaría el día en que las arañas serían tantas que podrían susurrarle con dulzura, quedamente, instrucciones como en los viejos tiempos. Confió y esperó, entregando sus memorias a la lejía. El único nombre que permanecía era el de Aracné, ni siquiera el suyo sobrevivió a esa razzia fundamentalista. Giriko, ebrio con cerveza de raíz, se descubrió frotándose la nariz y declarando que le importaba un pepino, de todos modos. Pudo haberse nombrado de cualquier forma y el llamado no habría sido menos fuerte.
(en el fondo lo sabía. Que esa no era Aracné, que si alma había sido devorada ya nada quedaba de ella. Que lo que recogió era sin duda su manto o estola, su guante largo hecho pieza viva. Algo que respondería a él, sin ser su hermanita mayor. Pero Giriko ya había perdido hasta la última parte sí mismo que lo definía. Aracné era, en efecto, la pieza de mosaico final y no la cedería tan fácilmente. Prefería hacerlo de la forma difícil, por importancia. Que se desdibujara el mundo primero, por ser lejano e insignificante, una puesta de escena mugrienta para su persona. Luego sí mismo, el Hacedor orgulloso de ese teatro. Y al final, si la muerte no llegaba antes por medio de uno de esos mierdas de la Academia, la Madre Araña. Hasta entonces, mil jarrones, cientos de gólems, vasos cocidos en horno, ninguna lágrima admitida y risas cínicas resonando en el por demás, vacío taller)

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